Historia

Vera, destruida por un terremoto: se cumplen 502 años

  • El martes 9 de noviembre de 1518 un seísmo arrasó todas las viviendas y causó 150 víctimas

Ilustración de la alcazaba que coronaba el cerro de Bayra antes del terremoto.

Ilustración de la alcazaba que coronaba el cerro de Bayra antes del terremoto. / José Manuel Ramírez Hidalgo

Tal día como hoy, pero de 1518, los habitantes de Bayra —los repobladores cristianos llegados del Reino de Murcia tras la Reconquista— probablemente paseaban tranquilos por las estrechas y empinadas calles construidas en la ladera del cerro que ahora se llama del Espíritu Santo.

Desde lo más alto, en su alcazaba, podrían contemplar sin dificultad alguna el Mar Mediterráneo y la vecina población de Muxacar (actual Mojácar). Seguramente muchos de ellos estarían trabajando en sus huertos, regados mediante acequias con el agua procedente del río wadi Bair o río de Vera —el actual río Antas—.

Nadie podría imaginar que ese martes sería su último día en aquella ciudad. Aunque los más supersticiosos tenían motivos para estar preocupados. Ese mismo verano de 1518 habían ocurrido cosas extrañas en la comarca. Presagios de que algo malo se acercaba. En julio, las norias se pusieron en movimiento ellas solas en el campo de Huércal-Overa. Días después, las campanas de la iglesia de Lubrín tocaron, sin que ninguna persona las voltease. Así lo cuenta José Ángel Tapia en su libro ‘Historia de la Vera Antigua’. ¿Hechos sobrenaturales? ¿Presagios? Posiblemente fueran movimientos sísmicos previos al gran terremoto.

Recreación de la ciudad medieval de Bayra. Recreación de la ciudad medieval de Bayra.

Recreación de la ciudad medieval de Bayra. / Ayuntamiento de Vera

Eran las 11 de la noche del 9 de noviembre. Era ya noche cerrada y fría, especialmente en lo más alto del elevado cerro. El silencio dominaba la ciudad. De súbito, la tierra bramó con fuerza, temblando como estremecida por un escalofrío que recorrió desde la falda hasta la cima.

Alonso de Sepúlveda, vecino de Bayra, dormía en una casa vieja y en mal estado, como casi todas las que formaban aquella ciudad. De repente, el techo se les vino encima y las paredes se desmoronaron como si fueran de papel. Sus padres murieron allí mismo, sepultados. Él quedó malherido, también bajo la tierra. Su testimonio quedó recogido por escrito para siempre y se conserva en el Archivo General de Simancas.

La casa de Andrés Perpiñán también quedó reducida a escombros. Les cayó encima a él, su mujer y sus tres hijos. Cuando lo sacaron tenía un brazo roto y la cabeza malherida, pero sobrevivió.

La misma suerte tuvieron todas y cada una de las viviendas de la ciudad: unas 200 según los testimonios que se conservan. Ni siquiera resistió la alcazaba de la cima. “Sus cimientos, que eran grandes peñas, se hundieron”, contaba Alonso de Sepúlveda. Todos estos testimonios los recoge Gabriel Flores en su libro ‘La vida en Vera: capítulos de su historia’.

Momentos posteriores al terremoto, frente al aljibe aún existente. Momentos posteriores al terremoto, frente al aljibe aún existente.

Momentos posteriores al terremoto, frente al aljibe aún existente. / José Manuel Ramírez Hidalgo

El “célebre castillo” del que había hablado el viajero Jerónimo Münzer en 1494, ya no existía. Apenas quedaron unas piedras dispersas por la ladera y los restos de sus cimientos y puertas, que aún hoy perduran. El silencio de hace unos minutos se convirtió en sollozos. Unos porque estaban gravemente heridos, sepultados por las piedras. Otros, porque no hallaban entre tanto caos a sus seres queridos. Algunos porque de pronto habían perdido todo lo que tenían.

Pero no quedó ahí la cosa. Poco después el suelo volvió a temblar por otro terremoto tan violento o más que el primero. Las construcciones que habían logrado resistir, se vinieron abajo. Murieron unas 150 personas: hombres, mujeres, niños, ancianos…

Solo quedó en pie “una pequeña capilla de la iglesia donde estaba el Corpus Domini”, algo que se tomó como un gran misterio “pues parece que el soberano Señor, que allí estaba, permitió que la naturaleza tuviera poder sobre los edificios que eran más fuertes que la capilla, pero que ella se conservara sin ruina”. Así lo relató el emperador Carlos V a su embajador en Roma. No obstante, hoy lo que queda en el cerro es solo un aljibe, que quizás fuera usado como ermita.

Representación de la nueva ciudad amurallada construida en el llano. Representación de la nueva ciudad amurallada construida en el llano.

Representación de la nueva ciudad amurallada construida en el llano. / José Manuel Ramírez Hidalgo

502 años han pasado de la destrucción de Bayra que dio lugar a la construcción de la actual Vera, en el llano cercano, junto a la Fuente Chica (hoy en día Fuente de los Cuatro Caños). Una ciudad que mandó erigir el emperador siguiendo la traza propuesta por el corregidor Francisco de Castilla: planta cuadrada, cerrada por muros de tapial, con ocho torres, con almena y troneras y dos puertas; una al camino de Granada o Puerta de Arriba, y otra hacia el mar —la puerta de abajo o del sol—.

El cerro ha dado lugar a muchas leyendas. Algunas han sido muy divulgadas incluso en los medios de comunicación, a pesar de lo absurdo de su planteamiento. Dicen que fue la propia Isabel la Católica quien visitó Vera tras el terremoto y lanzó un tiro de ballesta desde lo alto del cerro para determinar el lugar en el que se tenía que construir la nueva ciudad. Sin duda, de haber sido así ese sí que hubiera sido un misterio, y no que la capilla resistiera al terremoto, pues Isabel de Castilla murió el 26 de noviembre de 1504, es decir, 14 años antes del terremoto.

Hoy, la vieja Bayra a simple vista no es más que un cerro lleno de matorrales y cadáveres de chumberas, coronado por la imagen de un Sagrado Corazón de Jesús. Pero es mucho más que eso. Es el símbolo de Vera y su mayor icono. El recuerdo de su historia y un yacimiento con un potencial aún por descubrir.

Estado actual de la cima del cerro, con los restos de la alcazaba y el Sagrado Corazón. Estado actual de la cima del cerro, con los restos de la alcazaba y el Sagrado Corazón.

Estado actual de la cima del cerro, con los restos de la alcazaba y el Sagrado Corazón. / V. Visiedo P.

La llana silueta que dibuja la ciudad actual contrasta con ese cercano cerro que la contempla desde su lado oeste. Una montaña cónica que es visible desde casi todos los municipios cercanos, destacando sobre todo por la noche, cuando los cañones de luz iluminan la santa imagen.

Es un lugar que despierta la curiosidad de quienes visitan el pueblo por primera vez y que fascina a los veratenses que desde que se instalaron en el llano nunca han dejado de mirar al cerro, subirlo y maravillarse cada vez que en su camino tropiezan con algún resto de la cerámica de aquellos hombres y mujeres que un 9 de noviembre de hace 502 años vivían con total normalidad sin saber lo que les esperaría al llegar las 11 de la noche.

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