¡Perceval, al hospital! Museo del Realismo Extemporáneo de Almería

Almería

Autorretrato
Autorretrato / Jesús De Perceval
José Luis Ruz Márquez

Almería, 07 de abril 2024 - 08:00

Almería nunca fue de museos. Pero yo sí. Por eso cuando hace unos años se anunciaron dos, salté de gozo, hasta caer en el pozo al comprobar que uno no era sino sala múltiple de exposición, allá junto a la Alcaldía en el exilio, y el otro un chalet de la plaza Circular, muy envidiable para casa… y nada para museo, según nos avisa su nombre “de doña Pakita" más propio de hostal de carretera que de santuario de arte.

Cuando se anunció la creación de un Museo que tendría por gran sede el Real Hospital de Santa María Magdalena, el Provincial, renové alborozo y a la espera estaba de verlo Museo de Arte de Almería, único y definitivo, cuando supe de su bautismo con el nombre impuesto excluyente y limitador, de “Museo del Realismo Contemporáneo de Almería” y entonces volví a comprobar cuán poco dura la alegría en la casa del pobre iluso y comprendí también la “necesidad” que había llevado a su promotor a crear un museo previo y de llamarlo de “Doña Pakyta”, no “de Almería”: para encerrar en él a los artistas de la tierra y hacerlos parecer menores, de “provincias”, como antaño nombraban a sus funciones por España los teatros de tronío, que solo tenían a las de Madrid por superiores, de "altura"... y así han puesto a vivir a ambos museos, gasto y daño por dos, uno para rebajar y el otro para subir, a mayor gloria de dios; juntos pero muy separados, como los dos cafés anunciados por el tabernero pobre: “café” y “café por la gloria de mi madre”.

Desde hace unos días en que se ha inaugurado -no puedo decir que con gozo y bien que me duele- el museo de “gloria” está pleno de obras de valía seleccionadas bajo el criterio exclusivo de la fundación del pueblo de Olula del Río, Ibáñez-Cosentino, que es parte y arte, pues también pinta y lo hace bien sin que tampoco le falten dotes de autopromoción ni apoyo en un auténtico grande del arte, Antonio López, del que tuve hace muchos años el honor inmenso de ser su alumno en Madrid y cuya relación con Almería era ninguna hasta que se ha visto involucrado en este proyecto que nos lo trae con su celebridad de una mano y sus hijos pintados y modelados, de la otra…

Y encantado estoy con esta vecindad, sin que por ello eche a dormir mi sentido crítico: justo es que el que pague exija; que la Fundación intervenga en el contenido y la gestión museística, pero creo que la propiedad de la sede, la Diputación, aportadora de un valioso edificio restaurado con muchísimo dinero público, algo tendría que decir en cuanto al trato dispensado al pintor Jesús de Perceval, un almeriense por el que ella apostó becándolo en sus comienzos, nada que ver con el menosprecio que ahora le dedica al permitir, dócil, que otros decidan que no debe figurar en el nuevo Museo un artista excepcional que, además, dotó a Almería de símbolo, el Indalo, le creó inquietud cultural y escuela pictórica y todo con sumo esfuerzo en una época que no era la de las subvenciones, los proyectores o la cascarilla de las redes… y divulgador fue de Almería, algo que la Diputación tampoco ha tenido en cuenta y ha asistido a la dispersión de su obra con indiferencia y aún con menosprecio, como en este caso del nuevo Museo con el que ha perdido una ocasión de oro para probar que es valedora de lo almeriense y, realmente, excelentísima.

Autorretrato
Autorretrato / Jesús de Perceval

Una jugarreta más de las muchas que las instituciones vienen dedicando a uno de los más predilectos de sus hijos: se oculta, cuando no se borra, su obra; se le altera su apellido de artista y se le llama Pérez de Perceval, que lo era de primero, como si a Velázquez le llamaran Rodríguez de Silva, que lo era, pero así no lo conocía nadie; se le trata de robar la idea y realización de la Fuente de los Peces; se le niega el descubrimiento pictórico, y fotográfico, de La Chanca y hasta su propio monumento es frenado por el Ayuntamiento que lo aprobó en 1992… mientras por ahí andan ya los de muchos notables paisanos, admiradores suyos, desde José María Artero a Richoli… y hasta de extranjeros como el barón de Coubertin, o el beatle Jonh Lennon, quienes, como todo el mundo sabe, no se iban ningún día a la cama sin preguntar por Almería.

Aunque el hablar de arte en nuestra tierra sin citar a Perceval es algo así como tratar del descubrimiento de América sin nombrar a Colón, no sé cómo se las han arreglado sus voluntariosos detractores para conseguir que un artista almeriense que lo dio todo por su tierra resulte silenciado a la par que lesionado en su memoria, en su obra y hasta en su ciudad natal, que la ausencia de Perceval no deja de ser también un desprecio hacia ella que ve su presencia en el Museo reducida al mal uso de “Almería” en su denominación.

Como si no bastara la garantía de Antonio López se ha recurrido a la introducción en el Museo de unos artistas puestos en él por el mero hecho de haber comprado obra suya la Fundación: Zuloaga, Sorolla, Romero de Torres… y aún surrealistas y hasta abstractos que ya me dirán ustedes qué tienen que ver con el “Realismo Contemporáneo”, tan irreales y extemporáneos ellos, cada atardecer asomados al parque de San Luis, con el solo común denominador de oler a mar, a ficus grande y a hormiga chica. Dispares, pero ahí están. Cómo podría estarlo Jesús de Perceval, profeta en su tierra, con su cuadro de Los Inocentes, de ser justos los foráneos y valientes sus paisanos…

Para ilustración de este lamento traigo un inédito e inconcluso autorretrato al óleo, magnífico y realista, de un joven Perceval con un cierto aire de tristeza quién sabe si por presentir la ingratitud con la que los suyos iban a corresponder a su entrega infinita. A los que admiramos al artista nos apena este ninguneo en la proporción en la que alegra a los envidiosos que le dan grandes lanzadas al suponerlo moro muerto, cuando está sano, sanísimo, y más vivo que nunca, y todo por su arte. No es, pues, por salud, sino por justicia por lo que ahora quiero clamar, cuando el inaugurar no es gozo: ¡Perceval, al Hospital!

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