Los trompos vuelven a las plazas y los colegios de Almería: "Es un vicio, qué espectáculo cómo los bailan"

Entretenimiento

La moda de las peonzas, ahora más sofisticadas y coloridas, cala entre los jóvenes

“Estos juegos son una parte del patrimonio inmaterial que tiene nuestra provincia”

Jóvenes almerienses bailando trompos en el Parque de las Familias.

El balón de la Champions, la Nintendo Switch 2, el scalextric de última generación y una peonza. Quizás han sido ésos los últimos regalos que les han tenido que comprar a sus hijos. Joyas tecnológicas en su mayoría, que obligan a empeñar un riñón y parte del otro para que los Reyes no se olviden de cargarlos en sus camellos. Y el más barato, el más castizo, el más simple, ha sido el que ha desatado un auténtico boom en los colegios y las plazoletas de Almería.

Sí, el trompo. Ese trozo de madera con una punta de muy diversos nombres y formas que antes se compraba en los Todo a 100, ahora se ha sofisticado y en las tiendas de chinos los hay de todos los colores y con unos nombres realmente curiosos. Cobra Tubo, Fenix Tubo y King Turbo. Atrás quedaron esos trompos virgueros, con punta percherón o asesina, y con chinchetas estratégicamente colocadas para que no sufriera picotazos cuando el rival lanzaba para tratar de sacar el tuyo del círculo y quedárselo.

Ahora, aunque también hay guerra de trompos, los juegos son más artísticos, prima el baile sobre el golpe. “Es increíble el control que tienen, los bailan de todas las maneras y luego se los pone en la mano o en el pecho”, dice la madre de Dani Gutiérrez mientras practica un boomerang [lanzarlo en horizontal para que se quede suspendido a la altura de los brazos y directamente baile en la palma de la mano: “En su pasado cumpleaños le compramos un trompo de metal [nivel pro], mira que le insistimos en que si quería otra cosa, pero nos dijo que no, que era lo más deseaba como regalo”, y a la vista del arte que tiene con la guita, se nota que le está sacando provecho.

Son horas muertas las que los chavales [y no tan chavales] son capaces de pasar lanzando, bailando y recogiendo. “Pasan del balón al trompo, va por temporadas, la diversión es el vicio que tienen”, afirma el padre de Daniel García [segundo Daniel, hasta tres se juntaron en el reportaje en el Parque de las Familias]. Y bendito vicio, nada mejor que el deporte o cualquier actividad lúdica para desarrollar los sentidos y para que caigan extenuados al final del día.

Rodri baila el trompo en el pecho.
Rodri baila el trompo en el pecho.

Hasta que llega ese final del día, han bailado los trompos en el colegio, en el parque y hasta en el pasillo de la casa. “Es terminar de comer lo más rápido posible y mientras el resto terminamos y cogemos la fruta para el postre, los tres primos se van al pasillo y se ponen a jugar”, dice con una medio sonrisa la abuela de Mario, que reconoce que “de vez en cuando también se pican y se pelean para ver cuál es el que más o mejor baila”.

Aprendizaje en los recreos

Pero es un pique sano, no hay maldad ni llegan a la gresca. Sencillamente es una forma de progresar y mejorar. Precisamente por ello, muchos son los colegios que dejan jugar en sus patios. “No sabía bailarlos, pero vi lo bien que lo hacían mis amigos cuando salíamos al recreo después de cambiar estampas de LaLiga y aprendí”, asegura Mario, con un Cobra Turbo de dos colores. Y es que ahora al ser de plástico, son desmontables y se cambian las piezas para componerlos a su antojo. Incluso llevan una luz parpadeante en el interior que simula a la de las discotecas cuando se baila por la noche. “Mira que en los viajes le hemos comprado algunos de esos de recuerdos de los de madera, pero no le gustaban. Ahora se han puesto estos de moda que les resulta más fácil de bailar”, apunta el padre de Gonzalo, que estaba en la fiesta de graduación de su hermana pequeña y vino corriendo al Parque de las Familias para disfrutar con sus amigos del trompo, con el reportaje del periódico como excusa.

Jóvenes almerienses bailando trompos en el Parque de las Familias.

Mientras los niños posan para las fotos y los vídeos de la fotógrafa, los padres están refugiados a la sombra de los árboles. Son las siete y media pasadas de la tarde, hasta más de las nueves estuvieron los chavales sin parar. ¡Y eso que era jueves, que al día siguiente había clase! Daba igual, ellos estaban entretenidos y los padres recordaban batallicas de cuando ellos iban a colegio. “Yo también jugaba a los trompos, pero recuerdo que a mí me gustaban más las estampas y los cromos aquellos que teníamos que golpear con la mano y darle la vuelta”, recuerda la madre del tercer Daniel, Tamayo éste de apellido: “¡Anda que no tenía yo piques con él jugando a los tazos! Íbamos con las cajas de zapatos llenas a los recreos y nos la apostábamos”, se ríen los padres de Mario y Gonzalo.

Recuerdos, juegos que nunca pasan de moda. Los niños que hablan con Alexa, que manejan los móviles con más maña que los padres y que son auténtico tiktoker, todavía conservan en su interior ese gen infantil que les hace divertirse con lo mismo que lo hacía Chencho en los años 60 del siglo pasado: los trompos.

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