La laboriosa (y exquisita) extracción de la miel de los panales

Las colmenas esconden en su interior un tesoro que hay que ‘expropiar’ a la abeja

Aun con lluvias escasas, la buena floración ha permitido una producción decente

Miel: un bien natural restringido por la sequía

El apicultor ejidense Juan Alférez extrae la miel de los panales de sus colmenas

El Ejido/Aunque Juan Alférez tiene distribuidas sus colmenas entre Abla y Turrillas, cuando toca recolectar se lleva los panales a su finca del Polígono La Redonda de El Ejido. Allí, donde tiene sus invernaderos, puesto que es agricultor de profesión y apicultor de devoción, Juan instaló toda la maquinaria necesaria para obtener una miel de una calidad extraordinaria.

Atrás quedaron esos años de extenuantes vueltas a la manivela para centriguar los panales, mientras las abejas zumbaban amenazadoras y el sol provocaba ríos de sudor bajo el mono. Eran tiempos de utensilios vetustos, pero igualmente eficaces. Hoy todo se ha simplificado, aunque también tiene su laboriosidad y esmero.

Antes de ponerse manos a la obra, a Juan le gusta saborear un café. Es media mañana, hace calor pero en la sombra se está bien. En uno de los almacenes de su cortijo, custodiado desde lo alto de la puerta por algunas abejas despitadas que se quedaron dentro de los panales cuando Juan los sacó de las colmenas, todo está preparado para extraer unos 300 kilos de miel en el día de este lunes, que se presenta nublado.

Al contrario que cuando están en su territorio, que sólo con oír el zumbido de su vuelo ya transmiten su mala leche, las abejas aquí están mansas. Juegan fuera de casa y no saben bien qué hacer. Su labor primaveral de recolección de polen de las flores de las serranías almeriense pronto se va a ver depositada en un enorme bidón, en el que dan ganas de meter la cabeza para saborearlo.  

Juan Alférez separa el sello de la miel del panal.
Juan Alférez separa el sello de la miel del panal. / Javier Alonso

Alrededor de 80 colmenas son las que tiene este apicultor almeriense, cada una compuesta por ocho cuadros. No todas han sido castradas, Juan deja siempre algunas que están formando enjambres para que su familia apícola no decrezca. De hecho, en los últimos meses trajo unas abejas de Bélgica, menos agresivas que las autóctonas, que le han dado un resultado maravilloso. “Han sido muy productivas”, dice mientras coge la paleta y los primeros panales. 

Con extraordinaria precisión, como el bisturí de un cirujano, el productor retira el sello que protege la miel. Las abejas, cuando producen, sellan las celdillas de cera para que no se derrame ni una gota. Buenas son. Como un glaseado cuando se separa el merengue del hojaldre, el sello trata de permanecer pegado, pero lenta y pastosamente va dejando a la vista una capa dorada, que es un auténtico tesoro alimenticio, una tentación para los sentidos. En cuestión de minutos, cada uno de los repletos cuadros que puede pesar cinco o seis kilos, se va a quedar nuevemente impoluto para que las abejas vayan preparando su casa para el tórrido verano que se espera. De ello, se va a encargar el extractor.

"Nuestra miel es de una exquisita calidad, las abejas se han alimentado de las flores en la montaña" — Juan Alférez - Apicultor

Justo ese utensilio que en las primeras líneas del reportaje comentábamos antiguamente había que hacerlo funcionar con la fuerza del brazo, como una suerte de máquina de gimnasio. Ahora, gracias años de innovación aplicada al sector primario, la centrifugación se hace de forma mecánica. Alrededor de cuarenta y dos panales de media alza se sitúan en el tambor principal, que empieza a girar cual lavadora provocando que la miel se desprenda de las celdillas donde la habían colocado las abejas. Tan solo hace falta un par de minutos para abrir un grifo y que caigan kilos de miel en un cubo, con la misma facilidad con la que se sirve un vino dulce en el puestecico de Los Maños de la Feria.

300 kilos son los que ha producido Juan Alférez hasta hoy, aunque confía en obtener algo más

Del grifo al bidón, donde se deja reposar unos días. “Como el vino, la miel se deja unos días de reposar, pero a diferencia de éste, sabe lo que no es de ella y lo expulsa. Así, si el vino deja todas sus impurezas en el poso, la miel las eleva a la superficie cualquier trozo de sello que se haya podido colar y con una espumadera se limpia”, explica Juan mientras decanta la miel en los enormes bidones preparados para su reposo. Las abejas, atraídas por el dulce aroma del alimento que ellas han producido a lo largo de la primavera, se posan inconscientemente sobre la superficie del espeso líquido dorado, que las atrapará como si de arenas movedizas se tratase.

“Ahora ya viene el último paso, que consiste en depositarla en bidones de acero inoxidable para luego guardarlos en tarros”, de cristal cuya forma y vistosidad una vez llenos son el mejor aliciente para el comprador: “Aquí no hay fraude, nuestra miel es de una exquisita calidad, las abejas se han alimentado de las flores en la montaña, no como las de China o Rumanía que comen una especie de melaza”, denuncia el productor almeriense como hace cualquier compañero de gremio.

No hay mejor comprobación para saber su calidad y sabor que probarla. Siempre está la teoría de que si se cristaliza es invierno es que es miel natural al no llevar ningún tipo de conservante, pero los clientes y amigos de Juan pueden dar buena cuenta de que aquí no hay más truco que el cariño que Juan le profesa a sus enjambres.

Es momento de limpiar, de preparar los cuadros para volver a situarlos en sus respectivas colmenas, puesto que la abeja, como buena recolectora, tiene un verano de lo más ajetreado.

stats