Crónicas levantiscas
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Memorias de un niño de derechas
Es algo más que la codicia de poder y el narcisismo lo que explica la conducta del Líder monclovita en los últimos tiempos. Perdón por el palabro, pero es como se llama: solipsismo. Una forma radical de subjetivismo según la cual “sólo existe aquello de lo que es consciente el propio yo” (RAE).
El solipsista, desde su castillo amurallado a salvo de la realidad más esquiva y desfavorable, construye su propio mundo, impone sus tiempos y sortea las adversidades por el expeditivo método de ignorarlas. ¿Que las elecciones de Extremadura no han sido malas sino catastróficas, porque el supuesto dique contra la ultraderecha ha fracasado y la ultraderecha ha avanzado como nunca entre las clases populares? El Líder calla, muestra su palacio al público y desliza, vía lealísimos, que el candidato era malo –¡lo impuso él por enchufar a su hermano David!– y los electores socialistas perezosos, pero todo cambiará en las elecciones generales, cuando él solito le dé la vuelta a todas las encuestas.
El solipsista no cambiará de opinión ni de actitud cuando sus ministras candidatas pierdan también las elecciones en Aragón y Andalucía, y Castilla y León vuelva a ser otro fiasco y su único consuelo sea que Vox suba tanto que el PP no logre mayorías absolutas. Seguro que aragoneses, andaluces y castellanoleoneses se desahogarán en sus territorios para luego volver al redil y votar al PSOE en las generales...
Ni se le pasa por la cabeza la idea de que la caída del socialismo sea irreversible y que en su génesis tengan algo que ver algunos asuntillos de corrupción y acoso sexual estallados a su alrededor, y mucho menos otras menudencias del pasado, como la amnistía a los enemigos no arrepentidos de la Constitución, la negociación en Ginebra con un prófugo o la ocupación desvergonzada de las empresas públicas.
El solipsista cree, porque le interesa, que la gente no tiene memoria y que olvida con facilidad cualquier desafuero, escándalo o abuso. La jerga de sus voceros lo delata: todo es “pasar página”, “ganar el relato”, “encapsular el problema”, “abrir otra ventana” y demás masajes autoadministrados. Cree que los ciudadanos deciden su voto por lo que ven, oyen o leen en dos semanas de campaña y no por sus vivencias de cuatro años. El caso es que ya pudo darse por enterado: después de su primer mandato perdió las elecciones. Como buen solipsista, ignoró la realidad más obvia y adversa.
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