Luis Ibáñez Luque

Esquizofrenia y manía persecutoria en la escuela

24 de enero 2025 - 03:07

El sistema es tan sumamente retorcido que parece consistir en hacer difícil lo fácil y retorcer las cosas hasta la extenuación. La teoría pedagógica no está mal. Se basa en unos saberes básicos, unas competencias clave y plantear situaciones para que el alumnado aprenda. Hasta ahí, bien.

Podemos resumir todo lo que se hace en la escuela en una sola palabra: actividades. Actividades que pueden ser teóricas, con libro de texto, abiertas, prácticas, interdisciplinares, creativas, utilizando las TIC, tradicionales, experimentales, investigaciones, actividades para la evaluación, exámenes, exposiciones orales, actividades manipulativas… No se hace otra cosa.

A posteriori, al final de cada trimestre el sistema educativo nos obliga a poner una calificación, un número en una hoja que en teoría ha de ser reflejo del trabajo realizado por cada alumno o alumna. Aquí empieza parte del lío, cuando intentamos poner número a algo tan abstracto como el aprendizaje, cuando toda una serie de propuestas de mejora, análisis de aspectos positivos o negativos quedan concentrados en un solo número. Es mentira. Siempre será falso, artificial e injusto, pero no queda otra, nos lo exigen cada trimestre y al final del curso. De nada vale decir «son cualitativas, ahora no ponemos número sino sobresaliente, notable, etc». Si decimos que X=1, significa que el valor de X es 1, lo llamemos como lo llamemos. El valor del Insuficiente es un 1. El del sobresaliente es un 9 ó 10. Por tanto, números y letras (en este contexto) significan lo mismo.

Si evaluamos, calificamos, ponemos un número y está por debajo de 5, entonces hay que «recuperar» esos saberes, contenidos, competencias, o como se llamen. Para ello tendremos que plantear ciertas actividades, que a su vez tendrán una puntuación. Pues bien, el lío es tal que hay parte del profesorado que llega a considerar que esto es ilegal, que solo puede haber criterios y no actividades, que no se pueden ponderar, que la inspección educativa no lo admitiría. Pura esquizofrenia y manía persecutoria. Cuánto bien haría a la escuela detener en seco la obsesión por la eficiencia, la tecnocracia y la ciencia ficción, uniendo pensamiento y acción, como proponía Freire. Dejemos que hoy lo exprese Galeano: «los que hacen de la objetividad una religión, mienten. Ellos no quieren ser objetivos, mentira: quieren ser objetos, para salvarse del dolor humano».

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