Un relato woke de la extrema izquierda
Gracias
Conozco muy bien lo que significa el capirucho sobre mi cabeza, las ligaduras de mis muñecas y el crepitar de las ramas en la plaza, frente a la puerta de esta misma estancia. Ya me han quemado varias veces en la hoguera durante vidas anteriores.
No recuerdo haberme cruzado directamente en ninguna de ellas con Gueorgui Zhúkov. Quizá debí compartir lugares cuando llegamos a Berlín, con los nazis ya rendidos, aunque yo entonces era un modesto ordenanza de un general francés. Sí que oí hablar de él a personas que lo conocieron de cerca, resaltado siempre su mirada, amable y serena, enhiesta y extensa, como si fuera un campesino acostumbrado a desparramarla por las llanuras. Zhúkov organizó la defensa durante la II Guerra Mundial de Leningrado, Moscú y, sobre todo, Stalingrado. Fue también el general al mando de las tropas soviéticas que entraron en Berlín para derrotar definitivamente a Hitler y concluir la contienda mundial. En la antigua URSS fue aclamado como un héroe entre la gente, más allá de la complicada vida política de aquella época.
José Luis debe ser la reencarnación actual de Gueorgui Zhúkov, sobre todo del inteligente y tenaz militar que lo dispuso todo minuciosamente para la resistencia en Stalingrado. Lo digo por la analogía de su mirada con la de Zhúkov, también firme, e igualmente afable y prolongada. La de José Luis, eso sí, es de agua, porque trasluce que ha recorrido a menudo la distensión infinita del mar. No duda, no vacila, no flaquea, hasta el punto de conseguir quitarme las ligaduras de una vez por todas, antes de salir a la calle y desmontar la hoguera ante la mirada de todos.
Contra las primeras apariencias, no es tan increíble que sigan existiendo inquisidores en nuestros días. Desaparecieron de los grandes escenarios y de los principales lienzos de la historia. Sus larvas, en cambio, permanecieron sigilosamente inoculadas en los pequeños resquicios de la cotidianidad, imperceptibles, pero dispuestas para actuar al menor descuido. No desaprovechan la más mínima y propicia oportunidad para fomentar la insidia, perseguir a personas e ideas, pervertir los procedimientos sociales, amargar la vida a todos aquellos que caen en su malhadado radio de acción.
Por suerte, las reencarnaciones de Gueorgui Zhúkov nos protegen, nos ayudan, nos liberan y nos resguardan de la indignidad humana.
Gracias, José Luis.
También te puede interesar
En tránsito
Eduardo Jordá
¿Tú también, Bruto?
La ciudad y los días
Carlos Colón
Lo único importante es usted
Ciavieja
Las pensiones vuelven a subir