Todavía hay que explicar que los adultos de la Transición cancelaron injustamente 'Mazinger Z'
Es todavía increíble que las redes sociales ardan con la llama de cualquier palabra y que en estos días se debata con ardor, por ejemplo, la cancelación de... Mazinger Z. Un tema de 1978. Sí, era aquel anime con los brutos mecánicos, de la sexualidad líquida del barón Ashler, el marxista doctor Infierno y Koji Kabuto, planeador abajo, con su robot justiciero. Todavía hay que recordar que Sayaka con Afrodita A nunca dijo “pechos fuera”, sino “fuego de pecho”. Y, zas, lanzaba una teta como misil. A ojos de ahora no pasaría de una serie convencional, en la mirada de un niño de entonces era una osadía deliciosa. A los mayores no les hacía ni pizca de gracia.
No hubo ni un menor de la España de 1978 que no cayera de rodillas ante el monte Fuji. Eso indignaba a los adultos, daba igual su tendencia política en la naciente democracia, aunque cuanto más conservador era el opinólogo, peor. No se podía consentir: Mazinger puso de acuerdo a fachas y a progres.
Culminando la transición de un país viejo aparecieron estos personajes japoneses. Los niños estaban fascinados con sus roles, su léxico, su fantasía violenta en pleno apogeo de la revisión de la ciencia ficción. Gracias, Japón. Gracias, Hollywood. Pero aquellos adultos españoles, de izquierda, de centro y derecha, opinaban que los robots que se acribillaban a rayos generaban más violencia. Iban a criar una generación intolerante. Ya.
A la TVE controlada aún por tanto elemento nostálgico no le supuso ningún trauma la cancelación proteccionista.
Es el típico menosprecio paternalista cuando una generación no entiende los cambios que laten desde la generación sucesora. Aquella cancelación de Mazinger Z a algunos nos ayudó a tener más respeto por los gustos de las generaciones posteriores. Está feo el supremacismo por cuestión de edad. Y mirar el ayer con prismáticos de hoy distorsiona el contexto, normalmente de manera injusta.
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