F¿racaso?

10 de julio 2025 - 03:08

Cuando empecé a plantearme qué tema podría tratar esta semana estaba invadido por un enorme pesimismo. Hacía poco tiempo que los medios habían divulgado un penúltimo informe sobre la desigualdad. El impacto que produce esa serie de cifras que muestran cuántas veces tienen más dinero los ricos que la media de las clases medias es brutal; y no digamos si se toman como referencia las clases más desfavorecidas. A uno se le ocurre preguntar que por qué pasa eso, que a santo de qué se da esa diferencia con semejante desfachatez. Los informes hablan del gran abismo que hay entre el norte y el sur; entre países desarrollados y en vías de desarrollo; incluso entre países desarrollados. ¿Dónde se queda eso de que todos los hombres son iguales? Era un principio, un ideal, vamos a llamarlo como queramos. Lo cristalizó la revolución francesa, aunque el cristianismo ya lo tenía en su ideología cuando predicaba que “todos somos hijos de dios”, y en cuanto tales todos iguales. Claro que esto parecía más un “debe ser” que un “es”. Y a lo largo de muchos años tanto cristianos como partidos de izquierda han intentado con prédicas y políticas cepillar con una garlopa las diferencias entre seres humanos y aproximarnos a una cierta homogeneidad. Pero a la vista de que las diferencias no solo no disminuyen sino que incluso se incrementan el éxito no les ha acompañado. Sin ir más lejos, si observamos la situación de los multimillonarios y la comparamos con la de los demás, y miramos a cada una con un ojo, íbamos a quedar estrábicos por completo. Si combatir las desigualdades era un objetivo de las políticas progresistas tenemos que decir que han fracasado. No me vale el contrafáctico de decir que sin ellas estaríamos aún peor. Porque el caso es que las estructuras que sustentan esta sociedad no solo han resistido el tímido embate de las políticas propuestas desde el socialismo, sino que han incrementado su poder. Y así, el fracaso de estas políticas tiene enfrente el éxito de los planteamientos liberales que, aun no detentando el poder político, se permiten el lujo de controlar, y no por detrás, el funcionamiento de la economía; y ésta, por supuesto, a su favor. A veces nos hacen creer que hemos logrado grandes victorias, como la subida del salario mínimo o la posible reducción de jornada. Pero ¿qué impacto tiene esto en la reducción de las desigualdades? La sopa del chocolate del loro.

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