Los Maduro

27 de septiembre 2025 - 03:10

Jacope Calvo era un menesteroso zapatero que, mediado el siglo XIV, componía además sus letrillas de aficionado. Más ingenioso con las chanzas que diestro con el metro, sus historietas ocupaban los ratos de descanso de sus vecinos y amigos, reunidos improvisadamente en algún rincón del burgo.

Un infortunado día su nimio arte llegó a oídos de Hugo Maduro, a la sazón inquisidor de la región. Emigrado desde tierras lejanas, se había convertido en el brazo férreo e implacable del Santo Oficio, temido sin distingos entre la población que agachaba la vista solo con imaginárselo. Jacope tuvo la desgracia de no entrarle por el ojo, máxime al enterarse de que descendía de una familia de sefardíes conversos.

Como carecía de acusaciones sólidas, sometió al infeliz zapatero al Juicio de Dios. Frente al suelo con las brasas ardiendo, Jacope se despidió del mundo en silencio y sin letrillas. Pero Nuestro Señor quiso apiadarse del infeliz, y de paso demostrar cuál era la religión verdadera. El zapatero andó sobre la incandescencia como si tal cosa.

Iracundo, Maduro decretó sobre la marcha una nueva condena, esta vez a arder en la hoguera. Eso consumió el último ánimo del infausto Jacope, que llegó a la hoguera ya completamente desvanecido. Enceguecido, Maduro supervisó todos los preparatorios. Incluso empuñó la tea con la que prendió la pira. Pero, de repente, una nube imprevista descargó todo el agua que es capaz de contener el cielo, anegando hasta el aliento de los asistentes.

Fuera de sí, enloquecido, Hugo Maduro empezó a repartir condenas a la hoguera indiscriminadamente. Fue entonces cuando desde el cielo un rayo certero y vectorial impactó sobre sus posaderas. En ese lugar exacto de su fisonomía creció instantáneamente un rabo en espiral. El neo-cerdo salió trotando a cuatro patas, hasta perderse en el horizonte.

A veces la obra de Nuestro Señor se queda incompleta. Por desgracia, Hugo había tenido descendencia. Con el tiempo los Maduro terminaron conformando una saga de seres violentos, falsarios y déspotas, inquisidores reconvertidos en mil oficios, desde presidentes hasta cabecillas de algo. Todos han compartido ese perfil sojuzgador y la protuberancia espiral en sus posaderas, mal camuflada en los ropajes modernos.

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