Tribuna

Javier Pery Paredes

Almirante retirado

Corsarios

La piratería nunca se erradicó de la realidad marítima. Tanto es así que Naciones Unidas mantiene un comité dentro de la Organización Marítima Internacional dedicado a ello desde 1958

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La piratería nunca se erradicó de la realidad marítima. Tanto es así que Naciones Unidas mantiene un comité dentro de la Organización Marítima Internacional dedicado a ello desde 1958. Durante décadas, el fenómeno del pillaje en la mar estuvo alejado de la opinión pública española porque, simplemente, las cosas de la mar se entienden poco y se dan por hechas. Nunca faltan ni mercancías en los comercios, ni "pescao" en los "mercaos". Tan sólo de vez en cuando, en las páginas de algún periódico especializado, aparece la noticia del asalto a un buque en los estrechos de Malaca, una anécdota para el gran público por lo dicho y porque coge muy lejos. Sin embargo, la geografía de la piratería se aproxima paulatinamente, del sureste asiático al Océano Indico y... cada vez más cerca.

Aunque una fuerza naval multinacional liderada por los Estados Unidos de América operaba en aquel océano desde 2002, el abordaje y saqueo de buques del Programa Mundial de Alimentos y de la Misión de la Unión Africana para Somalia fue el detonante para que la Unión Europea pusiera en marcha en 2008, por primera vez y por sí sola, una operación marítima de significativa entidad, la Atalanta, en cuya iniciativa tuvo mucho que ver España. Hasta el punto de darle nombre, el de uno de los leones (o debería decir leona metamorfoseada) que tira del carro de Cibeles, los mismos que custodian la puerta del Congreso de los Diputados en Madrid y que, por haber cometido sacrilegio en casa de la diosa tierra, fueron castigados a nunca poder cruzar sus miradas (¿una metáfora de lo que sucede hoy?). El peligro para los buques que transportaban ayuda humanitaria por la cuenca somalí se expandió progresivamente. De apenas actuar a unas millas de costa, pasó a la alta mar y a las costas de Arabia y la India. Se convirtió en un riesgo cierto para el trafico mercante y para la pesca del atún de aleta amarilla. Para los españoles, los asaltos a los atuneros "Playa de Bakio" en abril de 2008 y "Alakrana" en octubre de 2009, pusieron ante la opinión pública española la existencia de la mar existía y lo caro que es pescar. Por añadidura, habría que acordarse del secuestro del patrón y el contramaestre del "Vega-5", pesquero mozambiqueño asaltado en las Navidades de 2010 y que los piratas convirtieron en buque nodriza para sus fechorías hasta que la Marina india lo interceptó y lo hundió en mayo de 2011. Ya se sabe que, por lo escaso de la flota española y la conveniencia de matricular los barcos donde se paguen

poco impuestos y se hagan grandes concesiones, los marinos civiles españoles tienen que enrolarse bajo otras banderas. Los piratas actúan por centa propia y, con la misma celeridad que obtienen el botín, lo gastan. Sin embargo, en Somalia, cambiaron con los años. Dejaron de actuar por cuenta propia. Indocumentados, desgraciados y arrinconados en las playas de Garacad, Haradere, Mogadiscio o Kismaayo, se convirtieron en asalariados locales de "señores de la guerra" y de otros, todavía menos señores, emboscados en otras partes del mundo. Así, los piratas se volvieron corsarios, vasallos por cuenta ajena, con una patente, un permiso para asaltar y saquear, y un sueldo para actuar en nombre de otros. En nuestra sociedad, la piratería toma otro significado, el asociado a la apropiación de lo ajeno, ya sean ideas o bienes materiales. Hoy se navega por un mar virtual, el ciberespacio, y los piratas se cuelan por los puertos de los ordenadores para arrasar con todo lo que encuentran dentro. Y, como en la alta mar, donde todo es de todos y nadie es dueño de nada, la red internacional de comunicaciones, la Internet, se hizo lugar para piratas informáticos, al modo de los de verdad, esos de fusil de asalto, bote con potentes motores fuera-borda y alucinados con hojas de Cat, pero esta vez con los dedos sobre el teclado a modo de gatillo, poderosos ordenadores en vez de esquifes y alucinados por el éxito de ser reyes en el universo excéntrico de "frikilandia". Pero, como en la realidad marítima, los piratas informáticos se convirtieron en corsarios virtuales en las redes sociales, recibieron "patente de corso" y armas informáticas para actuar en nombre de otros a cambio de una parte del botín. Y lo malo es que, como sucedió en la mar, a los españoles les cuesta mucho darse cuenta de lo cerca que están y del peligro que corren sus posesiones, incluidas sus libertades.

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