Un viaje a los Santos Lugares

Almería

Un reencuentro con la fe que nos enseñaron nuestros mayores

Foto de familia en tierra santa
Foto de familia en tierra santa / D.A.
Juan Torrijos

Almería, 03 de marzo 2024 - 08:00

En estos días, viendo las fotos que llegan desde la conocida como Tierra Santa, donde el sufrimiento de sus gentes no parece acabar nunca, me han venido a la memoria las imágenes vividas durante un viaje peregrinación a los Santos Lugares. Los días vividos entre las tres religiones que allí conviven, el encuentro con la gente de distinto idioma y color, el paseo por las calles donde cuentan que se vivió la mayor historia jamás contada. No creí, mientras caminaba por las mismas, que unos meses después, los hombres estaríamos de nuevo mostrando nuestra peor cara. Nunca imaginé que no se pudiera llegar a un acuerdo para que judíos y palestinos pudieran vivir en paz, pero si alguien tropieza en la misma piedra todas las veces que haga falta, es indudable que el ser humano parece nacido para ello. Si un insulto levanta otro, si lanzas una piedra provocas otra, si das una bofetada, debes esperar la del contrario. Y así, hasta el infinito.

Tras aquellos días, dejé entre las teclas del ordenador una reflexión de lo que había sido para mí aquel viaje con un grupo de almerienses. No pensaba que algún día pudiera ver la luz, pero, en estos días, ante la barbarie que se está viviendo y que no parece que tenga fin, he vuelto a leer aquellas páginas, y me gustaría compartirlas con ustedes, con los amigos y muy en especial con aquellos hombres y mujeres con los que viví aquella una hermosa aventura, que hoy, por la locura de unos hombres no podría hacer realidad.

Foto de algunas de las "peregrinas" ante el Muro de las Lamentaciones
Foto de algunas de las "peregrinas" ante el Muro de las Lamentaciones / D.A.

Al cabo de los años, con más de los que uno quisiera, he viajado a los Santos Lugares. Lo he hecho cuando las piernas dan problemas y a las rodillas les cuesta trabajo doblarse. Quiere ello decir que, si está pensando en una experiencia similar, si espera caminar por las tierras de Jerusalén, Belén, si está dispuesto a subir al Monte de los Olivos, bajar hasta el mar de Galilea, o lago de Tiberíades a ver las huellas que sobre las aguas dejó el Hombre, no espere a cumplir todos los años, no quiera bajar en busca de la gran historia de nuestra existencia cuando las fuerzas ya se alejan de nosotros.

Peregrinar a Tierra Santa es algo que todos los que hemos tenido una educación cristiana deberíamos hacer por lo menos una vez en la vida, aunque nos hayamos alejado del mensaje, quizás porque algunos aspectos y sucesos de la Iglesia Católica hayan hecho huir de nosotros la fe que nos enseñaron en nuestras casas. Y sobre todo si los años te han ido alejando de aquellas creencias y la fe se ha ido perdiendo en medio de una vida cada día más pragmática, carente de valores y cercana al consumismo como único Dios al que dedicar la vida, nuestro presente y futuro.

Cuando un amigo me habló de la peregrinación que se estaba preparando, no lo dudé ni un instante, me hace ilusión, hay que viajar a Israel, tengo que acercarme a aquellos lugares que conocí a través las enseñanzas de mi infancia. Con todos los inconvenientes apuntados, y con algunos años de paréntesis por culpa de la pandemia, el viaje se nos hizo realidad.

Treinta almerienses peregrinos que no se conocían entre ellos, Isabel, Isolina, Mercedes, Martín, Guillermo, Luisa, Diego, Rosa, Salvador… llegaron al aeropuerto de Tel Aviv. Cansados por el madrugón, algún aterrizaje nos dejó la sensación de lo que es el miedo a un accidente aéreo, pero con la ilusión de lo mucho que nos esperaba tras el paso por la alta seguridad de los israelitas, donde parecen vivir esperando que les estalle la ciudad en el instante en que menos lo esperan. Y lo triste y lamentable es que de vez en cuando lo hace, y esa explosión se oye en todo el orbe.

