Cristo de la Almedina

Expiración. Los últimos estertores de la muerte se expresan con impactante realismo en el rostro y cuerpo del Crucificado expuesto por Baltasar Giménez en su oratorio de la calle Almedina

1ª y única

14 de abril 2014 - 01:00

ALMERÍA disponía en el pasado de tres "calvarios" para la práctica cuaresmal de otros tantos viacrucis. Dos de ellos a extramuros, tutelados por la parroquia de San Sebastián de las Huertas. Tanto del paraje donde se construyó la plaza de toros como en el Barrio de la Caridad permanecen topónimos en su trama urbana: Cruz y Cruces, Calvario y Calvario Alto; cerro de Las Cruces, de Las tres Marías… El tercero recorría la ciudad intramuros accediendo por la puerta de la Imagen, en la muralla que bajaba por calle La Reina. Desde enero, una nueva "estación" se ha incorporado a esta particular calle de la Amargura.

ALMEDINA

Tras pulsar en repetidas ocasiones el ambiente semanasantero, tengo la impresión de que los cofrades, con las excepciones de rigor, son escasamente dados a la lectura de trabajos sobre sus propios orígenes, aunque estos sean mínimos. Ello justifica que saque a relucir nuevamente el documento administrativo más antiguo que sobre el tema se conserva en el Archivo Municipal "Adela Alcocer" (legajo 49). Solo el cronista Joaquín Santisteban citaba un memorial relacionado con procesiones públicas en el siglo XVIII; ahora ilocalizable y sin que sepamos por tanto su contenido literal. Tampoco hallamos noticias en la bibliografía catedralicia y diocesana. Fuera de estas fuentes fidedignas, solo escasísimas alusiones a celebraciones en jueves y viernes Santo en estatutos de cofradías y otros soportes archivísticos. Por el contrario, disponemos de gratuitas elucubraciones en artículos sin el obligado soporte referencial. Lo sorprendente es que -como único bagaje historiográfico- un indigesto "gazpacho" de entidades pías, imágenes, cortejos callejeros o fechas contradictorias tenga cabida en la página oficial (Internet) de la Agrupación de Hermandades y Cofradías.

Embargados de honda inquietud moralizante, el 15 de enero de 1793 los vecinos Bernardo Gómez, Joseph Muñoz y Joseph Martín elevaron al Municipio instancia puntual en solicitud de mejoras a efectuar en un antañón viacrucis penitencial. "Estimulados de la caridad cristiana y deseando impedir cuanto esté de nuestra parte las reparables faltas a la debida decencia que se advierte en el Calvario del Barrio de la Almedina… que ofende a los aún menos piadosos cuando se concurre al ejercicio santo del Viacrucis con personas de otro género…". Así encabezaba el bienpensante trío la petición de "colocar en mejor sitio las últimas cruces, llevando camino franco y proporcionado a los que concluyen su ejercicio no tengan que volver atrás y mezclarse con los que vienen principiando; y que su proposición sea en términos de que nada haya reparable en la mezcla de hombres y mujeres". O sea, juntos pero no revueltos: la mujer es fuego, el hombre estopa y el diablo hace el resto. De roces y lascivia, lo estrictamente necesario. Para lograr sus fines era necesario quitar algunas pencas de las chumberas que crecían a los pies de la Alcazaba. Los munícipes dijeron que sí, que adelante con los faroles. Pero abonando ellos los gastos ocasionados, faltaría más.

Teniendo en cuenta fechas, distancia, morfología del terreno y que la parroquia del Sagrario era la más cercana, el viacrucis principiaba, presumiblemente, en la puerta de los Perdones catedralicia, con la primera "estación" allí mismo (Pretorio romano). Continuaba por plaza Granero, descampado exento junto a la muralla, Real de la Almedina, San Juan, San Antón, Cruces Alta y Baja y ladera de la Alcazaba, donde se alzaba el Gólgota. La cruz original (siglo XVIII) de calle Soto está perfectamente restaurada gracias al propietario del inmueble. Ahora, tras las oportunas gestiones de la AA.VV. Casco Histórico y del amigo Antonio Andrés Díaz, el Plan Urban va a reproducir dos de las que tenemos constancia de su lugar exacto: comienzo de la Almedina y calle San Juan

COFRADE ADMIRABLE

Jamás en edad adulta he pertenecido a hermandad o entidad religiosa alguna, de ningún credo. Respeto a quienes formando parte de ellos se hacen merecedores de respeto, pero nuestros caminos son muy divergentes. Sí coincido con quienes admiran el arte y belleza que atesoran los desfiles procesionales, valoran su componente histórico y cultural y se interesan por determinadas tradiciones -no necesariamente desde el prisma católico- como materia de estudio antropológico. Ello me llevó en los años 80 a una recién constituida Asociación de Amigos de la Semana Santa, desconociendo que era el paso previo a la fundación de una cofradía formal, la de Pasión. Me di de baja. Ahí conocí a Baltasar Giménez Campuzano, ciudadano de la Almería tradicional y con un segundo apellido de rancia estirpe torera y musical. Después hemos coincidido en actos de la Asociación de Vecinos en los que siempre ha demostrado amor al barrio y deplorado sus carencias. Baltasar nació en el verano de 1959 en la calle Arriaza, próxima a la de Antonio Vico que sube al Santo. Su padre, Baltasar, dependiente de Almacenes Segura se independizó, montado una droguería en la calle Almedina (esquina a La Estrella), antes de cruzar a la acera de los pares, entre Demóstenes y Clarín. Un compendio de sabiduría popular que se fue de este mundo sin dejar escritas sus numerosas vivencias.

Amigo Baltasar Giménez, tú pasión es mi pasión, el gran amor hacia tus cofradías te dignifica… Era la cita de Enrique Marín durante su emotivo pregón Semana Santa- 2014. Y estaba en lo cierto. No entraré en el enorme cariño e ilusión puestos en dos conocidas hermandades. Y en el mal pago recibido. Eso quedó entre las paredes del nº 40 de la muy referida c/. Almedina; noble caserón del XIX convertido en vivienda familiar, Droguería "Balta" (local comercial) y heterogénea decoración de bellos objetos religiosos y profanos. Fue durante una cena a la que nos acompañó su esposa María Remedios Torres (el matrimonio tiene dos hijos), su íntimo Papica y Antonio Andrés. Ahí supe que, guiado por su inquebrantable fe católica, su gran ilusión era un Crucificado expuesto a la devoción del vecindario, diferente a todo lo conocido en Almería. Un grupo familiar colaboró en la tarea, pero él corrió con el grueso del considerable gasto. Afortunadamente el empeño ha obtenido fruto apetecido. En el oratorio habilitado en la planta baja luce con majestuoso esplendor el Stmo. Cristo del Amor en su Sagrada Expiración (El gran Amor de la Almedina). Impresionante talla de tamaño natural (185 cm.), en madera de cedro real, cuatro clavos y ojos de cristal, obra del imaginero-escultor onubense Elías Rodríguez Picón. El realismo en el gesto, impactante mirada y veracidad anatómica lo convierte -en opinión de expertos y mía propia- en el Cristo (no procesional) más sobresaliente de la iconografía religiosa provincial. En próximos días volveré a la imagen, pero antes sería de agradecer que los capataces de la Oración en el Huerto (miércoles) y Cristo de la Buena Muerte (viernes), en un gesto fraterno, hicieran volver sus rostros hacia tan sacro vecino almedinero.

Ilustraciones:

Antonio Sevillano

Diario de Almería, domingo 20 de abril 2014

Semana Santa

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