Manuel del Águila, Padilla e Himno a la Virgen del Mar

Crónicas desde la ciudad

El pasado día 8, 6º aniversario del fallecimiento de Manuel del Águila Ortega, el Ayuntamiento descubrió la placa que desde ahora da su nombre al bulevar de El Alquián, donde nació y está enterrado

Antonio Sevillano / / Historiador

17 de noviembre 2012 - 01:00

QUIEN siga habitualmente la actualidad local sabrá que dos jueves atrás el alcalde descubrió la placa dedicada a Manuel del Águila Ortega que en adelante distinguirá al bulevar de El Alquián. Al sencillo acto acudimos vecinos, familiares y amigos para ser testigos en el día que se cumplían seis años de su muerte. Un discurso rutinario el del señor alcalde -el amanuense que se lo escribió no anduvo muy fino que digamos- alusivo al humanista, poeta y compositor nacido y enterrado, junto a sus padres biológicos, en el cementerio de la barriada, aunque no lo dijo (tampoco mencionó el aniversario) y prefirió extenderse en tópicos manidos. En cualquier caso, bien está que tan principal vía lo perpetué, pero lo que en el fondo ilusionaba a Manolo, y así se lo confesó a los íntimos, es que el Instituto de El Alquián llevase su nombre. Los desvelos en ese sentido no han prosperado. El anterior delegado de Educación de la Junta, la dirección del centro, el claustro o quien tenga capacidad para tomar la decisión no están al parecer por la labor. Ellos verán, aunque no creo que El Alquián ande tan sobrado de hombres y mujeres ilustres como para despreciarlo.

AÑORANZAS

Al escuchar el Si vas pa la mar, interpretado por la Banda Municipal, instintivamente la asocié a otra popular melodía suya: el Himno a la Virgen del Mar. Y recordé los dos folios redactados en la máquina de escribir antidiluviana que se resistía a jubilar y que me entregó en enero de 2002 "para que sepas realmente, sin intermediarios, como se gestó la alabanza a la Patrona con versos míos y música del almeriense universal José Padilla Sánchez". De esta, y del Fandanguillo de Gaspar Vivas, hablábamos al tiempo que me cabreaba por impedirme fumar en mi época de dos paquetes diarios de Ducados, aunque bien mirado… ¡antes tenía que habérmelo prohibido! Confrontamos opiniones cada vez que se sentaba ante el veterano piano de su casa en la calle Granada. Ahora, con los ojos húmedos, nada me impide reproducir la misiva y así el lector entrará en los entresijos del cuándo y cómo se "cocinó" la composición mariana. Igualmente refiero la, para mí, tan afectuosa como gratificante dedicatoria que evidencia el respeto mutuo que nos profesábamos: "Para Antonio Sevillano por su gran labor de estudio y compilación folclórica. Con un abrazo".

CARTA PERSONAL

Mi primer contacto personal con José Padilla nació de nuestra colaboración en el Himno de la Virgen del Mar, cuando el Ayuntamiento de Almería convocó un concurso literario, ante el ofrecimiento insistente del compositor de hacer algo en honor de la Patrona, para poder disponer de una letra que fuera el Himno de la Coronación, cuya fecha estaba prevista de antemano. Recordaba con emoción que ya en su juventud había escrito una salve emocionalmente infantil, según su criterio, que durante la Guerra Civil se perdió (se trata del que le puso letra el poeta Martín del Rey).

Con frecuencia he contado que llevé el trabajo minutos antes del cierre del plazo (al Ayuntamiento), ya de noche, y que el conserje no quería recibirla porque no había nadie en las oficinas, motivo por el cual lo deslicé por debajo de la puerta. Cuando Padilla recibió el trabajo premiado, elegido entre más de ochenta concursantes, se dirigió telefónicamente a mí pidiéndome permiso para cambiar el orden de unas sílabas cuyo acento prosódico no encajaban con el acento tonal de la melodía. Labor que realizamos, de perfecto acuerdo, en un viaje inmediato mío a Madrid, donde iba con relativa frecuencia por mis colaboraciones con Radio Nacional de España y donde, además, él estaba ensayando una revista musical con Celia Gámez, entonces en su cúspide vedetil.

Yo era muy joven, y al observar Padilla mis conocimientos musicales y cierta pericia pianística de interpretación, cosa por aquellos tiempos no muy frecuente en la juventud, polarizada hacia otros horizontes más positivos, se sintió feliz por el paisanaje y me demostró una cordialidad, en cierto modo paternalista, muy halagadora. Me llevó a su casa, un bonito chalet en la Ciudad Lineal, y me presentó a su compañera, la bellísima cantante portuguesa Lidya Ferreira, que al igual que él fue muy amable conmigo. Asistí pues prácticamente al proceso de creación del Himno, cuyas frases musicales le emocionaban, queriendo desde el primer instante apoyar su bella melodía sobre el ritmo mecedor de las olas marinas; cosa perfectamente conseguida como se puede apreciar en su audición.

Durante esos días y luego en sucesivas visitas mías aún gozamos de largos cafés, almuerzos y cenas juntos, creando un lazo amistoso que recuerdo con tristeza de ausencia definitiva. Padilla me hablaba nostálgico de la ciudad en que había nacido, recordando los lugares donde jugó de niño -¡aquella glorieta de San Pedro con altos árboles y barquilleros…!-; las tiendas circundantes, los rincones típicos y las familias que había frecuentado con un paladar gustoso y riente, muy brillantes sus ojos agitanados (…) Tengo un bello recuerdo del primer ensayo del Himno. Fue en casa de la bellísima tiple María Caballé; una mujer varias veces llevada al lienzo por Romero de Torres, y que todos los asistentes -pertenecientes al teatro Alcázar, donde se fue gestando frase a frase- lo conocían. Fueron Celia, su hermana Cora, Olvido Rodríguez, Lydia y yo quienes la interpretamos, puesto que teniendo conocimientos musicales el Maestro Padilla había previsto darnos la adecuación de la partitura. No sé si por la emoción de esa primicia, el encanto de la melodía tan perfectamente encajada en unas palabras sinceramente poéticas o el mismo particular entorno, el resultado fue inmejorable. Todos, unos a otros nos aplaudimos y Padilla nos contemplaba feliz con los ojos empañados.

Las rijosas y dogmáticas autoridades almerienses aún sabiendo por mí que el maestro estaba en París, entonces -recordemos- no había enlaces aéreos ni facilidades de comunicación rápida, le avisaron con unas horas de anticipación, porque no querían que "un músico de vodevil estuviera presente en el acto solemne de la Coronación", que presidieron obispos y jerarquías políticas y militares a granel (la ceremonia tuvo lugar en la explanada del Puerto el 8 de abril de 1951). Padilla volvió dos veces a Almería. Juntos paseamos recorriendo viejos lugares aún intactos, porque la Almería típica y bellamente ochocentista con breves plazas silenciosas y arboladas, no habían sido deshechas todavía por el sucio ímpetu crematístico de la construcción; y en estas dos estancias no quiso saber nada de nadie ni ser visitado. En la terraza del Club de Mar, mirando una ciudad blanca de cal y dorada de murallas, me dijo solemnemente: "Me gustaría tener aquí una fuente con mi nombre, pero… me conformaré con tenerla en París. Con una clara dualidad de sentimientos me colman de gozo y tristeza estos recuerdos, unidos al encanto además de poseer varias partituras como el Himno, Valencia, Princesita, El Relicario… cariñosamente dedicadas por él. ¿No hay sitio libre en Almería para una fuente?

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