El 2 de diciembre de 1823 el quinto presidente de los Estados Unidos (EEUU), James Monroe (1817-1825), en un discurso ante el Congreso de su Nación, lanzó una advertencia a las potencias europeas para que se mantuvieran fuera del continente americano. En este discurso acuñó la frase “América para los americanos”, que resume una de las políticas exteriores más antiguas y emblemáticas de EEUU, conocida como la “Doctrina Monroe”, el cual también diría: “Los continentes americanos, por la condición de libres e independientes que han asumido y mantienen, no deben ser considerados en adelante sujetos de futura colonización por ninguna potencia europea”.
Ese año de 1823 nuestra Nación estaba sumida en una guerra civil en América que estábamos perdiendo, motivada por la rebelión de la clase dirigente criolla ante la debilidad de nuestra Corona, consecuencia de la guerra de independencia contra el francés y los sabotajes de nuestro supuesto aliado británico en esa guerra, que nos dejó prácticamente en la ruina. Las palabras de Monroe fueron bienvenidas por los rebeldes criollos, los cuales para asegurar sus procesos independentistas, buscaron el reconocimiento internacional y EEUU fue de las primeras naciones en dárselo. Por su parte, Gran Bretaña se convirtió en el “banco” que les financió, lo que a cambio les facilitó acceder al rico comercio del continente. Los estadounidenses “nos devolvían” el apoyo que les proporcionamos en su guerra de independencia contra los británicos, y simultáneamente la Pérfida Albión (Gran Bretaña) por un lado combatía junto a nosotros contra el francés en la península y por otro apoyaba en tierras americanas a los criollos rebeldes.
El “libertador” criollo Simón Bolívar declaró en 1824: “Inglaterra y Estados Unidos nos protegen”. De forma similar, el vicepresidente colombiano Francisco de Paula Santander aseguró que contarían con aliados “en caso de que su independencia y libertad fueran amenazadas por potencias europeas”. Chile y Argentina también expresaron su gratitud. En Méjico, el canciller Lucas Alamán buscó que EEUU facilitara recursos de todo tipo “para el sostén de la independencia y de la libertad”.
La toma de las islas Malvinas por parte de Gran Bretaña en 1833 y posteriormente su control sobre Belice, Jamaica y otros territorios del Caribe sin respuesta estadounidense, fue un ejemplo claro de que el objetivo de la Doctrina Monroe iba focalizado hacia las naciones no anglosajonas, esencialmente hacia España. Había que acabar con nuestro Imperio que languidecía a pesar de los esfuerzos del Rey Fernando VII por evitar lo inevitable: la derrota. Lo intentó enviando en 1815 una fuerza militar al mando del General Morillo que conseguiría revertir la situación tomando la iniciativa, pero la traición de personajes como el Teniente Coronel Riego (un héroe para nuestra “progresia”) que en 1820 se rebeló contra su Rey negándose a embarcar hacia América con una fuerza de refuerzo al General Morillo, constituida a duras penas por el Rey, fue el fin de nuestras opciones de victoria. Aun así, en 1825 nos seguíamos manteniendo en algunos bastiones muy importantes para el comercio americano. Uno de ellos se encontraba en el virreinato de Nueva España, donde seguíamos defendiéndonos en la fortaleza de la isla de San Juan de Ulúa, en el puerto de Veracruz, que se mantendría mientras pudo llegar por mar desde Cuba el apoyo logístico necesario. Desde octubre de 1823, con la publicación por los rebeldes del Decreto del Bloqueo de San Juan de Ulúa, hasta la rendición de los defensores el 23 de noviembre de 1825, fue el símbolo de la Corona española en lo que fuera el virreinato de Nueva España. Su caída en manos rebeldes supuso el fin de nuestra presencia en la América continental en el norte, aunque resistiríamos en el sur en El Callao (Perú) y Chiloé (Chile) un año más, hasta 1826. Cuba y Puerto Rico, hasta 1898.
Desde que los primeros compatriotas llegaron a la isla de Ulúa el 24 junio de 1518 al mando de Juan de Grijalba, dándole el nombre de San Juan de Ulúa por la festividad del día, hasta el 23 de noviembre de 1825, 307 años de nuestra presencia en esa isla, cumpliéndose este mes de noviembre el bicentenario del último arriado de nuestra Bandera en este bastión que es hoy la huella del alcance y profundidad de la penetración hispana en América, al igual que lo son los cientos de ciudades, fuertes, asentamientos y misiones en los que alguna vez ondearon enseñas españolas.