Julio Alfredo Egea, una vida de palabra

El 'Premio a toda una vida' recordó sus andanzas por La Chanca junto a Siquier y dedicó a los presentes varios sonetos con la entrega y el afecto que le guarda a su tierra, Almería

Julio Alfredo Egea recoge su galardón de manos Gracia Fernández, delegada del Gobierno.
Julio Alfredo Egea recoge su galardón de manos Gracia Fernández, delegada del Gobierno. / Fotografías: Rafael González Y Javier Alonso
Rafael Espino

11 de noviembre 2016 - 02:31

Fue su madre quien le inspiró. Los versos de Gabriel y Galán que le leyó una noche de primavera, cuando apenas tenía nueve años, le hicieron ponerse a escribir. Y lo hizo justo a la mañana siguiente. Encerrado en el despacho de su padre. Así comenzó una de las carreras más largas y prolíficas de los poetas almerienses, la de Julio Alfredo Egea (1926, Chirivel).

Y todo transcurría frente a la atenta mirada de un país que prometía dividirse innecesariamente. Julio Alfredo Egea soportó, como pudo, en Chirivel y sus amados Vélez, los envites de la Guerra Civil. Había dado vida a sus primeros poemas en Almería, pero cuando las hostilidad entre los bandos cesó, su familia decidió trasladarse a Granada. Allí, este autor almeriense dio rienda suelta a su creatividad. "Empecé a saber que sin la pena la literatura y el arte, en general, no tendrían en el mundo la importancia que tienen, la poesía quedaría reducida a cuatro canciones de primavera", confiesa Egea.

Así que tras la batalla, educó su sensibilidad poética y a mediados de los años cincuenta empezaron a publicarse sus primeros libros coincidiendo con su graduación como estudiante de Derecho en la Universidad de Granada. Sin embargo, él nunca quiso ejercer: "Mis planes eran disponer de tiempo para escribir, leer y viajar, buscando actividades que no me ataran mucho y me dieran lo indispensable, económicamente, para vivir con dignidad y llevar a mi familia adelante".

Julio Alfredo Egea pretendía vivir decentemente de lo que su mente y mano dictaran. De su palabra. Y lo consiguió. Y los libros comenzaron a otorgarle el prestigio suficiente como para convertirse en uno de los autores más relevantes de la generación de los 50.

Y todo ello sobre el manto de una vida plena. Junto a su mujer, Patricia, y a cada uno de sus cuatro hijos.

Julio Alfredo Egea ha sido un hombre de pueblo, pero también de mundo: "He viajado por toda España y más de medio mundo, tengo amigos en todas direcciones, sigo publicando mis libros... ¿qué más quiero? Me ha gustado vivir en mi pueblo, con continuas salidas hacia otros lugares". A lo largo de su larga trayectoria como poeta, la vida le dio buenos amigos. Entre ellos, otro de los premiados por Diario de Almería en la gala del pasado miércoles, el fotógrafo Carlos Pérez Siquier, a quien le dedicó amables palabras durante su intervención tras recibir el galardón que este medio le hizo entrega.

Quizás por el hecho de vivir durante gran parte de su vida en Granada, quizás, simplemente, por amar las letras, fue un gran apasionado de Federico García Lorca y en determinadas etapas de su vida le dedicó textos y homenajes.

Parte de su obra literaria, no incluida en libros o comprendida en estos, está repartida por periódicos o revistas especializadas de España y América.

Pero a Egea se le ha reconocido de forma incesante su trabajo. 1969 fue un año próspero. Recibió el premio y medalla de oro Miguel Ángel Asturias del Círculo de escritores iberoamericanos de Nueva York y el primer premio en el Certamen Hispanoamericano de Toledo. No fueron los primeros, pero sí supusieron un reconocimiento importante de sus colegas de profesión.

En Almería también ha sido reconocido. Tiene el Indalo de Oro que otorga el Movimiento Indaliano.

Y, entre tanto, también ha tenido tiempo para ejercer de hombre de prensa. Pues fue Fundador y redactor jefe de la revista Sendas.

El miércoles, en la gala de este medio, quiso agradecer el precio recitando sonetos, aquellos que, bajo su propio estilo inconfundible, contribuyen a enriquecer aún más a la tierra que le vio nacer: "Almería, su piel de hostia esparcida, cucurucho de luna en la azotea; un temblor de gaviotas en marea gritándole a la cal con voz dormida. El ala no se anula en despedida, en un cielo de espejos aletea. Todo el mar en el sol se balancea, la vela en el azul se te suicida ¡Qué trampolín de luna para el vuelo! Nieve humillada, sólo tú tan pura, mi Almería navegando por el cielo. ¡Qué tirón de cometas de blancura que retiene un arcángel junto al suelo, abrazando en palmeras su cintura!".

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