Crónicas desde la ciudad

El año del cólera

  • Salvo la de gripe de 1918-19, el vibrión colérico hizo acto de presencia en cuatro fechas diferencias del siglo XIX: 1830, 1855, 1860 y 1885, dejando un nefasto reguero de luto y muerte

Gran Blodín, funambulista

Gran Blodín, funambulista

Caímos de tristeza llenos / cuando por la calle arriba / venía el carro de los muertos / llevando siete cadáveres / a enterrar al cementerio… 

Mención expresa a la pretérita peste bubónica del siglo XIV y la de gripe en la pasada centuria (1918-1919), la actual pandemia covídica es equiparable a las decimonónicas de cólera morbo en morbilidad e incidencia en la economía provincial, aunque con menor letalidad en cuanto a las víctimas cobradas. Tríada nefasta a la que debemos añadir una catastrófica cuarta fase: la que con especial virulencia azotó a la capital y provincial en 1885. Periodo en el que, a igual que ahora, debemos estar agradecido al personal sanitario, ejemplarizados en dos heroicos médicos: Juan Cortés y José Litrán, este último inhumado en el Cementerio Inglés en febrero de 1889 tras la manifiesta falta de caridad del obispo Santos Zárate, quien consumó una vergonzosa venganza dada su filiación masónica.

Del hecho se hizo eco la prensa italiana: “Nególe la sepultura en el único cementerio que entonces había en Almería; y para no enterrar el cadáver en un campo abierto, expuesto a la voracidad de los animales, la Colonia inglesa protestante no tuvo inconveniente ninguno en enterrarle en su cementerio, dando así una lección de hospitalidad y caridad cristiana al clero y a los fanáticos de Almería”. 

El cólera morbo se adueñó de Almería en la centuria decimonónica con rebrotes varios

El maldito patógeno no era un extraño. En 1834 el vibrión colérico que en países asiáticos (de donde procedía, vía Portugal) causó estragos, aquí presentó su tarjeta de visita en forma de un reguero de cadáveres: de Adra a Vélez Rubio. Desde ese momento se reforzaron las profilácticas cuarentenas y lazaretos de confinamiento. El “bicho” regresó en 1855 y rebrotó en 1860, cobrándose en Almería (capital y 22 pueblos cercanos) 1067 victimas (fuente: Donato Gómez Díaz, “Bajo el signo del cólera”). Con tales antecedentes es fácil entender que el pánico se adueñara de la población en el fatídico fin de centuria marcado por el llamado “mal del Ganges” El hambre, la miserable calidad de vida de la inmensa mayoría de habitantes y la insalubridad de las aguas para el consumo humano -debido a su encauzamiento a cielo abierto-, agravaron el drama social y médico  Para contextualizarlo en su cruda dimensión valgan las cifras de muertos en los 12 meses de 1885 por contagio, falta de alimentos y medicación y la indisciplina individual y en grupo (¿les suena?): procesiones y rogativas, reuniones masivas que propalaban la enfermedad, traslados de localidades de arrieros y segadores o el envío de mineros almerienses en Cartagena y La Unión de su ropa para ser lavar en casa:

La epidemia de 1885 se cobró la terrible cifra de 2566 víctimas entre mujeres y hombres

 -En el distrito de Almería: 4150 contagiados y 928 fallecidos. La suma del resto de distritos (Berja, Canjáyar, Gérgal, Huércal Overa, Purchena, Sorbas y Vera) ascendió a 5600 infectados y 1638 muertos; por lo que la cifra de víctimas mortales totalizó 2566.  Con mayor incidencia en los barrios pobres, en mujeres y en los tramos de edad de 36-60 años y niños de 0 a 3. 

A pesar del miedo existente, la Feria mantuvo la programación. No obstante, el 18 de agosto el alcalde se vio obligado a suspenderla ante los casos de infectados detectados. A pesar del incumplimiento de un bando consistorial, ahora cesan en la actividad. Al menos ni prensa ni las actas municipales ofrecen noticias de festejos privados y públicos, civiles o los religiosos. A título de curiosidad, el citado día estaba previsto que el funambulista Gran Blodín caminara sobre el cable elevado de acera a acera del Paseo, hazaña infinitamente menor que cuando cruzó el Niágara. 

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