Juventud robusta y engañada

28 de noviembre 2025 - 03:06

Hoy me costará Dios y ayuda, señores, impartir la clase sin que mis palabras trasparenten de alguna manera la aflicción que me embarga al pasar esta página del calendario, que es para mí algo así como la hoja roja del librillo de mi vida. Cumplidos los 65 tacos, ese manijero del mercado global al que nos empeñamos en seguir llamando estado me permite tomar por fin el portante y enfilar la costanilla que conduce al paraíso de cartón piedra de la jubilación. No obstante, intentaré no derramar ni una lagrimilla y os exhortaré a que hagáis lo propio. ¿A qué llorar sobre la leche derramada? Además, si todos los duelos son fugaces, los que son por docentes ni os cuento. A profe muerto, profe puesto.

Sea como fuere, lo más probable, señores, es que me reemplace en el puesto un colega de profesión que no haya acertado a evadirse todavía de las neblinosas batuecas psicopedagógicas al uso y a quien le parezca una aberración el voto quevedesco que yo, en cambio, adopté como divisa vocacional desde mis remotos tiempos de interino: «Yo te enseñaré el mundo como es: que tú no alcanzas a ver sino lo que parece». Mal que nos pese, hemos de reconocer que, salvo atípicas excepciones, los profesores somos leales perros del sistema. El poder sabe que la mentira, esa savia que lo nutre de abajo arriba, llega adonde no alcanza la violencia; que solo se vence allí donde se ha podido convencer; que solo procede sacar los tanques a la calle cuando las redes de internet no pueden pescar las almas desencantadas. ¿No se comprobó en la pandemia que cuatro telediarios reprimen más y mejor que todos los cuerpos, divisiones, regimientos y batallones del ejército juntos? Las serpientes más peligrosas no muerden, seducen con su sofística palabrería. Que se lo digan, si no, a Eva.

Ahora leamos, si os parece, Arrepentimiento y lágrimas debidas al engaño de la vida. Este soneto de Quevedo que quiero que comentéis sin el socorro de la Inteligencia Artificial, viene como anillo al dedo para ilustrar cómo el mal que he descrito resulta tan antiguo como el mundo. Mirad con lupa el segundo verso del segundo cuarteto, un magnífico endecasílabo sáfico donde el poeta lamenta la inadvertida pérdida de su mocedad: La juventud robusta y engañada. Mirad luego vuestra fortaleza de roble y vuestro redomado papanatismo. Y finalmente miradme a mí, que he descubierto el pastel cuando es demasiado tarde para comerlo.

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