Gabriel Flores: una jubilación entre legajos de la historia de Vera
Veratenses | Gentes de la ciudad
El autor del libro ‘La vida en Vera’ cambió la oficina del banco, tras casi 40 años, por el Archivo Municipal
Pasa las mañanas allí, en el silencio de la sala de lectura del Archivo Municipal de Vera, entre legajos con más de cinco siglos de historia. Desde hace casi una década Gabriel Flores Garrido se sumerge en las actas, pleitos y demás documentos que recogen ese pasado de la ciudad de Vera que muchas veces es desconocido.
Pocos hay en la ciudad que no lo conozcan, tanto por su labor divulgativa a través de las redes sociales como por otras facetas como su pertenencia a la Hermandad de Jesús. Pero antes de llegar al actual Gabriel Flores, ese que ha escrito ‘La vida en Vera: capítulos de su historia’ y que ya tiene casi listo su segundo libro, es pertinente repasar su vida para conocer mejor a la persona y saber de dónde le viene ese amor por su pueblo y su pasado.
Gabriel Flores nació en 1952 en la calle Mayor de Vera, en el número 59. Era el menor de seis hermanos. Un poco más abajo, donde prácticamente ya acababa el pueblo, tenía un almacén su padre, Juan Manuel Flores Martínez. Se dedicaba al procesado y venta de aceite, así como de las naranjas que se producían en los pueblos de la comarca y que mandaba a los mercados de toda España.
Su infancia transcurrió entre esas calles del conocido como Barrio de Jesús y la Placeta del Berro —un nombre popular del que, por cierto, no ha encontrado ni una sola referencia escrita en sus investigaciones en el archivo—. Allí mismo iba a la escuela, pues aún no existía el colegio Reyes Católicos. “Primero estudié con sor María en las Hijas de la Caridad, como todo el pueblo de Vera, y luego estuve en la escuela de don Pedro Morales, que estaba en la placeta del Berro, donde hasta hace poco ha habido una óptica”.
Los veranos los pasaba en la playa de Villajarapa — que se llenaba de casetas de madera donde hacían su vida los veratenses— y más tarde su padre compró una casa frente al restaurante Marisol, en el Malecón de Garrucha. Pero nunca le ha gustado la playa: “Mi padre me decía que no lo entendía, que cualquier niño daría lo que fuera por estar en la playa en una casa y sin embargo a mí parecía que me llevaban al patíbulo”.
Estudió también en el Instituto Laboral Fernando el Católico, donde compartió clase con otros ilustres veratenses como Frasquito Carmona, José Flores Viñuelas o Ángel Rubio. Pero solo estuvo un año. La muerte de su madre, María Garrido Soler, cuando él tan solo tenía diez años, hizo que acabase yéndose a estudiar a un colegio de Maristas en Pamplona, donde vivía su hermana mayor. Allí pasó cinco años de su vida, antes de regresar a Almería, al colegio de La Salle para hacer el bachiller superior. De ahí a Madrid, al colegio San Estanislao de Kostka, donde estudió el curso preuniversitario.
Eran los primeros años de la década de los 70 cuando comenzó sus estudios de Económicas en la Universidad Complutense de Madrid. Pero eran tiempos muy convulsos políticamente, en los últimos coletazos del franquismo. “Era una facultad muy politizada. El primer año comenzamos el curso después del Día de los Santos porque había habido unas huelgas y antes del Día de la Inmaculada (8 de diciembre) ya la volvieron a cerrar por otra huelga en la que tuvo que intervenir la policía. Tuvimos escasamente un mes de clase y ya estaba en Vera de vuelta para las vacaciones de Navidad”, recuerda. No le gustó demasiado y por eso tan solo estudió dos años. “Me llegó la oportunidad de trabajar en Cajalmería (luego Unicaja) y me vine a Vera”.
En los primeros años en la caja recorrió muchos pueblos de la provincia, haciendo sustituciones: Turre, Mojácar, Garrucha, Olula del Río, Zurgena, Fiñana, Gérgal, Almería capital. Hasta que consiguió una plaza de interventor en Vera, en la oficina de la plaza del Mercado, y ahí pasó sus últimas dos décadas.
Pero en 2010 la entidad decidió prejubilarlo, con solo 58 años, y él aceptó. Pero no se iba a quedar sentado en un banco de la Plaza Mayor viendo el tiempo pasar. O jugando a las cartas (algo que no le gusta). “Había llegado el momento de hacer lo que tanto tiempo me hubiera gustado hacer”, cuenta. Así que habló con Manuel Caparrós, archivero de Vera, y comenzó a visitar el Archivo Municipal. Cambió las cartillas de ahorro y los contratos de préstamos por los legajos manuscritos de la Edad Media y la Edad Moderna.
Pasión por la historia
La afición de Gabriel Flores por la historia no es nueva. “Es algo que siempre me ha interesado. Leía muchas novelas históricas. Incluso llegué a pasar cinco días en el Monasterio de Silos porque quería saber cómo sería su vida allí”.
Cuando comenzó a sumergirse en los textos antiguos del archivo se encontró con un problema: “No entendía casi nada de lo que ponía”. Por eso decidió formarse y aprender algo de paleografía. Primero con el historiador Juan Grima y después con Alfonso González. “Ahora ya soy capaz de leer algunos documentos enteros y otros lo suficiente para entender lo esencial”, explica. Así comenzó a visitar cada mañana el Archivo Municipal y anotar en folios todas las curiosidades que iba encontrando.
Por sus manos han pasado desde las capitulaciones firmadas por los Reyes Católicos hasta documentos con los infantiles trazos de la rúbrica de Carlos II el ‘Hechizado’. Tesoros que esconde el Archivo Municipal veratense, uno de los más importantes de España. Tras muchos años rebuscando entre los cientos de cajas, desentrañando antiguos textos de pleitos o actas, Gabriel Flores decidió darle forma a todo ello en un libro. “No tengo formación para hacer un libro de la Historia de Vera, que además ya los hay muy buenos, pero sí quería hacer algo enfocado en los edificios, lugares y asociaciones”. Así nació ‘La vida en Vera: capítulos de su historia’, editado por el Ayuntamiento veratense a principios del año 2019.
Ahora está acabando su segundo libro. Aún no tiene título, pero en él repasa la historia y datos curiosos sobre las calles de la ciudad. “La referencia más antigua que he encontrado es a la actual calle Jacinto Anglada, a mediados del siglo XVII, llamada por entonces calle de la Carrera”, cuenta.
Pero Gabriel Flores no solo divulga la historia de Vera a través de sus libros. También se sirve del grupo ‘No eres de Vera si...’ en Facebook para hacer llegar a la gente sus hallazgos en el archivo. Es más, junto a otros miembros de este grupo fue uno de los responsables de que se celebrase el homenaje a las víctimas del terremoto de 1518 que ya se ha convertido en una tradición. De su imaginación nació don Rodrigo de Zárate, y puso en su boca el relato de los hechos acaecidos aquel fatídico 9 de noviembre.
Gabriel Flores es tímido y casi siempre huye del primer plano. También rechaza la calificación de historiador, “porque no estoy formado para ello y no quiero arrogarme algo que no me pertenece”. No obstante, como dice Manuel Caparrós en el prólogo de ‘La vida en Vera’, Gabriel ya se ha ganado ese título con su impagable labor para hacer accesible a cualquiera esa maraña de documentos del archivo municipal, de una forma clara y amena.
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