La tribu
Mientras el mundo gira
Porque el coronavirus nos ha puesto frente al espejo, a todos a la vez, y a cada uno individualmente. Y el espejo nos dice inequívocamente que somos hijos del mismo dios, miembros de la misma tribu.
Ayer amaneció espléndido el día. El sol era un capote que nos retaba a embestir recibiéndonos a porta gayola. Y acudí a la cita con el afán de libertad que acumula el animal en los toriles. Era la mañana una fiesta grande de luz. Pipo, mi perro viejo, ladraba como un cachorro a sus semejantes por decirles quién manda en el barrio. Su rabo hacía remolinos de alegría en el aire. Anduve de acá para allá acompañado por el toro, en el pensamiento, y el perro en el extremo de la correa. Iba tarareando mi canción COMO EL TORO cuya letra es un soneto de Miguel Hernández brutalmente hermoso, un latigazo poético con el que el de Orihuela designa al toro como la metáfora de lo que él fue y, acaso, somos todos:
“Como el toro he nacido para el luto/y el dolor, como el toro estoy marcado/con un hierro infernal en el costado/y por varón, en la ingle con un fruto/como el toro lo encuentra diminuto/todo, mi corazón desmesurado/y del rostro el beso enamorado/como el toro a tu amor se lo disputo…”
En sentido figurado podríamos decir que, como el toro, hemos estado y ¿seguiremos?, confinados por el peligro de la estocada que nos acecha fuera de la casa. Pipo, nuestro Pipo, respira, sabe y mide nuestro miedo. Lo notamos porque viene a pedirnos caricias insistentemente y nos calma con el efecto placebo y sanador de su mirada.
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Sí, ayer fue un hermoso día. Quise exteriorizar mi alegría saludando a todas las personas que veía, conocidas o no. Hubo alguien que ni me miró dándose por no “aludido”; pero la mayoría correspondió con mayor o menor amabilidad. Este impulso saludador repentino, me sirvió “como test” de sociabilidad. Un indicio somero, claro. Pero esperanzador; tanto como para aliviar la pesadumbre que me produjo leer antes de salir a la calle el informe del BarómetroGAD3 sobre las consecuencias devastadoras que está teniendo esta crisis.
El análisis de Eduardo Bericat, catedrático de sociología de la universidad de Sevilla, nos dice entre otras cosas que: “Comparando los sentimientos de los españoles durante esta crisis con los declarados en 2012 o 2016, observamos un claro desplome de su bienestar emocional. La preocupación es inmensa. La tristeza sube en torno a 40 puntos porcentuales. La felicidad desciende 25. Y ascienden significativamente tanto el estrés como la ansiedad. Durante el mes de abril ha continuado el deterioro del bienestar emocional de los españoles. La autoestima se resiente, el optimismo personal muestra fisuras, el disfrute inicial parece evaporarse, y los sentimientos depresivos alcanzan al 33.6% de la población. La última encuesta del Eurofound muestra que el malestar emocional de los españoles es mayor que el de la media de la UE”.
Descorazonador, es verdad.
Pero tras mi infantil experimento de ayer “sobre la marcha”, creo que no estaría mal que los sociólogos que trabajan con los estudios demoscópicos nos plantearan dos o tres preguntas adicionales: ¿cómo está afectando la pandemia a nuestra capacidad de convivencia con los demás? ¿Ha disminuido en alguna medida la arrogancia de los “hechos diferenciales”? Que todos los seres humanos podamos ser presa de esta enfermedad y muerte, sin diferencias significativas entre generaciones, ¿nos ha hecho o nos está haciendo más solidarios?
Y finalmente, ¿se estarán dando cuenta los dirigentes políticos, y el Gobierno de España sobe todo, de la sinrazón con que gestionan la situación atendiendo y calculando réditos electorales? Porque el Covid-19 nos ha puesto frente al espejo, a todos a la vez, y a cada uno individualmente. Y el espejo nos dice inequívocamente que somos hijos del mismo dios, miembros de la misma tribu. Mientras el mundo gira.
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