La Rambla (III)

Crónicas desde la Ciudad

Circo Taurino. El segundo tramo discurre de la originaria Perta al pilón de Los Arquitos, en la confluencia de las ramblas de Belén y Amatisteros. Aquí se alzaba el primitivo coso o plaza de toros

Antonio Sevillano

Almería, 10 de abril 2017 - 11:56

Patio Gordito

Dejamos el Campo de Belén con la ermita primitiva que le dio nombre, el primer cementerio municipal, el cenotafio de Los Coloraos inaugurado por Joaquín Vílches en 1837 -antecedente del “Pingurucho” en Puerta de Purchena y Plaza Vieja- y el convento-colegio de las Siervas de María, convertido hasta su derribo en la posguerra en almacén de harinas e improvisado gimnasio para boxeadores locales. E integrados en el paisaje, los cortijos Baeza, Góngora y Abad (en éste solían organizar elitistas bailes de sociedad al que acudían los invitados en calesas y coches de caballos). Regados por el Canal de San Indalecio, al igual que la magnífica finca del empresario danés H. Fischer Draws -con singular palacete habitable desde 1910 y hoy sede las delegaciones de Cultura, Educación, Turismo y Deporte de la Junta de Andalucía. Atrás quedan asimismo el Frontón Vizcaíno, las cuevas (incluida la que se rodaron escenas de “Connam el Bárbaro” y, lo más penoso, donde hace unos días tres jóvenes sufrieron una muerte horrible), caleras y canteras que surtían la piedra para la construcción del dique de Levante.

Descendemos hacia la escasamente descrita Puerta de Belén -en la confluencia de calle Granada-, cruzada en 1810 por el ejército francés de ocupación. Y vía de entrada -pacífica y proteica- de carnes, vinos y hortalizas de los cercanos pueblos, obligados a abonar en la caseta de Consumos (fielato) el impuesto municipal correspondiente; fielato que los lectores de cierta edad la conocieron ya frente a Minas de Gádor, al comienzo de la Cta. de Ronda. Al amparo del coso taurino inaugurado durante la Feria agosteña de 1888, la zona fue colmatándose de modestas casas obreras -de puerta y ventana-, entre ellas las de c/. Ntra. Sra. de las Mercedes, a expensas de la Comisión Regia creada para paliar el desastre de las riadas de 1891. En los años 50, los Sindicatos Verticales construyeron las manzanas de viviendas “18 de Julio”, conocidas coloquialmente por Barrio de los Músicos o de Plaza de Toros; con anterioridad la Diócesis edificó -junto al convento de las Siervas de María- la iglesia de san Ildefonso. Aledaña al Colegio Público “Juan Ramón Jiménez” (inaugurado como Graduada Escolar “Calvo Sotelo”) y al Centro de Salud, se alzaba la chimenea del Oficio Cucarro, dedicado a la elaboración de loza y ladrillos. En el margen opuesto la barriada de Los Ángeles fue comiéndole paulatinamente terreno a La Molineta, al tiempo que sobre el cauce seco se levantaba la Colonia de Belén y el pequeño Mercado anexo.

PLAZA DE TOROS DE BELÉN

Los primeros festejos taurinos en la capital (dados a conocer por Antº Muñoz Buendía) se remontan a agosto de 1562, en el recinto de la Plaza del Juego de Cañas (de La Constitución, Plaza Vieja o del Ayuntamiento), debidamente cerrado por talanqueras y carromatos cuando aún era un descampado trapezoidal ajeno a los pórticos que la distinguen a partir de 1842. Las reses, una por tarde, costaron al Municipio 12.118 maravedíes. Los corrales se repartían entre el barranco de La Hoya y a espaldas de las Casas Consistoriales, en plena judería. Aquí siguieron celebrándose hasta que los empresarios Juan José de Oña y Valentín Hernández (a quienes se sumaron Caralampio Ayuso y Francisco Jover), solicitaron en febrero de 1845 autorización para levantar en la rambla de Belén una cerca que protegiera las obras de una novedosa plaza de toros para la que, previamente, habían requerido once varas de terreno destinadas a su ensanche. Aún en precario y sin concluir, tuvieron lugar siete novilladas de las que se hacía eco el semanario El Caridemo en abril de 1848: “Hacía ocho años desde que en nuestra capital no se habían visto corridas de toros ni de novillos”. Por tanto su inauguración tuvo lugar un año antes de julio de 1849, fecha reiterada desde que la publicara Fernando Ochotorena en “Almería, la vida de una ciudad”. Agradezco a José Francisco García una copia de los planos depositados en el Archivo Militar General de Segovia y Geográfico Nacional.

En la temporada siguiente, el gobernador Eugenio Sartorius permitió continuar las obras y así poder organizar cómodamente corridas en Feria. En este caso de novillos-toros, pertenecientes a la ganadería de Javalera, “que tan buen nombre han sentado en la plaza de Granada”. De Granada precisamente vino Juan Vílches y su cuadrilla. Un desastre, además de responsables de una auténtica salvajada: ¡al toro “Cerezo” lo banderillearon y picaron (19 varas la primera tarde), devolviéndolo a los corrales, de donde volvió a salir el siguiente día, siendo definitivamente masacrado por el tal Llillí! Así describe la plaza el ilustre aficionado, abogado y concejal Ángel Castañeda en “Torerías de la Tierra”, aunque con desajustes respecto al aforo ya que podìa ampliarse hasta los 4.000 espectadores:

“Un anfiteatro murado, sin galerías cubiertas, de una altura de siete metros y un diámetro de veintiocho. En este espacio se contenía el ruedo con la barrera de grandes tableros y postes de cantería; el callejón y la contrabarrera de obra, con soportes por alto de piedra labrada para sostener un cable; un gradería con cuatro sillares de caliza dura que se extendía solo por el lado de Sombra… Por la parte de Sol había solo un escalonado de tablones sostenidos por caballetes de mampostería…

Una puerta de chiqueros al norte y unos metros más adelante un portalón de dos hojas que se llamaba de arrastre… dependencias limitadas a un pequeño corral descubierto…chiqueros, cuadras de caballos y habitación de atalajes, etc.”.

En 1887 la apertura del nuevo coso de Vílches es inminente y la de Belén, cuarenta años activas, cierra sus puertas aunque durante dos años se utilizó como frontón de pelota y otras diversiones. El 19 de agosto la sociedad La Lidia organizó una becerrada; otra el 7 de septiembre, costeada por el gremio de cocheros, y la postrera el 13 de noviembre con cuatro novillos para los populares Minuto y Felipe Navarro. El ganado disfrutaba de una parada previa de descanso donde refrescarse y reponerse en La Calderona, cerrado cercano al yacimiento de Los Millares. La última etapa conducía a gañanes, vaqueros y reses al paraje de Alhadra, lugar que luego fue finca-jardines de La Pipa y emplazamiento de los depósitos de agua que surtían a la ciudad. Otros lugares alternativos fueron La Mezquita, Haza de Acosta o Gachas Colorás. La víspera de la corrida partían de noche de Los Molinos de Viento y calle Real del Barrio abajo, entre el ensordecedor griterío, mugidos y cencerros hasta el pilar de Los Arquitos. Los vecinos, apercibidos, cerraban puertas y se asomaban curiosos a las ventanas a contemplar el espectáculo. A los altillos del corral de la propia plaza solo tenía acceso un escogido grupo de personas. El próximo domingo abordaremos el recoleto grupo de Los Jardinillos, quince viviendas unifamiliares entre las c/.s Murcia y Circo, surcadas por la calle y patio Gordito, en honor al torero sevillano Antonio Carmona.

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