El 9 de diciembre de 1948 la Asamblea General de Naciones Unidas aprobó la Convención para la Prevención y Sanción del Delito de Genocidio, que es un documento que entró en vigor el 12 de enero de 1951 en el que se reconoce el genocidio como un delito perseguible por el derecho internacional. Así mismo, nuestro diccionario recoge esta palabra y la define como “exterminio o eliminación sistemática de un grupo humano por motivo de raza, etnia, religión, política o nacionalidad”.
Este vocablo surgió en la segunda guerra mundial cuando en agosto de 1941 el primer ministro británico Winston Churchill definió los horrores infligidos por los nazis como “un crimen sin nombre”. El jurista polaco Rafal Lemkin decidió idear un nombre que definiese los crímenes nazis, acuñando para ello el término “genocidio” y siendo el principal impulsor de que fuera reconocido como delito por el derecho internacional. La palabra genocidio apareció definida por primera vez en su libro “El poder del Eje en la Europa ocupada”, publicado en los Estados Unidos en 1944, nación a la que Lemkin logró escapar de la persecución nazi en 1939, en la cual murieron 49 de sus familiares.
Dado el origen de esta palabra y su significado, habría que considerar si es aplicable hoy en día al caso palestino. Si la respuesta es sí, deberíamos igualmente emplearlo para describir las matanzas cometidas contra los cristianos, tanto en Asia como en África. De hecho, la Resolución del Parlamento Europeo 2016/2529, declaró genocidio la actuación del Dáesh contra las minorías (entre ellas, la cristiana); de igual modo se pronunció en resolución de 4 de marzo de 2016 la Cámara de Representantes de Estados Unidos. Siendo así reconocido el genocidio de cristianos por grupos terroristas de origen yihadista, resulta sorprendente el silencio político y mediático ante estas masacres contra los cristianos, con la manifiesta ausencia de condena pública por parte de aquellos que lamentan día tras día el aumento de muertos de otras confesiones religiosas, especialmente la musulmana, sin llegar a comprender por qué este silencio por parte de las sociedades de mayoría cristiana a la hora de denunciar estas persecuciones.
En Europa y Estados Unidos estamos presenciando manifestaciones por la muerte de palestinos en Gaza que están siendo utilizados como escudos humanos por la organización terrorista Hamás, Naciones Unidas está realizado investigaciones y centrando su ira en Israel por defenderse a sí mismo de la misma organización terrorista, pero el asesinato de miles y miles de cristianos se recibe con indiferencia.
La cristianofobia de los extremistas musulmanes que masacran a cristianos en Asia y África es fundamental en una ideología totalitaria que tiene como objetivo unificar a los musulmanes de la Umma (la comunidad musulmana) en un califato, tras destruir las fronteras de los Estados nacionales y liquidar a los “no creyentes”: judíos, cristianos y otras minorías, así como a los “apóstatas musulmanes”. Y en este drama, Nigeria está ahora en la primera línea, siendo en la actualidad el lugar más mortal del mundo para ser cristiano, donde se está cometiendo un genocidio con ellos, intentando desplazarlos, quitarles sus tierras e imponiéndoles la religión musulmana a los llamados infieles y paganos.
El 8 de febrero de 2024, el Parlamento Europeo condenó la violencia contra los cristianos en Nigeria, denunciando que desde 2009 52.000 cristianos han sido asesinados en esa nación, en el que 18.000 iglesias y 2.200 escuelas cristianas han sido destruidas. Inexplicablemente, el texto aprobado evitó el término “genocidio”, a pesar de que las características de esas masacres se corresponden de forma precisa con la tipología que el Estatuto de Roma de la Corte Penal Internacional atribuye a ese tipo de crímenes. Hay que señalar que el presidente de Nigeria es el musulmán Bola Tinubu, que gobierna Nigeria desde 2015 y que es miembro consultivo de la Internacional Socialista.
Las naciones occidentales hemos abierto las fronteras sin dudar a los refugiados de las naciones musulmanes que huyen de la guerra, de la miseria u otro tipo de circunstancias, pero sin embargo nuestra solidaridad es discriminatoria, ya que no mostramos la misma actitud por los cristianos perseguidos en Asia y África. Y también somos discriminatorios a la hora de hablar de genocidio, sin esperar al dictamen de la Corte Penal Internacional.