Vía Augusta
Alberto Grimaldi
La conversión de Pedro
Cuando Hace unos días me encontré por Almería a mi amigo Pepe, que es biólogo en la Complutense o algo así. No nos habíamos visto desde hacía muchos años. Estudiamos juntos 5º, 6º y Preu en “El Celia” y comenzamos juntos en Granada. Él en Biológicas y yo en Químicas. Fue la eclosión de la Biología, pero no gracias a Severo Ochoa, sino gracias a Félix Rodríguez de la Fuente. Ya lo decía Santa Teresa: “Dios escribe derecho, con los renglones torcidos”. Hablando de todo un poco, me contó que uno de sus hijos vive en Madrid, por la zona de la Autónoma, en uno de esos barrios caros de edificios residenciales, todos rodeados de murallas vegetales con mucha vegetación tupida para que desde las aceraas no se vea el interior, todos con piscina y todos con grandes espacios ajardinados donde los niños pueden tomar el sol y la sombra y pueden “fogar” que se decía antes. Pero mira por dónde, en esos edificios tampoco hay felicidad completa. El poco tráfico que hay es, o bien el de los vecinos que guardan el coche en el garaje del edificio o bien el de las furgonetas de reparto de las compras por internet, o los repartidores de comida a domicilio. Nada más. Una delicia. Un páramo de silencio. Pero mira por dónde, el otro día, que fue a ver a sus nietos, se encontró con que la Comunidad había pegado en las columnas de los patios y jardines de los bajos del “complejo habitacional” unos hermosos carteles PROHIBIENDO A LOS NIÑOS JUGAR CON PELOTAS. Estamos hablando “de zagalillos” de 5 ó 6 años. Las razones: estropean la vegetación y hacen ruido. Teniendo en cuenta que los niños juegan a partir de media tarde, y que hoy día son bastante escasos, poco ruido pueden hacer y poco pueden estropear las yedras, que dicho sea de paso, son más salvajes que ellos y lo resisten todo. Estamos en una sociedad que no quiere ni oir la vida. Siempre ha sido una alegría oir gritos de zagalillos jugando. Siempre ha resultado agradable ver y sentir que había futuro. Ahora lo que interesa es disfrutar de otras maneras el presente, a ser posible sin sonido de vida a nuestro alrededor. Mi único comentario fue: “Pepe, eso ya nos pasó a nosotros en Almería, cuando en un magnífico edificio con patio de la calle del Dr. Marañón, también le molestaban nuestros hijos y sus amigos a los vecinos”. ¡Toma progreso!
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