Placa en recuerdo de María Enciso

Crónicas desde la ciudad

Placa en recuerdo de María Enciso
Antonio Sevillano / / Historiador

15 de enero 2012 - 01:00

NO sé si el lector valora mal, bien o regular mis colaboraciones en Prensa divulgando aspectos de la intrahistoria almeriense más o menos reciente. De lo que sí estoy razonablemente satisfecho es de haber logrado -con la ayuda inestimable de la AA.VV "Casco Histórico"- que desde años atrás el Ayuntamiento coloque una placa ante la casa natal de hombres y mujeres reconocidos en la época que les tocó vivir. Lo de menos es que ahora, al rebufo de nuestra iniciativa, el alcalde se cuelgue medallas cuando al principio ningunearon el proyecto. A diferencia de las anteriores, la artística cerámica dedicada a María Enciso, al igual que la de Carmen de Burgos en Plaza Vieja -sufragadas por el Plan Urban con Fondos Feder- sí hace honor al currículo de ambas. Este viernes ha recaído en una olvidada escritora, defensora de las libertades y obligada a exiliarse de España. Un rescate mínimo de su figura, con la esperanza (poca, esa es la verdad) de que algún día se le rinda el debido homenaje con la edición, por ejemplo, de su obra literaria. El 19 y 20 de marzo de 2011 le dediqué en Diario de Almería sendas "Crónica desde la Ciudad", de las que hoy reproduzco lo más personal de su perfil humano.

ORÍGENES FAMILIARES

Dejando sentado que "María Enciso, escritora almeriense del exilio" (1987), del profesor Arturo Medina, esposo de Celia Viñas, es la más veraz y prácticamente biografía, determinadas lagunas sobre su infancia y juventud me llevaron a ahondar un poco más en el conocimiento de la convecina nacida y criada en el populoso entorno de la plaza Pavía.

El 7 de diciembre de 1903 tuvo lugar en la parroquia del Sagrario el matrimonio de Francisco Pérez Castro, censado en la calle Baile (Aristóteles), maquinista naval al servicio del armador Juan March, y Dolores Enciso Amat, perteneciente a una familia pequeño burguesa entre la que destacaba su hermano José Gabriel, farmacéutico con oficina en el Paseo y dirigente de Izquierda Republicana. La joven pareja se instaló en el nº 27 de la c/. San Ildefonso, vivienda donde en la mañana del 31 de marzo de 1908 vino al mundo María de los Dolores Pérez Enciso. A ella le siguió Francisco, fallecido a corta edad de fiebres tifoideas, y Guillermo, nacido en Barcelona (ciudad en la que residieron temporalmente por motivos laborales). Los dos hermanos se reunirían más adelante en América, donde él obtuvo una cátedra de Filosofía en la Universidad de Caracas.

Ya de regreso a la casa materna almeriense de c/. Pedro Jover, María, asiste a la escuela pública y en septiembre de 1923 a la Normal de Maestras, establecida en la misma calle. Su padre, enfermo, falleció un año después de neumonía; sepelio al que no pudo asistir nuestra protagonista. Residiendo ya definitivamente en Barcelona, ingresó en su Escuela Normal (cursos 1923/27) al trasladarle el tío la matrícula desde Almería. No hay constancia de que accediese a la Universidad pero sí de que frecuentaba foros intelectuales catalanes; en especial la Residencia de Estudiantes de Ríos Rosas (barrio de San Gervasio) en la que cimentó su vasta cultura y escuchó la palabra poética de la chilena Gabriela Mistral. Militando en la UGT y PSUC, utilizó el seudónimo de "Rosario del Olmo" cuando era responsable del gabinete de Prensa Extranjero comunista y, junto a una representante de CNT-FAI, del Institut D` Adaptació Professional de la Dona.

En la Ciudad Condal se casó, nació su única hija, Rosa, y el benjamín de los hermanos y se divorció -acogida a la Ley de 1932- de José del Olmo, empresario y juez durante la Guerra. Al parecer mantuvo una segunda relación marital con el "camarada" Ramón Costa. Mientras tanto, la madre, Dolores Enciso, permaneció en Almería malviviendo al frente de una pequeña mercería en La Almedina; trasladada a Villa Dolores (Zapillo), le asistió hasta su fallecimiento por "asistolia" (07/04/1961) el doctor Francisco Pérez Rodríguez.

DE HORROR EN HORROR

Ante la inminente toma de Barcelona por las tropas franquistas, huyó con miles de españoles ganando la frontera francesa por Cerbére. Lo hizo en enero de 1939 como delegada de Evacuación a Bélgica, adscrita a la diplomacia sudamericana. El doloroso encargo -en el que le acompaña la diputada belga Isabelle Blume- consistía en recoger a hijos de españoles en condiciones infrahumanas, junto a sus padres, de los campos de concentración en Saint Cyprien, Clermont-Ferrand y Argelés-sur-Mer para ser entregados en adopción a familias pudientes de Bruselas, Amberes, etc. En esta hermosa tarea se hallaba cuando Bélgica fue ocupada por la Alemania fascista. Tras los horrores de la guerra incivil el drama personal proseguía. Llevando de la mano a su hija de corta edad, huyó a Francia del terror nazi y desde el puerto de El Havre a Inglaterra. El encargo humanitario quedaba truncado y sólo entonces buscó su propia libertad en el exilio americano. De esta azarosa etapa de su vida dejó pormenorizada reseña escrita, como si de una catarsis purificadora se tratara

AMÉRICA, AMÉRICA

De Liverpool, después de veinte días de travesía, el convoy civil escoltado por la Marina inglesa arribó a Barranquilla. Y de allí a Bogotá, donde residió un lustro. Aunque ignoramos el nombre de cabeceras periodísticas concretas, lo cierto es que ejerció la información en Barcelona. Estos conocimientos le resultarán providenciales para subsistir en tierra ajena, aunque hospitalaria, acogida en el verano de 1940 por la colonia de expatriados españoles. En la ciudad bogotana colaboró en los semanarios Sábado, Revista de las Indias y Tiempo, abordando temas "serios". Sin embargo, exigida por las necesidades económicas, se vio obligada a firmar columnas más livianas y populistas; caso del magacín Paquita del Jueves (Méjico) y Diario de la Marina (La Habana). En Colombia publicó sus dos primeros libros: Europa fugitiva y Cristal de las horas.

Por razones no aclaradas, vivió unos meses en La Habana en casa del periodista Eduardo Ortega y Gasset, hermano mayor del insigne filósofo y escritor. En 1945 se afincó definitivamente en México D.F., hasta su fallecimiento en marzo de 1949, muerte callada y a destiempo, fecha en la que cumplía 41 años de edad. Aquí ejerció de maestra, trabajó en las redacciones de El Nacional y Las Españas y publicó el poemario De mar a mar y el de ensayos Raíz al viento (títulos todos descatalogado).

Antonina Rodrigo reflejó en la revista andaluza Meridiana el testimonio de la también almeriense Mercedes Rull Alonso, a la que conoció en Cuba. Fue la anegada compañera en los postreros momentos de su vida y quien en tan amargo trance se hizo cargo de su Rosa. Operada de apendicitis, una mala praxis médica condujo a la tumba a María de los Dolores Pérez Enciso.

Aquella muerte fue horrible, un caso de mala suerte y de negligencia porque ella no estaba enferma, era una mujer alta, bien desarrollada, llena de salud…

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