Almería

El olvido de la Calle Olvido

  • Absorbida por la ampliación de la calle Murcia, el Ayuntamiento no le repone ni el letrero con su nombre

  • En dos siglos, allí han vivido militares, guardias urbanos, carpinteros, dependientas y hasta amas de cría que vendían su leche materna al mejor postor  

El olvido de la Calle Olvido

El olvido de la Calle Olvido

Es una de las calles de Almería con nombre peculiar, como las de su entorno. Dice el callejero fiscal municipal que la Calle Olvido tiene entrada por la de Amapola y salida por la del Tesoro, pero, en realidad, la ampliación de la de Murcia la ha absorbido, le ha arrebatado su identidad castiza de casas de planta baja, reja hasta el suelo, patio encalado y techo donde criar gallinas y tender las sábanas al sol.

Olvido ya no tiene ni letrero con el escudo del Ayuntamiento, porque unos vándalos lo arrancaron de cuajo hace lustros y se lo llevaron, quizás para conservarlo como reliquia, y el Ayuntamiento no lo ha repuesto a pesar de las fotos en las redes sociales y las quejas de algunos vecinos, que añoran ver su nombre. El Consistorio se ha olvidado del Olvido hasta en el letrero.

La Calle Olvido ha vivido su extensa presencia vial como una frontera entre la moderna e histórica calle Murcia y las serpenteantes callejuelas que quedan por la zona del antiguo Huerto Berenguel. Quienes accedían por allí hace décadas se metían en una Almería de calles recoletas; diferentes hasta en el nombre: Olvido, Salitre, Pato, Cita, Amistad… macetas con geranios de colores en las minúsculas aceras, sillas de enea para tomar el fresco, puertas de madera astilladas repintadas cada abril, ventanas entreabiertas con visillos de encaje interiores... Esa Almería antigua y casi perdida.

Y la Calle del Olvido, pese al olvido, ha marcado la vida y la historia de cientos de almerienses durante los dos últimos siglos. Nació con la urbanización del fértil Huerto Berenguel y su trayectoria paralela a la calle Murcia le otorgaba esos dones de céntrica pero escondida y de peatonal pero populosa. Porque la Calle del Olvido, sin tan siquiera buscarlo, fue por su estrechez una de las primeras calles peatonales de la ciudad. Su distribución de casas típicas de puerta y ventana no la convertían en demasiada poblada, pero sí es un lugar donde todos los vecinos se conocían como si vivieran bajo el mismo techo.

Calle Olvido Calle Olvido

Calle Olvido

A principios del siglo XX se puso de moda entre las muchachas de la calle que habían parido convertirse en amas de cría, ofreciendo para la venta al mejor postor la leche materna mediante anuncios en los periódicos. Una tal Ana Muñoz era una de las más activas en sus propuestas comerciales mientras que la madre primeriza Luisa Hernández también se apuntó a ofrecer por cuatro perras el alimento de sus senos.

Vecinos de la Calle Olvido también fueron, o son, Manuel Montoya, que vivía en la esquina con Amapola; Juan Navarro Ruiz; Wenceslao Sánchez Marín, que con seis años le atropelló un coche en la plaza Carreros; Juan Alonso González, que protagonizó un incidente con un revólver en 1921 al ser abandonado por su amante, Mar Úbeda; José Pérez Andújar, que en 1925 le abrió la cabeza con una olla a un latonero cuando pretendía engañar a su esposa; Francisco Pérez Martínez que en 1934 se le derrumbó el techo de cocina o Pedro Pérez Manrubia, Manuel Sánchez Alonso y José Galetti.

Antes de la Guerra Civil también allí residían ancianas, como Carmen Carmona León, nacida en 1847

Antes de la Guerra Civil también allí residían ancianas, como Carmen Carmona León, nacida en 1847, que durante la feria de agosto de 1929 sufrió un tremendo accidente al volcar por el Parque el carro en el que viajaba con su hija, María Márquez Carmona. Ambas vivían en el número 16 de la calle. También sufrió un grave accidente de bicicleta el vecino de la calle Nicolás Alonso González. Fue en Tabernas, en 1935, mientras entrenaba para una carrera que organizaba la “Casa Ciclista Mateos”, llamada entonces “Garage Ciclista Obrero”.

