Ni es cielo ni es azul
Avelino Oreiro
Se adelantó el invierno
En el corazón de un grandioso paisaje dos hombres libran una lucha a muerte, hasta el final, sin tregua ni alternativa. Sumergidos hasta las rodillas en el fango; prisioneros de un lugar, parte de un todo. No sabemos el motivo del enfrentamiento; lo cierto es que no hay esperanza en este ritual primigenio de destrucción, mutua e irreversible. El lugar, suyo y nuestro, es un profundo valle entre montañas; la luz de la tarde avanzada y el paso de las nubes, trágico y ancestral. Un escenario bellísimo de grandes líneas, cuyos arabescos abrazan y acogen a los dos hombres haciéndolos parte de la misma naturaleza; sitio para la vida, para la destrucción y para la muerte. El movimiento de los luchadores está contemplado como a cámara lenta, un instante congelado, fotograma de una secuencia repetitiva; una especie de canon. Sus posturas están perfectamente sincronizadas con los ritmos del paisaje; nubes y montañas se mueven con los brazos y los garrotes al unísono en perfecta armonía. La imagen es terrible a nuestros ojos pero al mismo tiempo de una belleza sublime. Al margen de la ética antropocéntrica que enmarca todo juicio, parece sugerirnos que la naturaleza no tiene ética, y que la destrucción, la crueldad y la muerte forman parte de su existencia de contrastes, del engranaje inherente a la vida; inexorable, por tanto. Que, en el fondo, da todo igual, que somos una pequeña parte de la gigantesca indiferencia del universo y su devenir, movido por un mecanismo amoral, caótico. Igual suerte espera al perro que, angustiosamente, saca la cabeza del fango, corriente que lo arrastra, para tomar aliento y apurar hasta el final su última energía. Todo en vano; será irremediablemente arrastrado y aniquilado. Su cuerpo formará parte de la tierra de la que surgió. Sobre su cabeza, el inmenso fondo de la nada indica que no hay salvación ni esperanza que venga desde arriba. El can es arrastrado por la corriente igual que el viento mueve las nubes o el agua de lluvia limpia surcos y valles; es la suprema indiferencia del cosmos, brutal e inexorable. Así como todo se mueve sin predeterminación ni plan divino, fluir impredecible, las especies actúan por simple supervivencia o voluntad de dominio y supremacía; así como unas sirven de alimento a otras y se destruyen recíprocamente individuos de una misma especie, el hombre hace lo propio en su condición que es idéntica a la generalidad del mundo; destructor del entorno y Saturno para con los suyos.
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