La cuarta pared

El vientre del arquitecto

En la escuela de arquitectura te enseñan a olvidar lo previamente aprendido, a cuestionarlo todo

Los arquitectos a lo largo del desarrollo de su carrera profesional atraviesan por diversos estadios o etapas. Esto se puede generalizar a la práctica totalidad de las disciplinas creativas, pues la madurez y las tablas del oficio se van adquiriendo a saltos más o menos prefijados, convirtiendo parte de la energía germinal del que se inicia, en solvencia y experiencia intuitiva para dar respuesta a retos y problemas siempre complicados.

Lo que sucede, es que en el caso del arquitecto, este se mueve a caballo entre dos mundos, sin dejar de posar un pie en cada uno de ellos. La arquitectura como disciplina eminentemente pragmática y material y que se ha de someter a las leyes de la naturaleza y la sociedad, y la arquitectura como disciplina humanista o artística, que por contra suele abjurar de toda atadura con la realidad, pues aspira a cuestiones más filosóficas o metafísicas.

Esta dualidad tan compleja, no se da en otras disciplinas, o al menos no de forma tan marcada. El ingeniero tratará de resolver un problema de la forma más eficiente y elegante posible (y por ende, bella), mientras que el pintor se preocupará de realizar un ejercicio intelectual sin más limitación que el tamaño de su lienzo o los colores de pintura de los que disponga (y a veces, ni eso).

La formación clásica del arquitecto pretende potenciar esta segunda cualidad sobre la primera, en el convencimiento de que la realidad ya se encargará de doblegar las ansias creativas del joven Vitrubio. En la escuela de arquitectura te enseñan a olvidar lo previamente aprendido, a cuestionarlo todo. ¿La gravedad? Un estorbo, ¿La economía, o las normas? Ya habrá tiempo.

Y esto, lejos de ser una crítica, en mi opinión es algo del todo necesario. La arquitectura cobra su sentido precisamente en esa búsqueda inconformista que implica dar un paso más allá de la mera resolución de un problema mecánico. Para llegar a pintar un buen cuadro, a veces hay que buscar los bordes del lienzo y encontrar la forma de traspasarlos, y para ello es necesario trabajar con otras leyes, menos empíricas y más del campo de las ideas y las sensaciones. Peter Greenaway, en su película "El vientre del arquitecto", se acerca de forma muy personal a este complejo mundo interior de un arquitecto que siente que su aventura se acaba sin haber podido completar sus expectativas de desarrollo profesional.

La clave está en lograr el equilibrio entre morir de éxito, o perderse en el mar de la frustración de la incomprensión.

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