Crónicas desde la ciudad

Plaza Pavía (II)

  • Según el correspondiente proyecto se “diseñó a fin de que sirva de desahogo a este barrio o por si quiere establecer en ella un pequeño centro de abastos que tan necesario es en este sitio”

Plaza de San Antón.

Plaza de San Antón. / Archivo Diputación Provincial

Quisiera poder vivir / en un barrio de Almería, / para de noche sentir / la campana de la Vela / cuando me voy a dormir

Y ese tañido redondo y monocorde de la fortaleza atalaya lo escucharon durante centurias de San Roque y La Chanca-Pescadería al Reducto, del Puerto a nuestra Plaza y, por expansión, a las cercanas huertas y vega. Soniquete de bronce por el que rigieron su vida horaria los vecinos de un barrio pescador, gremial y flamenco. rebelde ante la injusticia y solidario con la desgracia ajena. De hombres y mujeres de cabeza erguida y mirar de frente, sin altanería pero orgullosos de sus raíces.

Ante el incremento demográfico poblacional y el creciente valor de los solares en el centro, después del derribo de las murallas iniciado en 1855 el Ayuntamiento optó por los aproximadamente 42.000 m./2 de monte comunal –de su propiedad tras ser desamortizado y en cuyo paraje existió un reducto o batería defensiva- para la construcción de casas con una superficie media de 60 m/2. -de las llamadas de puerta y ventana- destinadas a humildes familias de clase obrera. La venta de aquellos solares que supuso un considerable alivio a las arcas municipales. El pedregal entonces colonizado por chumberas y lagartijas converge en San Antón y limita con la Alcazaba, rambla de Maromeros (del Mar), cuartel de La Misericordia, Almedina y la propia ermita centenaria. Después de su nivelación y establecimiento de rasantes, el proyecto de una plaza y diez calles (distribuidas en 16 manzanas) se debe al arquitecto municipal Joaquín Cabrera (1865), culminado por el también titular Trinidad Cuartara. Finalmente debieron plegarse a las exigencias de ampliación y aislamiento como inmueble exento de la instalación militar. Y a la compra por el obispo José Mª Orberá de terrenos para construir escuelas destinadas a niñas y niños pobres, idea que pronto desechó en beneficio del céntrico y de pago colegio de la Compañía de María.

En 1870 la plaza se alumbró con farolas de gas y en 1883 el agua rodada llegó a su fuente central

Ello obligó a realinear el trazado viario y a reducir las medidas de la Plaza de Pavía, así bautizada antes de 1873; salvo el periodo 1932/39 en que la dedicaron a Ángel García Hernández, capitán antimonárquico sublevado en Jaca y fusilado en 1930. Se diseñó, según el correspondiente legajo administrativo, “a fin de que sirva de desahogo a este barrio o por si se quiere establecer en ella un pequeño centro de abastos que tan necesario es en este sitio”. Desaparecida la fuente central, las barracas del actual mercado las alzaron de obra bien avanzada la posguerra. En 1870 se alumbró con farolas de gas (mientras tanto los alrededores siguieron a oscuras) y en 1883, tras sucesivos problemas con el concesionario, las cañerías de plomo surtieron de agua rodada a todas las viviendas y a la propia fuente. Convertida en referente del populoso barrio, a ella confluyen las calles de San Antón, Arquímedes, Galileo, Ancla y Cassinello.

Plaza de Pavia. Plaza de Pavia.

Plaza de Pavia. / Archivo Diputación Provincial

Epicentro vital de la amplia zona a la que finalmente le da nombre (aunque en la memoria sentimental de personas mayores y antiguos habitantes paralelamente perduren los muy citados del Reducto y San Antón), ha sido testigo de no pocas penas y alegrías. De verbenas alrededor de la ermita y su tradicional subasta del “rabico”; de veladas en vísperas de San Juan o engalanada de farolillos en días feriados; de cruces de mayo y mayas, de ruidosos carnavales (con murgas y comparsas que fueron referentes en la ciudad) o de primitivos víacrucis que partiendo del Sagrario de la Catedral ascendían hasta los pies de la Alcazaba y de los que aún perduran cruces devocionales. De algaradas y motines populares en tiempos de miseria y carestías en la elemental cesta de la compra; cuando los alquileres, el pan o el bacalao subían de precio y bajaban los salarios.

Casa de Socorro y los Coloraos

Habitada por jornaleros y empleados, preferentemente del Muelle (afiliados en su mayoría a las sociedades portuarias Matrícula Unida y Unión Terrestre), más algunos pequeños propietarios e industriales y modestos comercios (comestibles, panaderías, petróleo, lecherías) que satisfacían las necesidades básicas. La Plaza Pavía contó, además, con un centro sanitario eficiente pese a sus escasos recursos económicos y de material sanitario: la Casa de Socorro “La Obrera”. A expensas de la sociedad benéfica del mismo nombre, fue inaugurada el 1º de marzo de 1903 (domingo de Carnaval) en el núm. 16. Su director, Dr. Cordero Soroa, estaba auxiliado por el médico Antonio Blasco y el practicante Julio Bou Carpio. Esta tenía por objeto cubrir las urgencias y “facilitar a todos los asociados y familiares la asistencia médica, como asimismo los medicamentos necesarios para su curación, por la módica cuota de 50 céntimos quincenales”. A efectos estadísticos, el primer accidente atendido fueron las graves quemaduras sufridas por el niño de tres años, M.N.A., felizmente curado para satisfacción de sus padres y del vecindario en general. La Casa de Socorro principal radicaba en la muy lejana c/. Murcia, auspiciada por el Ayuntamiento y Cruz Roja.

Esta redujo su perímetro debido a un proyecto fallido del obispo Orberá y a exigencias militares

Tras desmontar la empresa constructora Duarin el “pingurucho” de Los Coloraos por decisión del alcalde Navarro Gay -previo a la primera visita (1943) del general Franco a Almería-, hasta aquí trasladaron los bloques marmóreos del monumento erigido en la Plaza Vieja. Hacinados y sin respeto alguno, sirvieron de urinario, estercolero y cosas peores, según denunció la guardia urbana en repetidas ocasiones. En opinión de Jesús de Perceval ahí continúan, como testigo ignorado, parte de las piedras con las que construyeron los bordillos de sus aceras. Del resto nunca más se supo. Paradójicamente, los “Mártires de la Libertad” sufrieron en el descampado del Reducto la ignominiosa “carrera de baquetas” (los más afortunados), mientras que otros 22 fueron fusilados a traición, de rodillas y por la espalda. Manos caritativas, entre estas un fraile de la familia Perceval, ahuyentaron a las alimañas y depositaron en una zanja practicada junto a la cercana iglesia de San Juan los cadáveres de aquellos militares liberales, de “casaca roja”, que desembarcaron en agosto de 1824 procedentes de Gibraltar en un intento, tan patriótico como descabellado, de derrocar del trono al déspota rey Fernando VII.

La tercera y última crónica la dedicaremos a las semblanzas biográficas de cuatro de sus más ilustres vecinos : María Enciso, Gaspar Vivas, Fermín Estrella y Julio Gómez “Relampaguito”

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