NOTAS AL MARGEN
David Fernández
Un milagro por Navidad: salvemos al país
Desde el Comité Central tuvieron que enviarnos a camaradas con jerarquía para aclararnos bien las cosas de una vez. Éramos demasiado jóvenes como para admitir sin más que, de repente, dejábamos de ser republicanos. La mayoría de nosotros no lo entendió entonces. Algunos seguimos sin hacerlo todavía hoy, medio siglo después.
El caso es que nos vimos enfrentados a nuestra peor pesadilla, una monarquía con un Borbón al frente, ni más ni menos que un descendiente directo de Fernando VII, Isabel II o Alfonso XIII, además de hijo político de Franco.
El principio resultó desolador. Nuestros compatriotas parecían encantados con aquel monarca que tanto divertimento les proporcionaba. De inmediato se convirtió en una estrella mediática. Se contaban sus chascarrillos, se celebraban sus juergas, se enorgullecían de sus correrías de faldas. Todo en él resultaba tan simpático que los cómicos pugnaban por imitarlo. Hubo incluso un columnista que lo rebautizó como Campechano I. Aquello tenía aroma a zaguán del apocalipsis: el país entero se había convertido en monárquico acérrimo.
Cuando todo estaba perdido, se encargó de insuflarnos ánimo. Su contribución a la III República ha sido por completo encomiable. Empezaron a aparecer los escándalos, se conocieron las cacerías, se destaparon las comisiones y los olvidos fiscales. Incluso su hijo hubo de desterrarlo. Su última contribución impagable al advenimiento republicano ha sido su libro, Reconciliación, con vídeo promocional incluido.
Me molesta el libro en sí mismo, pero sobre todo me ofende que trate de apropiarse de una realidad que nos pertenece a todos como pueblo. La reconciliación fue cosa de los políticos capaces de consensuar más allá del enfrentamiento, de los profesores que desterraron a los sepulcros blanqueados del Franquismo, de Tarancón y su prelados contestatarios, del Sindicato Unificado de Policía que se negó a seguir siendo los grises, del grupo de militares que abandonó el golpismo, de tantos y tantos ciudadanos de a pie que renunciamos a parte de nuestras creencias para convivir con nuestros vecinos. No sé si todo esto lo tenían previsto desde el Comité Central. Si fue así, desde luego, eran unos genios de la estrategia, aunque me malicio que no llegaban a tanto
También te puede interesar
Lo último