El coleccionista de historias

De origen argentino, Juan Carlos Costa Diéguez, llegó a Almería hace más de 20 años cargado de antiguedades · Es el propietario de dos negocios y posee piezas de un valor incalculable

El argentino Juan Carlos Costa es uno de los coleccionistas de antiguedades más completos y sorprendentes de la capital.
Juan R. Belloso / Almería

22 de enero 2009 - 01:00

Miles y miles de historias. Podría esperar sentado hasta 2020 para que el coleccionista argentino Juan Carlos Costa Diéguez, propietario de la tienda Hispania Antigüedades (calle Rafael Jiménez), dedujera el número exacto de reliquias que atesora en sus vitrinas.

Fanático de los sellos desde los siete años, hubo pocos que se le escaparan en la Ciudad de la Plata, Buenos Aires, lugar donde se crió en una familia, a su pesar, muy poco aficionada. "Siempre he sido una persona muy organizada y perfeccionista. Me encanta investigar, saber el porqué de las cosas, su historia real. Empecé coleccionando sellos, luego billetes, más tarde monedas, relojes, radios, cámaras de fotos. La mayoría son artículos que abarcan desde el siglo cuarto antes de Cristo hasta mediados del pasado", asiente, entre una lucérnaga romana, la pieza más antigua del negocio, y una flamante máquina de escribir Royal, obsequio de América a España en 1908; la primera que llegó con la letra ñ.

Para el pequeño de los Costa coleccionar siempre fue sinónimo de orden, constancia e inquietud; quizá sea por esa razón por la que transcurrieron tan pocos años hasta que se estableciese por su cuenta. "Como quien dice, se me caían de la estantería. No tardé mucho en transformar mi afición en un trabajo", añade.

Aunque su negocio de compra y venta de piezas antiguas era entonces, más amplio que el de hoy, sobrevivía bajo la inseguridad de una Argentina moribunda y cada vez más desangrada por la crisis. Amante aférreo de su tierra, tuvo que renunciar a ella por motivos políticos. La situación era insostenible hasta tal punto que convenció a su mujer y a sus dos hijos para cruzar el charco e iniciar una nueva vida en Almería.

El tiempo le ha enseñado a diferenciar entre lo viejo y lo antiguo. Para Costa antiguamente se hacían las cosas con más ganas, los materiales eran mejores y cuidaban su producción hasta el más mínimo detalle. "Antes lo que se compraba duraba toda la vida. Incluso pasaba de generación en generación. Ahora, el alto nivel de productividad ha hecho descender la calidad de los productos, que han caído en picado hacia un incontrolable usar y tirar", dice, junto a la caja de madera de un microscopio americano Bouch Ilomb, fabricado en el año 1915.

En la actualidad la oferta supera a la demanda. Raro es el día en que no aparece alguien dispuesto a deshacerse de una pieza de sus antepasados. "Siempre que compro un artilugio debe llevar consigo una documentación que me demuestre que no ha sido robado. A parir de ciertos precios los coleccionista debemos andar con cuidado. No podemos comprar cualquier cosa. Por ejemplo, en el caso de las armas, deben tener un reglamento, tienen que estar taladradas. Es el caso de algunas escopetas de la Primera y la Segunda Guerra mundial, o una granada del campo de batalla", asegura el historiador.

Para Juan coleccionar es el arte para unos pocos. El problema en el que se encuentran muchos coleccionistas, dice, es que ninguno de sus familiares son partidarios de continuar la tradición. "A mis padres no les gustaba y a mis hijos tampoco. Supongo que serán mis nietos quienes, algún día, coleccionen mis historias", concluye.

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