La esquina
José Aguilar
Yolanda no se va, se queda
Amagnus, el ayudante principal de Papá Noel, lo acababa de detener la guardia élfica. Estaba acusado de cobrar comisiones ilegales por la compra de ingentes partidas de líquenes para, supuestamente, alimentar a los renos. Bajo cuerda los vendía a los laboratorios farmacéuticos y a las fábricas de tintes y perfumes. Eso explicaba el semblante famélico de los pobres renos durante los últimos años, incapaces de ponerse en funcionamiento para cumplir con su misión anual.
Papá Noel estaba desolado. Se sentó un instante en su sofá, tratando de tomar resuello y sobreponerse. Sonó el teléfono. Era para comunicarle que Rudolph y Dasher, sus renos más queridos, habían sido apartados de la manada, acusados de acosar sexualmente a todas las hembras que se les cruzaban.
Le dio un vahído, le empezó a temblar el pulso, por un momento tuvo la certeza de que una fuerza cósmica los había cambiado de ubicación y los había trasladado a España. Esas son las cosas que habitualmente suceden allí, según contaba la prensa. Se levantó precipitado del sillón y a tropezones llegó hasta el ventanal del salón. La realidad era más blanca, más gélida, más escandinava y, en el fondo, también más compleja y hasta más cruel. Acababa de caer en la cuenta de que todo eso eran universales del mundo, sin distingos, al que él llevaba regalos todos los años.
Cayó en un comprensible desánimo profundo, atenazador, bloqueante. Pensó en pedir consejo a sus principales colaboradores. Pero los Zwarte Pieten holandeses parecían estar ilocalizables. Con sus trajes brillantes y sus pelucas rizadas se maquillaban de negro para camuflarse entre las chimeneas. Así entretenían a los niños traviesos para que no entorpecieran a los elfos. Probó luego con Knecht Ruprecht que debía estar en Alemania o en Austria. Debería haber terminado de castigar a los niños malos con su látigo y su saco. O lo mismo es que esta vez hay tantos niños malos que no ha podido parar desde el seis de diciembre. Localizar a los Nisser de Noruega y Dinamarca ya es más complicado porque viven en las granjas, diseminadas por el campo nórdico, siempre tan frío y tan oscuro.
Un tanto confuso, optó por inhibirse un rato. Encendió la televisión. Era la hora del noticiero. En portada, Telepolonorte anunciaba que los Zwarte Pieten, Knecht Ruprecht y los Nisser habían sido detenidos esa misma mañana.
Los acusaban de ser los cerebros de una red internacional de tráfico de estupefacientes y blanqueo de capitales que actuaba a escala gigantesca una vez al año.
Al rato, envuelto en su anorak negro, bajó la persiana de su casa y echó el cierre, antes de empezar a andar hacia el horizonte con un pequeño petate, sin una dirección previsible o conocida. Por suerte para la Navidad, siempre quedan los hologramas de Papé Noel, de los renos, de los elfos y de todos su ayudantes, además, como es natural, de los imprescindibles centros comerciales.
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