En el aeropuerto nos esperaba la persona que nos iba a llevar por las vivencias que el paso del Hombre fue dejando en estas tierras, y que cuentan lo que acaeció hace más de dos mil años. La historia sobre la que más se ha escrito en siglos y con la que nació un nuevo orden, una nueva forma de vivir y de sentir. Algunos creemos que con la historia de aquel Hombre nació el amor a los demás, nos enseñó el camino a seguir, nos iluminó el resto de nuestra existencia. Aunque olvidamos el camino demasiadas veces, así como sus enseñanzas.

Un descanso en el camino
Un descanso en el camino / D.A.

La suerte que tuvimos es que estuvimos al frente de la peregrinación al padre Emérito Merino Abad, franciscano, que convirtió con su voz, palabras y paseos durante aquellos siete días la peregrinación a Tierra Santa en la mayor aventura vivida en las tierras de María y de Jesús.

Las mismas tierras por las que aquellas sandalias caminaron, caminó nuestro cansancio, nuestra fe, ilusión y esperanza. Ante las interminables escaleras, las cuestas que no parecían acabar nunca, solo las palabras de aquel franciscano de ochenta años nos empujaban por ellas, nos guiaban, nos daban la fuerza suficiente para seguir en el camino. Siete largos días, interminables jornadas que comenzaban a las ocho de la mañana y que acababan cuando la oscuridad comenzaba a reinar bajo el estrellado cielo que hace dos mil años acompañó el paseo del Hombre por estas mismas tierras.

Y así un día tras otro, y así una hora tras otra, bebiendo de la palabra del padre Emérito la más hermosa historia siempre contada, nunca olvidada y que ha sido con los años la fe de nuestros mayores. No sé si le estamos dando a nuestros hijos la misma fe, ilusión y pasión que nosotros recibimos de nuestros padres y que nos recordaba cada mañana, en cada eucaristía, la fe y la esperanza de un padre Franciscano que se convirtió en el faro que iluminó nuestro viajar por las viejas tierras que siguen dando fe, hoy en día, a millones de hombres y mujeres que de los cinco continentes vienen a buscar las huellas de los pasos de Él, por estas ciudades.

Los excursionistas disfrutaron de las visitas a los lugares más representativos de la fe cristiana
Los excursionistas disfrutaron de las visitas a los lugares más representativos de la fe cristiana / D.A.

No vi las huellas buscadas de aquel Hombre, tampoco encontré las sandalias con las que caminaba por estas calles, que subieron estas cuestas, que le hicieron caer en tres ocasiones y de las que se volvió a levantar, pero me di de frente con las palabras de una persona, un franciscano apegado a esta dura tierra, que me supo guiar por las distintas estaciones de un peregrinaje que se ha hecho inolvidable.

Que nos hizo andar, correr y vivir a su frenético ritmo durante siete días, y que ha dejado tal huella en nosotros, que solo esperamos la llegada del mes de mayo para iniciar, si es posible, una nueva aventura a su lado por los lugares de Francisco, en la bella Italia que le vio nacer.

Gracias a todo el grupo por el viaje, por la ilusión demostrada, por las inolvidable horas vividas, por las ayudas recibidas. Ojalá nos veamos en Italia.

Qué lejanas suenan palabras como paz, amor, hoy día, solo unos meses después de haber estado en Belén, en Jerusalén, no encontramos esa paz entre la gente con la que compartimos horas de felicidad, cuando el sonido de las bombas llenan los cielos de Israel y Palestina, cuando las sirenas atruenan el espacio aéreo, cuando los gritos y los lamentos humanos son el canto que salen de las Iglesias y de las Mezquitas, cuando las bombas caen sobre los hospitales, las celebraciones, los actos lúdicos y religiosos, sin mirar las personas que se puedan encontrar en ellos. Cuando se habla de miles de hombres, mujeres y niños muertos en Gaza, en una guerra que se asegura va a durar. ¿Cuántos muertos más hacen falta para que llegue la paz?

Qué lejanas, qué ingratas son en una tierra donde la vida no parece tener valor palabras como: Paz, amor, fe, caridad.

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