La tribuna

Juan Martínez

Stultus semper limites ignorat

Stultus semper limites ignorat
Stultus semper limites ignorat

04 de julio 2025 - 03:06

En un condado corrupto, allá por las Españas otrora poderosas y hoy arruinadas, apareció un joven, dentro de una familia de trileros que vivió su niñez y especialmente su juventud, entre rufianes, pícaros y prostitutas, - no en vano se relacionaba con familias propietarias de abundantes casas llanas, de las llamadas por Quevedo “Mesón de las ofensas” – aprendió el oficio del trileo y la mentira con tal aprovechamiento que podía engañar a diez memos a la vez, pasando la bolita de nuez a nuez, sin ser descubierto, llegando hasta a trabajar sin “ganchos” y al arribar el tonto de turno, le vaciaban de maravedís la bolsa, era coreado por rateros, macarras, alcahuetas y meretrices, habituales en el Madrid, - antaño denominado del mariconeo, palabra proscrita hogaño; pues, toda abundancia, implica hábito y costumbre - que creían sus patrañas y, de esa guisa, el doncel, se convirtió en el guiñol de quienes pensaron sustituir al viejo conde Don Casto, ya decrépito y sin descendencia, por el joven Perolo, apodado “El Guapo”. El joven Perolo, aceptó el reto, asociándose con una aventajada del trinque doctorada en la escuela sevillana de Monipodio a la sombra de Rinconete y Cortadillo y reforzando su equipo con tres mangantes, diplomados en el arte de “meter el dos de bastos y sacar el as de oros” en las faltriqueras de los menos espabilados; uno, rubiáceo y debilucho, apodado el “Lumbreras” y otro, fornido y cortito apodado “el Vasco”, sobrino de “la Mañica” alcahueta del burdel de “La Maña”, quien se había distinguido sacudiendo a los malos pagadores; y al que encargó su defensa cuando a consecuencia de su mangancia, le llovieran las bofetadas; en cuanto al tercero, apodado “El Chufa”, reclutado entre los asiduos del barrio “La Montera” y oriundo de tierras levantinas, era famoso por los líos que montaba en las posadas, quejándose hasta del exceso de la posadera en el cumplimiento del quinto mandamiento, lo que llevaba hasta el máximo, con perdices, conejos, pollos y gallinas a los que perdonaba la vida a diario, abusando en cambio de las coles, nabos y lechugas. Y, por último, “El Luciérnaga” fabricante de faroles que abastecía de aceite los candiles de las casas más afamadas de la zona, como eran “La Maña”, “La Barata” y “La Manchega”, ésta gozaba de fama especial, al haberse doctorado tanto en “El Ángelo”, donde se comerciaba por igual con “pelo” que con “Lana”, como en “La Potajera”, sin duda una experta reparadora de virgos y “arreglos” con la nobleza. Y con su troupe recorrió el condado en una tartana desvencijada, captando voluntades y ofreciendo trinques, convenciendo así a unos miles de ignorantes que le ayudaron a sitiar el castillo del viejo Don Casto, quien salió por piernas, dejado el condado en manos de Perolo “El Guapo” quien, a cambio de figurar y vivir en la opulencia, se convirtió en marioneta de otros condes, a modo del emperador Pu Yi, el último emperador chino denominado “El títere de Manchukuo”. Rodeado de cientos de lacayos, vivía en varios palacios y viajaba en lujosos carruajes tirados por hermosos caballos. Poco a poco, fue cumpliendo las exigencias de los truhanes que le manejaban cual títere vergonzoso hasta colocar a un lacayo suyo, denominado Simplón - cuya candidez no era virtud – como Inquisidor, para favorecer los deseos de sus titiriteros; así, llegó Perolo al endiosamiento y al cenit del narcisismo. Una noche de luna, descubrió que levantando la mano y dirigiendo el dedo índice hacia el satélite, lograba taparla para sus ojos, lo que creyó era un poder especial que, sus vasallos, a cambio de una cebolla a la semana le aplaudían y vitoreaban, pues para ellos, la cebolla – por lo escasa - era más interesante que la Luna. En su nescencia acudió a Flandes a una reunión de la mafia pretendiendo tomar a los quinquis por imbéciles cual sus vasallos, intentando tapar el Sol con su dedo. Ante las burlas de los quinquis y el ridículo, peripatético se recluyó en su palacio, hasta que uno de sus bufones le volvió a la realidad cuando le dijo: Señor, simplemente, habéis llegado al culmen de vuestra ignorancia y vuestra incompetencia. A partir de hoy, quienes ayer os temían, mañana se burlarán de vos.

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