¿Qué quieres?, le decían en Almería, ¿a Juan Breva por ‘una gorda’?

Cuenta y Razón

Recuerdos de infancia de uno de los cantaores más populares de la provincia

El Vivillo en sus días de incógnito en Almería

Juan Breva junto al también cantaor ‘Paco el de Lucena’, guitarras en mano, preparados para un recital. / D.A.
José Luis Ruz Márquez
- Catedrático licenciado en Bellas Artes

08 de junio 2025 - 08:00

Doce añillos tendría cuando tuve el primer contacto con el flamenco: mi dedo sustituyendo a su cuerda rota, ponía a cantar al viejo gramófono un fandango del Pena. Un disco de pizarra al que aún evoco, con su letra, con su música… y con el fondo de las amenazas de mis pobres padres desde su interrumpida siesta: Dábale un rayo de luz / cayó una perla en un lirio… Crecí y fueron ningunos mis logros musicales. Con la bandurria solo llegué a la introducción de Mi Jaca. El cante, ni lo intenté. Me quedé en escuchar, que es lo único que puede hacer el que no ha sido agraciado por Dios con dotes para la música. Y grabé en la memoria los motes de los cantaores leídos en aquellos viejos discos, como aquel del Pena

O el del Breva. Por eso sentí alegría cuando hace ya años y en este mismo Diario, di con el cantaor veleño en un precioso artículo que tenía toda la pinta de ser de quien era: de Antonio Sevillano y por él lo supe nacido en Vélez-Málaga y 1844. Que fue bautizado como Antonio Ortega Escalona cuando en realidad era Juan por su padre y Breva por su madre, o por su abuelo, que ambos anunciaron la dulce fruta con un pregón que fue el primer cante que el niño oyó.

Antesala de los que cantó en el malagueño café de La Paloma, inicio del camino de su arte. Una ruta que tuvo el mejor de sus hitos en el Madrid de 1884 y 85 donde llega a cantar a diario en tres cafés, bajo unos buenos contratos a los que la gente inventa el cobro en oro. Una fantasía acorde con la mutua fascinación del flamenco y la aristocracia. Una relación que nos permite ver, sentaditos en el tranco, al Breva cantando y a Alfonso XII escuchando a ratos, cuando deja de reinar sobre sus problemas de estado, de faldas y de salud. Con una complicidad tal que en cuando en octubre de 1885 el rey en Madrid empeora de tisis, es el cantaor el que muere en Málaga de cólera… Y de mentirijillas, por fortuna y por un error que le concede al artista el privilegio de asistir a su propio velorio desde la orilla de los vivos. En la que oye halagos sobre su hermosa voz tenora, sus letras propias, su afán por innovar que ha hecho que unas malagueñas acaben llevando el mote suyo por apellido.

No voy a tratar de su vida ni de su obra; tan solo quiero dar unas pinceladas, que es lo mío, sobre la relación del cantaor con Almería. A partir de 1886 viaja por toda la España flamenca, sin encontrar hueco para Almería hasta después de una década: y en diciembre de 1896 canta en el teatro Apolo y el 30 en el Principal; a comienzos de febrero de 1897 en Orán y el día 13 en el Teatro de Cuevas con Pepe El Cordobés a la guitarra...

Día lluvioso de cobro de 1903 en un ingenio azucarero de Motril; cuatro tarantos, tan chulos como tontimalos, cambian salarios por vino y apuestan una jarra a matar al primero que pase. En un santiamén, el administrador de los Larios yace muerto, boca abajo, con una faca que lo clava en el embarrado suelo. Cuando llegan los civiles, ya hace un rato que un grupo de hombres y mujeres anda presuroso por el camino de Levante. Es la compañía recién formada por Juan Breva a la que este crimen le ha anulado la función que iban a dar en un almacén de cañas. Anda que te anda, Castel de Ferro, Gualchos… De casino en corrala y de cante en baile con los que pagarse comida y posada con Almería por meta.

Y aquí llegan, y no sé dónde, montan batea en la que un quinceañero Niño de la Matrona con Monterito abren función, dando paso a las dos bailaoras y estas al Breva que arranca, guitarra en ristre, con la copla de siempre:

Ni la fuente más risueña

ni el canario más sonoro,

ni la tórtola en su breña

llorarán como yo lloro

gotas de sangre por ella.

Poniendo el broche las palmas de la afición y la rifa de una botella de vino de seis perras gordas… Que de esta manera tan pobretica fue como se produjo el primer encuentro del Breva con la Almería del siglo XX, y lo sé, no por la prensa, que ni pío dijo, sino por habérselo leído contar a Matrona quien atribuye el poco éxito del espectáculo en aquellos días a la miseria de nuestra tierra que él la explica a través de su experiencia: la de haber comprado a un arriero por ¡35 céntimos! un bogavante con el que comieron todos…

Se fueron con la promesa de no volver y todos la cumplieron… salvo Juan Breva, quien tras muchas idas y venidas, retorna a nuestra ciudad en 1912 para montar en Trajano 16 una taberna en cuyo alto vive con su Antonia y su ceguera agravada y donde un mediodía de julio de 1913 lo encuentran muerto. Aparente, como el de Peret:“Y no estaba muerto, no, no, que estabatomando cañas” resonar sobre el mostrador de su local… Se ve que la parca buscaba a otro del vecindario y por él anduvo revoloteando hasta que el 9 de noviembre de 1913 se posa en el vecino bar de La Bombilla, calle Real esquina a Séneca, disfrazada de grupo de cocheros, flamencos y borrachos, a seguir bebiendo y pelear con los camareros. La faca del Romanones abre el vientre de Miguel Hernández, jefe de la barra. Hasta el puesto del Breva llega la sangre cuando uno de aquellos chulos entra a lavársela apoyado en El Corona, otro guapo que saca a las mujeres de la triste vida alegre de El Lugarico los duros que no le dan su voz ni su guitarra.

En la feria de 1916, actúa en el salón Ideal, calle de Sagasta, con la Niña de los Peines, ella “reina del cante” y él “afamado cantador”... cuando solo han pasado tres meses de que la prensa, por su actuación en el Kursaal, tratara de “agradable viejo” al “simpático Breva”, con ese paternalismo al revés con el que se le pierde el respeto a la persona mayor. Un anuncio de lo que se le venía encima: abatido, retorna a la Málaga de los pregones de su niñez y allí, ahora sí, a la tercera va la vencida, le echa la muerte el brazo por el hombro. Es 8 de junio de 1918. Por mucho tiempo quedó su nombre como todo un sinónimo de valía: para desarmar a aquella que queriendo comprar barato se hacía la sorda ¿Qué quieres?, le decían en Almería, ¿A Juan Breva por una gorda?

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