Javier Pery

La mar de teorías cínicas

Con aquellos postulados comunistas bien se entiende el martirio físico que sufrieron muchos españoles en el Siglo XX por odio a la fe y aborrecimiento de la razón

El papel lo aguanta todo. Nada tan cierto y al mismo tan peligroso por el desconcierto que produce la ficción de lo que se dice con la realidad que se vive. Un desbarajuste que, a tenor de lo visto en siglo XX y lo observado últimamente, se alimenta de teorías académicas de ingeniería social, incompatible con la realidad. El papel admite multitud de decretos legislativos, pero la realidad no.

Amantes del saber y buenos pensadores, desde Platón hasta Tomás Moro, describieron ideales de sociedad donde la armonía primaba. Ninguna crítica merece cualquier idea salvo la necesidad de contrastarla con la realidad porque, sin comparación entre teoría y práctica, es fácil caer en la imposición del pensamiento único y en la coacción por imperativo legal. Y ya se sabe a qué lleva ese proceder: el exterminio del disidente, la ruina moral de la sociedad y el colapso económico, por ese orden. Un ejemplo de ello lo tenemos en el comunismo del siglo XX, una teoría dictada por Marx y Engels, convertida por Lenin, Stalin, Pol Pot, Castro, Mao o la dinastía Kim en una sangrienta realidad.

Costó una Guerra Fría de más de cuarenta años para liberar a los cautivos, especialmente de Europa. Una confrontación mucho más cruenta para los sometidos habitantes de los regímenes totalitarios comunistas del Este que para los libres ciudadanos de las democracias liberales de Occidente. Una pugna que, lo dicho, descubrió el fracaso de la imposición de una teoría sin contrastar, convertida en una desastrosa realidad con millones de víctimas en la práctica.

A pesar de ello, me da que en España estamos ante otro ensayo de teoría social para montar un entramado arquitectónico similar, pero con peores previsibles resultados si se toma en cuenta la calidad de los teóricos que la propician. Me refiero a esos promotores, alineados con las Teorías Cínicas que denuncian Pulckrose y Linsay en su ensayo sobre el postmodernismo (sin traducir al español), y cuya maniobra describen certeramente en el subtítulo: "cómo becarios activistas fabricaron todo sobre Raza, Género e Identidad y por qué esto daña a todos".

Por más que el comunismo esté condenado sobre el papel por la sociedad occidental en que vivimos (lo dice hasta la Unión Europea en la Resolución 1481 del Consejo de Europa), por los métodos usados "marcados, sin excepción, por violaciones masivas de los derechos humanos" y "se justificaron en nombre de la teoría de la lucha de clases y del principio de la dictadura del proletariado", se repiten aquí envueltos en otros colores.

Hoy, los becarios universitarios llegados a la política española, plagian de todo, incluidas las ensoñaciones comunistas de "lucha de clases" y "dictadura del proletariado" y las parafrasean para definir inexistentes "géneros" a los que poder enfrentar entre sí y someter a sus disidentes a una falsaria "justicia social" de insolventes tribunales mediáticos y comisiones parlamentarias, con la prestablecida pena de "muerte civil".

Así, a este postmodernismo académico, cargado de relativismo, creador de falsas verdades a partir de las mentiras de muchos y desmantelador del sistema social existente para imponer el suyo, merece la pena descubrirle las trampas como: la existencia de tantos sexos como comportamientos, la coacción lingüística para identificar a disidentes, la supresión del derecho universal a la vida para inventar otro particular al aborto, la degradación del concepto de familia, o la intromisión continuada en la vida privada para uniformar el pensamiento, encarcelar la libertad de expresión y quebrar la igualdad de trato.

Con aquellos postulados comunistas bien se entiende el martirio físico que sufrieron muchos españoles en el Siglo XX por odio a la fe y aborrecimiento de la razón y, con el plagio postmodernista de los cínicos de hoy, se comprende la persecución que hoy se lleva a cabo por las mismas razones.

Como sucediera antes en la historia, el silencio de los mansos amplifica el grito de los iracundos, sin que por ello la verdad les acompañe ni la razón les sustente. Ni que decir tiene que, en este mar de teorías cínicas que abren vías de agua en la sociedad, hay que tener la certeza de salir a flote con la verdad que nos hace libres y la fe que amparará nuestra razón.

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