OPINIÓN | Luces y razones
Antonio Montero Alcaide
Las cosas del querer
La guerra en Gaza e Israel ha vuelto a mostrar lo peor del ser humano: el odio, la venganza, la destrucción. Pero también ha revelado lo mejor: la compasión, la resistencia, la fe. En medio del horror, muchas mujeres católicas y de otras confesiones están alzando la voz, ofreciendo consuelo, y trabajando por la paz desde la fe y el compromiso. Las mujeres no son ajenas al sufrimiento. Lo han vivido en sus cuerpos, en sus familias, en sus comunidades. Pero también han sido sembradoras de esperanza. En Tierra Santa, religiosas católicas permanecen en hospitales, escuelas y parroquias, cuidando a los heridos, consolando a los que lloran, y ofreciendo espacios de oración y refugio. Su presencia silenciosa es un testimonio de paz en medio del caos.
La guerra en Gaza e Israel nos enfrenta, una vez más, al abismo de la violencia y la deshumanización. Miles de muertos, millones de desplazados, niños sin refugio, mujeres sin protección. Y en medio de este drama, España ha decidido tomar partido con una serie de medidas que, aunque presentadas como humanitarias, no están exentas de carga ideológica ni de oportunismo político.
La paz no se construye desde la confrontación ni desde el uso partidista del sufrimiento ajeno. La paz exige verdad, justicia, diálogo y humanidad. Y, sobre todo, exige coherencia. No basta con condenar a unos y exonerar a otros. No basta con gestos simbólicos si no van acompañados de una defensa real de los derechos humanos, sin doble vara de medir. Las mujeres sabemos que la paz no es una consigna. Es una vocación. Y en este conflicto, como en tantos otros, son las mujeres —madres, voluntarias, religiosas, cuidadoras— quienes sostienen la vida en medio del horror. Ellas no aparecen en los titulares, pero son las que alimentan, consuelan, protegen y reconstruyen. Son las verdaderas artesanas de la paz.
Desde el Foro Mujer Sociedad, defendemos ese modelo: el que pone a la persona en el centro, el que no instrumentaliza el dolor, el que busca soluciones reales y duraderas. Y como mujeres comprometidas con la verdad y la dignidad humana, no podemos callar ante el uso político de una tragedia. La paz no se impone desde arriba. Se construye desde abajo, desde el respeto, desde la escucha, desde la compasión. Hoy más que nunca, necesitamos voces femeninas que hablen con firmeza, pero también con esperanza. Porque cuando las mujeres se unen, no solo denuncian: proponen caminos de reconciliación.
Y eso, en tiempos de ruido y polarización, es un acto profundamente revolucionario.
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