Hubo una guerra, yo la vi
'Todo 36-39: Malos tiempos' (Debolsillo) reúne en un volumen los cuatro álbumes publicados por Carlos Giménez sobre la Guerra Civil española, una obra magistral y necesaria
El ciclo iniciado por Carlos Giménez en Paracuellos, con ser admirable, habría quedado incompleto sin el ulterior comentario de 36-39: Malos tiempos, una serie de cuatro volúmenes publicados por la editorial Glenat entre 2007 y 2009, reunidos ahora en uno por el sello Debolsillo. Las hogueras del ayer alumbran las zonas en sombras del mañana. Si en Paracuellos reinaba un silencio lapidario, roto únicamente por los ladridos de la jauría fascista, en 36-39: Malos tiempos se escucha el estruendo que dejaría muda a toda aquella gente. Si Paracuellos mostraba un amplio rosario de cicatrices, 36-39: Malos tiempos cuenta cuándo y cómo se hicieron tales heridas. El miedo que transpiraban los protagonistas de aquella crónica de la posguerra, comprensible por la sola presencia de los cancerberos de la dictadura, lo tenían enquistado nuestros paisanos desde antes, desde el trienio infausto de nuestra Guerra Civil, bañado en sangre, sudor y lágrimas. Mucha sangre. Mucho sudor. Muchas lágrimas. Por todas partes.
36-39: Malos tiempos tiene algo de galería de atrocidades, lo reconozco. Lo terrible es que hay poca invención. No son consejas de vieja sobre espantos improbables, sino una prieta gavilla de horrores, de episodios realmente sucedidos, de pesadillas vividas, invocados y evocadas por una mano maestra que funde intensidad y exactitud en una sola aleación. Carlos Giménez, que no pretende el desquite, dedica el primer volumen al primer año de la contienda, y se mueve entre el Madrid defendido por las fuerzas republicanas y la provincia de Zamora, en territorio nacional, de modo que podamos ver/vivir el día a día de ambos bandos, el compadreo diario con la muerte de la gente a uno y otro lado, los "paseos" organizados con idéntica frialdad por unos y otros para quitar de en medio al rival, las muecas desencajadas por un miedo común esculpidas en los rostros de las víctimas. En una guerra, al final, todos hunden los brazos en un mismo fango.
Quizás hubiera sido interesante mantener este planteamiento. En el resto de los álbumes, sin embargo, Giménez se decanta por elaborar una crónica de la resistencia en Madrid sirviéndose de un grupo de personajes, la familia del señor Marcelino, como hilo conductor de una trama abierta al drama colectivo. En un encomiable empeño, el artista no duda en apuntar los desmanes perpetrados por las milicias republicanas o el obtuso resentimiento instalado entre aquellas gentes condenadas a bombardeos sistemáticos y privaciones continuas. Esa objetividad, no obstante, nunca pretende camuflarse de neutralidad; no hay espacio para la neutralidad. Como el propio Giménez reconoce en la introducción a Todo 36-39: Malos tiempos: "Yo no soy neutral, no lo he sido en mi vida. Ni uno solo de mis trabajos, ni uno solo de mis álbumes, desde que fui mayor de edad y decidí mirarme al espejo sin avergonzarme, puede etiquetarse de neutral". El cuarto y último volumen documenta la caída del bastión madrileño y la paulatina instauración del régimen franquista.
El gran ausente en 36-39: Malos tiempos, una historia sobre la guerra, es el campo de batalla. Giménez acierta de lleno al convertir el país en una inmensa vanguardia en la cual no importa tanto el choque entre ejércitos como el mal que se sembró día tras día, un año tras otro, entre la población. Hay algunas piezas estremecedoras, doblemente amargas por saberlas auténticas. Si debo quedarme con las más impactantes debo citar forzosamente "La docena", en la que un oficial nacionalista salva a un conocido suyo de una cuerda de condenados al paredón y, pues las órdenes son ajusticiar a doce hombres, coge al primero que pasa por allí para completar la docena. En "Sito", un padre de familia a quien la familia se le está muriendo de hambre llama a casa de una vecina para pedirle que, por favor, les deje comerse su gato. En "El hombre sin cabeza" se ilustra el episodio -por lo visto, no insólito- del cuerpo decapitado por el estallido de una bomba que continúa corriendo unos metros, intentando ponerse… a salvo.
36-39: Malos tiempos está a la altura de las obras sobre la Guerra Civil que, en el ámbito de la novela, han escrito Antonio Muñoz Molina, Juan Marsé o Rafael Chirbes. En unas páginas de apoyo, Ramiro Pinilla advierte de los riesgos inherentes a la desmemoria histórica: "Todos queremos superar aquel terrible pasado, dejarlo atrás y abrazar la ansiada reconciliación. Sí, queremos pasar página… pero no antes de leerla". El prólogo acaba con una frase rotunda: "Hubo una guerra, yo lo vi", que clama contra un olvido tendencioso y obsceno.
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