Un hombre de campo y capataz
La finca donde trabaja Antonio Ferre incluye el Cabo de Gata y hasta el mismísimo pueblo de San José · Sus padres pagaban a un maestro para que les diesen clase por la noche, a él y otros chicos
"Aquí he nacido, aquí me he criado y aquí estoy todavía". Lo dice un hombre: Antonio Ferre. "Mis abuelos y mis padres también trabajaron en esta finca, 'El Romeral', y aquí seguiré mientras las fuerzas me acompañen". Antes, cuando zagal, para Antonio el trabajo de sol a sol en el campo era su vida, "una vida muy dura, se trabajaba mucho; el campo era muy duro no como ahora con tanta máquina. Comíamos de lo que recogíamos, no había otra cosa. Recogíamos trigo, cebada, garbanzos, maíz, de todo. Luego, en verano, lo llevábamos al molino de los Genoveses". La finca 'El Romeral' incluye el Cabo de Gata y hasta el mismísimo pueblo de San José, es enorme.
Antonio desconocía la existencia del reloj, lo descubrió al cumplir la primera quincena de su vida. En el mientras tanto, su abuelo le enseñó a conocer las horas: "¿usted ve aquella torre?, se llama Calahiguera, pues cuando es por la mañana el sol sale por allí y da la sombra hacia acá, a medida que el sol va subiendo también sube la sombra de la torre y cuando la sombra llegaba a esa finca que se ve allí a lo alto, aquella raya era justo el mediodía; entonces, desenganchábamos las bestias y parábamos para que comieran ellas y nosotros".
¿Y por la noche, Antonio, cómo sabía la hora? "El trabajo era muy duro, había que levantarse tres veces en la noche a darles de comer a las bestias, para que trabajaran durante el día. A mi todo esto me lo enseñó mi abuelo y por la noche cuando tenía que levantarme para echar de comer a las bestias, como no teníamos reloj, mi abuelo me enseñó por los astros; nos poníamos en la puerta del cortijo, mi abuelo me decía pega la cara para buscar un punto fijo y cuando veas el lucero con este ojo, es tal hora y cuando tengas que echar otro pienso a las bestias te vienes aquí, a la marca de la puerta, y verás el lucero en otra parte y así marcábamos las horas. Cuando el lucero salía pegado a la torre de Calahiguera, faltaba una hora o así para que fuera de día, entonces daba el último pienso y después a trabajar". Y después a la escuela.
Los padres de Antonio Ferre pagaban a un maestro para que les diesen clase por la noche, a él y a otros chicos de la finca. "Antes, en los cortijos trabajaba todo el mundo, los niños, las mujeres, los hombres, había trabajo para todos; también para los más pequeños porque había gallinas y la madre le decía a la niña, que a lo mejor tenía 3 ó 4 años, toma nena el cesto y llega donde las gallinas y esturrea la cebada; bueno, pues ya la pequeña hacía un servicio".
Con el paso del tiempo llegó el matrimonio, llegaron los hijos "tengo dos hijas. No se han dedicado a la agricultura, están casadas y se dedican a otras cosas. La vida ha cambiado mucho".
Con el discurrir de los años llegó inexorable la jubilación "pero prácticamente hago lo que hacía hace 20 años, porque cuando esto ya se fue dejando un poco yo me quedé de encargado de la finca, no solo del cortijo, sino de toda la finca a cargo de los ganados, de los obreros, de todo". En la finca hay un cortijo al que Antonio Ferre le tiene devoción "es el Romeral, ahí es donde yo voy todos los días ahora, porque siempre me levanto a la misma hora, entre seis y media y siete ya estoy andando. Me voy para el Romeral, allí tengo animales, tengo gallinas, pájaros de reclamo, y así todos los días. Es que esto a mí me encanta; a veces, me voy al Romeral y me invento cosas, me entretengo en trabajar el cogollo del palmito, trabajo también el esparto; porque antes había que hacerse el calzado con el esparto, que lo hacíamos nosotros y hacíamos esparteñas; que después de la esparteña ya vino otra cosa que le llamábamos albarcas y ahora muchas veces me entretengo en hacer esparteñas en miniatura y se las doy a la gente y las cuelga de los coches y todo eso".
Antonio Ferre es de aire libre, nada de encerrarse entre cuatro paredes "es que si yo me quedo en la casa me muero, porque como no estoy acostumbrado, tienes que estar muy enfermo para quedarte, sino, nada, a la calle, y estoy por allí y a lo mejor llega un señor y entonces pues nos ponemos a charlar un rato si pregunta y le cuento y le explico y así va pasando la vida".
No hay comentarios