Cambio de sentido
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Más conocida como poeta y considerada una de las referencias del Movimiento Moderno de entreguerras por críticos tan perspicaces como Cyril Connolly, Edith Sitwell reunía todas las cualidades para convertir las extravagancias de un puñado de personajes disparatados en un ensayo memorable y así lo hizo en Excéntricos ingleses, su libro más difundido junto a la biografía que dedicó a la última monarca de los Tudor, de quien toma su nombre la era isabelina. Sólo alguien que simpatizara vivamente con la anomalía podía captar lo que tienen en común tipos humanos tan distintos y extraordinarios, entre los cuales podría haber figurado ella misma. Miembro de una ilustre familia de la aristocracia y coetánea de los integrantes de Bloomsbury, Sitwell escribió un estudio sobre Alexander Pope, una novela basada en la vida de Jonathan Swift y una autobiografía póstuma, pero quizá sea la mencionada colección, publicada en 1933, la que mejor defina su carácter genuinamente rompedor, tan afín al espíritu de las vanguardias en su versión más lúdica. Nobles, anacoretas, charlatanes, alquimistas, aventureros, naturalistas, literatos, deportistas, petimetres, piratas, los personajes reunidos en la galería aportan un variado e impagable catálogo de manías y rarezas, referidas por la autora en una prosa que rebosa ingenio, ironía, sutileza y cierta amigable crueldad. Sitwell nos habla de la moda dieciochesca de alojar a un ermitaño, de un lord anfibio que decidió que su medio natural era el agua y vivía en una bañera, de un naturalista que se paseaba montado en un cocodrilo o de un historiador cuya necesidad de silencio era tal que su mujer pagaba para ahuyentar a los vecinos. Los ingleses, nos dice, parecen especialmente propensos a la excentricidad, y ella lo achaca en parte a su pretensión de ser infalibles. Es característica de Sitwell su manera de expresar las afirmaciones más chocantes en un tono aparentemente neutro, que relata hechos insólitos sin descomponer el gesto, evitando las palabras consabidas y designando las cosas de un modo alusivo. Gracias a su inteligencia y su talento narrativo, la recopiladora compuso de forma natural y como sin esfuerzo un excepcional repertorio de los desvaríos de la condición humana. No sin razón, Sitwell consideraba que la excentricidad podía ser una suerte de antídoto contra la melancolía. Frente a la uniformidad y el gregarismo, extendidos a las formas convencionales de la transgresión biempensante, hay que celebrar el bienhumorado afán de saltarse la norma.
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