Feria

Vulgaridad, sevillanas y chunda chunda

  • La globalización lo ha inundado todo. Copíamos de otros lugares creyendo que seríamos más grandes, más festivos y más andaluces y lo que hemos conseguido ha sido acercarnos a la vulgaridad

EL "chunda chunda" es el sonido de la calle del infierno, mezclado con gotas de sevillanas casi imperceptibles al oído y algunas rumbas flamencas, de aquellas que hacen del "meneito" lo que la suelta de una vaquilla es al arte de Cúchares.

Hoy la Feria está en exceso preñada de globalidad, son fotocopias unas de otras, en los que las raíces, la esencia se ha perdido para dar paso, sino a la vulgaridad, si a una especie de clones (todos iguales) en los que sólo brillan los ciudadanos que asisten en masa a cada uno de los eventos a los que se les convoca.

No siempre ha sido así. Que los tiempos cambian una barbaridad, decía Don Hilarión, se cumple aquí con la misma precisión que un reloj suizo marca las horas. En los setenta, en los ochenta, e incluso en los primeros años de los noventa, desde la administración municipal, con la innegable participación de las asociaciones vecinales, se defendía con ahinco las especiales características de la Feria de Almería. Casetas hechas de ladrillo, bloques y cemento, originales, buscando llamar la atención de los posibles clientes con portadas innovadoras y alejadas de la similitud que hoy todas poseen.

Es verdad que el enorme coste nos ha llevado a las empresas de alquiler de carpas y lonas. Rentas a la carta y llegas al local para comenzar a servir copas, a dar comida y bailar, si se puede.

Lejos quedan los interiores, en los que se trataba de imitar las tradicionales casas de la vega de Almería, la influencia del mar entre los que aquí habitamos, con alegorías a los barcos, redes y artes marineras e, incluso, aquellos que se atrevían a clonar aunque fuera para una semana, alguno de los monumentos de la provincia.

Entonces la Feria eran cacharricos y casetas. Los primeros para la tarde, en los que las familias llevaban a sus hijos a los caballitos, tiovivos o coches de choque. Ni por asomo se barruntaban los parques temáticos y, mucho menos, la posibilidad de ir un fin de semana a uno de ellos. Si querías una emoción fuerte la encontrabas en la Feria, en la atracción de última generación, que no iba más allá de un pequeño sobresalto en el estómago cuando ascendía o descencia, pongamos por caso la noria.

En las casetas la música nunca era estridente, ni mucho menos cañera. El que quería marcha la encontraba en las discotecas. Eran emporios de familias y platos de tapas almerienses, en los que la morcilla, el chorizo o el pescado abundaba en la misma proporción que Marruecos nos dejaba pescarlo.

Y con esto llegó la globalización que lo inundó todo. Las ganas de copiar la Feria de Sevilla y el intento, siempre baldío, de acercarnos a lo que esta supone. Creímos que así seríamos más grandes, más festivos y más andaluces y lo que conseguimos fue acercarnos a la vulgaridad. Ahora, paseando por la noche, percibes que muere de forma lenta. O reestructuramos o morimos de éxito ficticio.

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