Un relato woke de la extrema izquierda
Puro Berlanga
No sé cómo acabará la vista contra el fiscal general del Estado, pero lo que estamos viendo en las sesiones celebradas ante el Tribunal Supremo se parece más a una película de Berlanga que a un juicio en toda regla. El origen de la historia es que el Ciudadano Particular pareja de la presidenta de la comunidad de Madrid, una señora con mucho poderío, se forra con el negocio de las mascarillas durante la pandemia, lo que requiere el pago de un impuesto cuantioso, que el sujeto obligado trata de evadir practicando algunas triquiñuelas. Cuando la Agencia Tributaria descubre el presunto fraude, el jefe del gabinete de la señora presidenta de Madrid, sale a escena y declara que, para evitar que el Ciudadano Particular acabe en el talego, la fiscalía le ofrece la oportunidad de practicar un acuerdo con Hacienda, previo pago de la cantidad correspondiente. Acto seguido, aparece la presidenta de Madrid y afirma que es Hacienda quien le debe una pasta a su pareja que, si no recuerdo mal, asciende a la cantidad de 600.000 euros. Luego se descubre que las declaraciones de la presidenta de Madrid y de su jefe de gabinete, que pretenden negar o aliviar el presunto fraude cometido por el Ciudadano Particular, son un bulo. Lo cierto es que el ofrecimiento de llegar a un acuerdo con Hacienda, parte del abogado del Ciudadano Particular y no produce efectos porque, al parecer, no cumple los requisitos. Con toda esta historia representada a bombo y platillo, resulta que se interpone una denuncia contra el fiscal general del Estado por haber filtrado el correo del abogado del Ciudadano Particular admitiendo la comisión de dos delitos contra la Hacienda Pública. Se inicia un procedimiento y al cabo de un año se está celebrando el juicio, sin que hasta la fecha se haya aportado una prueba que demuestre que el fiscal general filtrase el correo de marras. Se personan en la vista como testigos de la acusación, el jefe del gabinete y el Ciudadano Particular, los dos personajes principales de esta historia pintoresca. El jefe del gabinete testifica como prueba fehaciente que le sobra intuición para acreditar la culpabilidad del encausado, puesto que así se lo garantiza su condición de periodista y el hecho de no ser notario. El Ciudadano particular, sin necesidad de ninguna prueba que lo demuestre, tiene muy claro que el fiscal general filtró el correo que le ha matado públicamente y no sabe si suicidarse o largarse de España. Puro Berlanga.
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