Bar Restaurante Imperial
Al derribarse las murallas en el s.XIX el eje Puerta de Purchena/Paseo se erigió en la espina dorsal del nuevo ensanche burgués. Su condición viaria aconsejó el traslado del Pingurucho a la tradicional Plaza Mayor almeriense. A la Plaza Vieja, lugar de las Casas Consistoriales
Convertido en el centro comercial, el gremio de bares y similares tuvo su debido asiento: Los Claveles (bajo de Las Mariposas), Casa Cipriano (luego en el Paseo, con las mejores gambas a la plancha del mundo en palabras de Ramón Pérez de Ayala e Ignacio Zuloaga), Bar Libertad (1931), Bar Fontanita (de Raimundo Expósito Díaz), Regio o El Sol (en un pequeño habitáculo entre la Farmacia Durbán y El Río de la Plata). Además de tres establecimientos señeros: kiosco del Café Suizo, Confitería la Sevillana y Jamonería Andaluza. Con el cierre del Restaurante Imperial en 1998 -gerenciado al final por Cristóbal Castillo hijo- desapareció un clásico de la gastronomía "en, de y por" Almería. Adosado al edificio de Las Mariposas y propiedad de Juan López Fernández, corredor de comercio y fincas, comenzó su andadura como bodega a cargo del Tío Casimiro, vendedor de vinos originario de Albondón. Reclamado por su pariente vinatero, Nicolás Castillo Marcos -alma mater del futuro "santuario", al que más adelante se unió su hermano Cristóbal- entró aquí de mozo de los recados siendo un niño. En los años sesenta adquirieron la casa en la que tiempo atrás Rafael Jiménez también había ejercido de bodeguero. El Imperial creció en calidad, servicio y publicidad. Ya de madrugada ofrecía a la fiel clientela sus "exclusivos desayunos de buñuelos, churros, bollos de almendra y los tonificantes ponches de coñac Tres Cepas".
Al inmueble -obra del arquitecto Trinidad Cuartara- le añadieron un local de Las Mariposas y otra habitación de la Vda. de Alemán, por lo que el bar-comedor-salón y entreplanta sumaban 800 m/2. Nicolás Castillo nació en 1901 y falleció soltero. Cristóbal vino al mundo en 1913, murió en 2008 y fue padre de cinco hijos: Cristóbal, María, Mª Dolores, Genoveva y Jacinto. Otros dos hermanos se dedicaron al sector: Miguel, propietario de un bar en Rambla de Alfareros, y Luis, empleado en La Granja e Imperial.
Durante la guerra civil fue incautado, siendo un miliciano apodado El Rubio el intermediario entre ellos y el Sindicato correspondiente. Al finalizar, y pese a las carencias del mercado, pusieron en marcha definitivamente el restaurante que tanta fama cobró, con una aún corta "carta" y menú diario. El éxito no habría sido posible, ciertamente, sin un largo listado de eficientes cocineros y camareros atendiendo a los fogones, barra y mesas. Se haría interminable teniendo en cuenta que en su larga trayectoria se jubilaron más de 60 empleados en nómina. Veamos unos cuantos nombres: la cocinera Benita Morillas y la churrera Ángeles, Antonio Hernández y su padre, maestro Rodrigo, Francisco Morales y su hijo Paco (Entrefinos), Manuel Luque (Puerto Rico), Ferrer, maestro Ricardo (suegro del también tabernero Manolo Toresano), Madolell, Ramón Lucas, Pancho Cruz, Pepín Cruz, Ginesillo, etcétera, etcétera. Merecedores en su conjunto de un monográfico.
Los Castillo ampliaron el negocio, abriendo en plaza San Sebastián la Pensión Imperial y haciéndose cargo del Club de Mar, Club Náutico, Granja Balear (Imperial) y bar Puerto Rico, junto al Mercado. A comienzos de los sesenta, al aproximarse Navidad, causaba general admiración la exposición -en el "saloncito de meriendas"-, degustación y venta de manjares en bufés fríos no vistos por estos lares: de ostras del Cantábrico y langostas a pavos y capones trufados. A ello hay que añadir las cenas servidas en recepciones oficiales, Alcazaba o Casino Cultural. Por el restaurante -surtido del mejor pescado y marisco de la costa- pasaron los más conspicuos comensales: estrellas del Cine durante el esplendor peliculero, actores de teatro y cantantes, cantaores y guitarristas, toreros, intelectuales y políticos.
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