La cuarta pared

Aquellos maravillosos años

Papeleras, buzones, o bolardos de hierro fundido con capas de pintura que se cuentan por docenas

Creo que me estoy haciendo mayor. Siempre me he visto como un chaval, mentalmente anclado en la post adolescencia. Y a pesar de que el pelo se me cayó hace algún lustro, me cuesta verme y reconocerme como adulto. La semana pasada acudí a Granada a un curso de arquitectura pericial organizado por los Colegios de Arquitectos de Granada y Almería y reviví por un instante aquella época tan lejos ya en el tiempo pero que para mí fue ayer. Puede que mi subconsciente tuviese algo que ver, pero quiso la casualidad que el pasado viernes a primera hora, el trayecto que realicé a pie desde la parada de metro hasta la preciosa plaza de San Agustín, me hiciese recorrer parte del camino que, durante mis años de carrera, hice a diario para ir a la Escuela de Arquitectura. Al pasar por delante del Isabel la Católica, mi colegio mayor, camino de la Calle de San Jerónimo por unos instantes reviví aquella época.

Por fuera, el Mayor conserva el mismo espléndido aspecto de entonces, con su monumental escalinata de acceso y su capilla exenta con campanario. Sé que el colegio ha sido objeto de reforma integral. Las habitaciones tendrán hasta cuarto de baño, y probablemente la calefacción funcionará, pero creo que aún conserva esa esencia original y esa solera que ya tenía cuando yo pasé por allí a mediados de los años 90 del pasado siglo. Y es que los edificios, y por extensión las ciudades, a pesar de las transformaciones y adaptaciones a las circunstancias que los tiempos les imponen, acaban teniendo personalidad y esencia. Esto, a veces, uno lo percibe con el olor de un simple visillo en la ventana de la casa en la que pasabas los veranos de pequeño, o como me sucedió a mí el viernes pasado, al contemplar la imponente presencia del Mayor en lo alto de su basamento. Veo con envidia cuando tengo la ocasión de viajar, cómo se cuidan y se mantienen las ciudades por ahí fuera. Cosa que no está reñida con la modernidad o la renovación cuando es necesaria. Cada vez que voy Londres y veo las papeleras, buzones, o bolardos de hierro fundido con capas de pintura que se cuentan por docenas y luego vuelvo a casa, y veo como las farolas duran aquí 3 telediarios se me cae el alma a los pies. Tal vez, no podamos comparar Almería con Granada en lo que a monumentalidad y grandeza se refiere, pero su casco histórico y su centro merecen una mejor atención y mimo para que no termine de perder esa esencia que encadenará a las generaciones pasadas y venideras a través de sus recuerdos.

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