La España de Caín ha vuelto
Resulta difícil no sentir tristeza al contemplar el estado actual de nuestra vida pública. No es solo la polarización lo que hiere; es el odio cultivado con esmero, abonado por quienes deberían servir al bien común y sin embargo diariamente promueven el frentismo revanchista y cainita , el viejo demonio español que ha sido invocado otra vez por políticos irresponsables que buscan desesperadamente su permanencia en el poder. El responsable de este aquelarre no es otro que José Luis Rodríguez Zapatero. Fue él quien urdió la Ley de Memoria Histórica primero y la de Memoria Democrática después. No para reconciliar, sino para reabrir heridas. No para esclarecer la verdad, sino para fabricar una mitología política útil para dividir a los españoles y fidelizar al electorado más sectario de las izquierdas irredentas. Los políticos de la transición, el PSOE entre otros, trazaron un futuro con la luz de la concordia, el reencuentro, la paz definitiva entre las dos Españas que profetizó Machado. Zapatero decidió revolver en las fosas del pasado, no para honrar a los muertos sino para manipular a los vivos. Y así lo declaró sin rubor abriendo una brecha insalvable entre “buenos” y “malos”. Como si eso fuera un trofeo declaró a Iñaqui Gabilondo en las elecciones de 2008. “Al PSOE y a mi nos conviene que haya tensión”.La concordia entre los españoles no era buena para las expectativas de un político zafio y vengativo. Desde entonces hasta ahora la tensión ha aumentado a niveles tóxicos, las redes sociales son el estercolero de los peores instintos y en la sociedad el fantasma del rencor ha avivado rencillas y relatos de la España negra señalando de manera preocupante la imposibilidad de reconciliar a los españoles. La Transición con todas sus imperfecciones había sellado un pacto tácito entre los españoles; enterrar el hacha de guerra, reconocer errores de los dos bandos y mirar adelante con las heridas cosidas a la espalda. La España del 78 no fue una obra perfecta, pero sí un logro histórico; logró que quienes se batieron en una guerra atroz y sus descendientes se dieran la mano participando en un país alegre con la bandera de la libertad en manos de todos. Zapatero lo dinamitó y Pedro Sánchez, su alumno más aplicado, ha convertido esa estrategia en un manual de degradación del Estado. La izquierda actual ya no gobierna con el BOE, gobierna con la amnesia selectiva, la propaganda y la agitación. Y la derecha, impotente, reacciona con torpeza y a menudo atrapada en un complejo de culpa o de patético silencio . Hoy asistimos a una crispación inédita desde los años de la Transición. La política se ha convertido en una jauría sin normas, sin educación y sin respeto. El adversario ya no es un competidor, es un enemigo a destruir. Basta con asomarse a las redes sociales para comprobarlo; insultos, amenazas, linchamientos digitales. El clima irrespirable ha calado en la sociedad como una lluvia fina que termina empapando de negrura el alma de los ciudadanos. La familia, el trabajo, la amistad, todo se ve contaminado por esta atmósfera inquisitorial, donde solo cabe la obediencia ciega a un dogma, el único dogma posible, que dicta quien ostenta un poder autocrático Es cierto que la política por definición implica diversidad, no necesariamente conflicto. Pero en democracia el conflicto debe estar enmarcado en el respeto a la Constitución y el Estado de Derecho. Lo que hoy vivimos en España es otra cosa, es una erosión sistemática del Estado de Derecho, una ocupación partidista de las instituciones, una demolición de los contrapesos que garantizan la libertad. El Tribunal Constitucional ha sido convertido en una agencia auxiliar del poder ejecutivo. El Parlamento se ha vaciado de contenido y el Gobierno legisla por decreto. El Ministerio Fiscal, en vez de ser garante de la legalidad, actúa como escudero del presidente, su entorno familiar y miembros y socios del Gobierno. Y como colofón, se pretende amputar la acción popular para blindar la corrupción institucional; la impunidad, ese puerto deseado por todos los corruptos. España no es propiedad de ningún partido ni de ningún presidente. Los españoles decidieron reconciliarse aprobando y celebrando al Constitución de 1.978, y quienes pretendan resucitar el guerra- civilismo, literal o simbólicamente, están atentando contra la convivencia que tanto costó construir. No hay evidencia que la actual oposición este preparada intelectualmente y con la energía política necesaria para el reto colosal que habrá de enfrentarse en un futuro próximo, pero algo será inevitable; revertir la degradación del Estado, de sus Instituciones y Organismo públicos, recuperar la confianza en la democracia y en el orden constitucional tan denostado ahora. En definitiva, reinstaurar un régimen político realmente democrático basado en la separación de poderes y el orden constitucional. La obligación moral y política de todos los españoles consistirá en recuperar los valores que ampara la Constitución; alejar la sombra de Caín como objetivo ineludible.
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