En el número 14 vivió hasta su muerte, el 5 de marzo de 1942, el capitán de Infantería de Marina, Enrique Moya Navarro. Hasta la Calle Olvido se desplazó un piquete de soldados para rendirle honores de ordenanza al cadáver, provocando la admiración de los chiquillos por la llegada de tantos militares uniformados de gala, sable incluido. 

Manuel Martínez Criado y su esposa María Asensio González criaron en el número 12 a sus hijos Carmen, Manuel y Maruja. Manuel Martínez Criado, un carpintero que manejaba el banco y el cepillo como ahora hacen pocos, diseñaba muebles en “La Valenciana”, pero por sus ideales políticos fue movilizado en la Guerra Civil, convertido en capitán y posteriormente encarcelado y exiliado. Tras su prematuro fallecimiento, María siguió viviendo allí con su hija pequeña, dependienta en “Calzados Dyasol”, hasta que se casó. Antes lo hizo Carmen, una modista única, y Manuel que siguió los pasos gremiales de su padre.

La desgracia también afectó a algunos de los moradores de la calle del Olvido, El guardia civil Manuel Fernández de Cara

La desgracia también afectó a algunos de los moradores de la calle del Olvido, El guardia civil Manuel Fernández de Cara, que residía en el número 8, falleció con solo 58 años de edad en un accidente de tráfico en la curva del túnel del Palmer, en noviembre de 1978. Dejó viuda, Josefa González López, dos huérfanos y a una madre desconsolada, Josefa de Cara Moreno. Manuel Fernández conducía su Renault 8 y un viejo Seat 1500 se le echó encima en la misma curva de aquel agujero de piedra. Aquella colisión mortal aceleró el proceso administrativo para iluminar el túnel, que hasta ese momento carecía de lámparas.

Otro agente del orden, el policía municipal Joaquín Vita Montiel que nació en 1908, residió hasta su fallecimiento en 1982 en el número 10 de la calle, junto a su esposa Mercedes Pelayo García y sus cuatro hijos: María, Ángeles, José Joaquín y Josefina.

Y cómo no, había niños. Muchos. Pequeñajos que jugaban de sol a sol con la tierra y las piedras de la calzada sin asfaltar y cuando pillaban dos reales se creían capitanes generales y los invertían en pipas, chicles o caramelillos en el mostrador de la puerta del negocio de Francisco Palenzuela Montoya, su mujer Carmen Salinas Castillo y su hijo Manuel. Frutos Secos Palenzuela” era el paraíso de los chiquillos porque sus vitrinas estaban rebosantes de cosas buenas, todas para relamerse. Era la tentación de los zagales de la calle Olvido.

El proceso para la transformación de la calle en un anchurón de la de Murcia empezó en marzo de 1979

El proceso para la transformación de la calle en un anchurón de la de Murcia empezó en marzo de 1979 cuando el alcalde, Santiago Martínez, decretó la ruina y la inminente demolición de tres viviendas. Poco a poco fueron cayendo los inmuebles, dejando la fila de números impares como la encía desdentada de un viejo, hasta que no quedó ni una casa. Con ellas pasó como con los soldados de reemplazo, que caminaban despistados por allí buscando algún lugar cercano donde saciar su ímpetu y su sed después de bajarse de “La Parrala”, en la cercana parada de la Rambla: ambos desaparecieron.

Era un sueño vecinal ver ampliar el horizonte hasta la calle Murcia, pero ese panorama fue su final. Hoy, ese espacio lo ocupan sillas de bar amontonadas, media docena de árboles “espeluchaos” y una ristra de motos aparcadas que dejan sus charcos de aceite listos para el resbalón. Ya lo advirtió en 1970 el padre José Ángel Tapia en su libro “Almería piedra a piedra”: “…en un dédalo de callecitas a punto de desaparecer, y nadie lo lamentaría desde el punto de vista urbano, están las de Reinaldos, la Cita, la Amapola, del Olvido, la Amistad, el Tesoro, los Carreros, los Patos y el Salitre”.

Calle del Olvido: tus vecinos no te olvidan.

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