Los últimos escalones

22 de agosto 2025 - 08:40

Ochenta y nueve, noventa, noventa y uno. Kepa está mucho pero que mucho más viejo que Begoña, su madre. Santo cielo. Y eso por no hablar de la chola. Él recuerda su nombre, Kepa, me llamo Kepa, pero que nadie le inquiera sus apellidos, el pobre se queda in albis. Begoña se pregunta dónde se sedimentarán los conocimientos que a Kepa le erosiona día a día la demencia. Tú te apellidas Elizalde Portuondo ¿me oyes? Elizalde Portuondo. Según descienden las Calzadas de Mallona, que comunican la Basílica de Begoña con la plaza de Miguel de Unamuno, en el casco viejo de Bilbao, madre e hijo numeran en voz alta los escalones, pausando la cuenta en los rellanos. Ciento quince, ciento dieciséis, ciento diecisiete. Arriba, en la basílica, Kepa y Begoña han oído misa, cantado a la Amatxu, comido talo con chorizo en uno de los puestos de la feria y visto al alcalde bailar el aurresku de honor, al son de txistus y tamboriles, en la nueva plaza de Juan XXIII a espaldas del templo. Como el sol quemaba, el público se llevaba las sillas plegables a la sombra de los magnolios y desde allí, aunque a cierta distancia, total, para lo que hay que ver, presenciaba la desmañada danza del regidor, trémula de lorzas y refrenada por el temor a joderse la cadera. Doscientos veinte, doscientos veintiuno, doscientos veintidós. Begoña miraba aquí y allá el agitado aleteo de los abanicos, esas mariposas mancas del verano, dando aire a unos rostros angulosos, verticales, solanescos, entre los que detonaba el de Kepa: su cara aplanada, su nariz pequeña y chata, las bridas mongólicas de sus ojos, su labio belfo, su enorme lengua, su cuello de piloto de Fórmula 1. Doscientos sesenta y ocho, doscientos sesenta y nueve, doscientos setenta. Madre e hijo no han faltado a la basílica ni un solo 15 de agosto desde que hace cincuenta años Begoña presentó a la virgen su bebé con síndrome de Down. A sus ochenta años recién cumplidos Begoña ha sacado en limpio que la gente huye de dos cosas: la verdad y la desgracia. Sabe que la naturaleza envejece prematuramente a estos inocentes para que no sobrevivan a sus progenitores. Pero, en cualquier caso, este año ha pedido a la Señora que, por favor, le conceda vida suficiente como para cuidar a Kepa hasta poder darle tierra. Abandonarlo sería para ella algo peor que el infierno. Trescientos veintiuno, trescientos veintidós, trescientos veintitrés. Último escalón.

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