El músico Montero: pianista y pianero
Cuenta y Razón
Historia del pianista Adolfo Montero Gallego
Jesús de Perceval y su nombre de artista
Diez de la noche y de enero de 1905, el café Suizo, Paseo, esquina con Tenor Iribarne, cierra sus puertas y despide a dos rezagados caballeros, uno de unos treinta años y el otro casi doblándole la edad. Van discutiendo tan bajo que nadie oye al mayor exigir al joven que medie para que una mujer le devuelva unos muebles…Y así llegan a una puerta de la calle de Méndez, que a la voz del joven se abre, dejando ver una mujer hermosa que pronto se muestra también ordinaria:
-¿A qué vienes con esteviejo asqueroso?
Mal saludo que empeora cuando le reclaman los muebles y ella, por no mirar, pregunta al techo:
-¿Y para qué los querrá el viejo cancano?
Con una falsa tranquilidad que al instante muestra a aquella mujer como lo que es: Candela de nombre y también de condición, que se aviva, crepita y hasta humo echa cuando el “viejo” le habla de muebles. Y ella lo insulta… mientras él le responde mirando al “joven” que termina por partirle su bastón en la cabeza.
Y es entonces cuando el “viejo” dispara a la mujer un tiro de los que no matan, pero avisan de que es hora de coger la puerta. A la carrera sale ella con su madre y tras las dos el joven, seguido primero de un tiro fallido y luego del tirador que lo alcanza y apuñala en la espalda para, ya en el suelo, asestarle dos cuchilladas en el pecho y una en el abdomen. Mortal de necesidad la primera, las otras confirman que lo que quiere es ofrecerle a ella la vida del hombre que le ha puesto los cuernos y robado su lugar...
Como un poseso, desencajado, no oye a Pedro, el Sereno de la calle de las Cruces que lo retiene, sin cesar de llamarlo: ¡don Julián! ¡don Julián..! Que ese era el nombre del matador: don Julián Fernández y Sánchez-Rubio, antiguo agente del banco hipotecario y conocido propietario que seis años atrás, con cincuenta, se puso la medallica de la infidelidad y se echó a arder en una veinteañera de Sorbas que podría haber sido su hija y ha acabado siendo su perdición…
A unos pasos yace el joven que aún emborronado por la sangre es reconocido por los vecinos: ¡El músico..! ¡Es el músico!... Y el músico es: don Adolfo Montero Gallego. Junto a él una navaja de filo doble y en el aire la lengua de doble filo de la Historia que lo pregona bisnieto del pintor Goya como nieto de Rosario Weiss e hijo de don Adolfo Montero Weiss, célebre organero y pianero de Granada y también de Almería, de su catedral, sus iglesias y su burguesía, durante el último cuarto del siglo XIX.
Si los niños corrientes, tan de pito y tambor, hemos tenido por bandas sonoras los ritmos del batir en el tazón o el majar del almirez, Adolfito vive rodeado de los pianos de su padre, los que fabrica en Granada y los que restaura por todos los lugares. Predestinado a la música, a la profesión paterna tan solo le ve la pega de su itinerar: los hijos naciendo allí donde los instrumentos fallan. El azar que quiso que él naciera en Granada en 1875 y antes sus hermanos Matilde y José en una Berja que amueblaba iglesia nueva…
Sedentario, busca sitio en que poner casa y piano… Y así es como llega en 1889, al café Suizo -cuya foto viene aquí por merced de Antonio Sevillano- donde su dueño, don Antonio Campoy, masón y exalcalde republicano, lo sienta al piano por correligión con su padre, y lo levanta como artista tras escuchar su actuación. Retorna en 1890, con don Luis Pareras y unos fragmentos de ópera, el último a cuatro manos. Entretanto, su casa granadina, con las ausencias paternas, es hogar por su madre, doña Eduarda Gallego la que un día agosteño y sevillano de 1892, le sobreviene la muerte. No ha cumplido nuestro artista los veinte, y ya ha matrimoniado con una guapa enferma con la que inicia en nuestra ciudad la vida soñada. El 14 de octubre de 1892 actúa por primera vez como vecino voluntario de Almería, que es el paso previo a formar parte -y de eso sé yo un rato- de su vecindario adoptivo. Y lo hace en el Suizo, estrenando una tanda de valses suya a la que titula “Enriqueta”, por amor a su esposa… y por no llamarla “Sánchez”, por no llamarla “Pérez”…
Republicano, como su padre, en el kiosko de aquel café estrena el pasodoble «¡Viva Salmerón!» compuesto por el músico de la banda de Alhama, don Antonio Maldonado, al que ha conocido a raíz de que su mujer llegara en 1893 a aquel pueblo a busca agua y aires nuevos y ha encontrado la muerte. El mismo año en que estrena el pasodoble “Conde de Venadito”, obra de don Salustiano Capilla dedicada al valiente buque de guerra que en Cuba ha puesto en fuga a varios navíos yankis. “Las señoritas toreras” un precioso pasodoble de 1897… Obras oportunistas que a veces dejan paso a las clásicas y don Adolfo pone las teclas al servicio de la soprano Josefina Giorgini en 1896, y al estreno de su obertura “La Inauguración”, en 1898.
Su condición de compositor y pianista no le impide seguir con el negocio que en Almería ha tenido su padre hasta su muerte en 1900, ahora ceñido a la venta y alquiler de pianos. Emprendedor, en 1903 monta taller en el que graba un buen repertorio de obras para el cilindro de pombia, el popular pianillo de manubrio, antepasado ilustre y popular de la música enlatada.
Encargado desde 1895 de la novena anual que su hermandad dedica a la Virgen del Mar, ha ido componiendo, buenos Gozos, Salves y Credos… que en 1904 quedan eclipsados por una hermosa Misa, escrita al estilo de Palestrina“ que logra “fundir la inspiración con la ciencia musical, y unir el contrapunto, la armonía y la melodía, formando un conjunto lleno de religiosidad y belleza”... Su Salve de aquel año en la visita de Alfonso XIII a la Patrona suena, más que sabe, a guinda en la carrera deMontero…
Sin embargo, tanto éxito en lo profesional no sé corresponde con lo personal, que no es amoroso un piano, y por eso busca mujer estable años ha. Uno hace que todas las noches, tras su actuación, desde el café Suizo camina en busca de Candela a la calle Méndez… Siempre solo, menos hoy, 10 de enero de 1905, que lo acompaña la muerte en disfraz de caballero.
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