Luis Cañadas, el poeta de la pintura
cuatro años de ausencia del artista indaliano
El miércoles se presenta un libro y se inaugura una exposición en Diputación con la obra del pintor
María Dolores Durán es la autora de la obra y la comisaria de la muestra
El próximo miércoles 15 de febrero a las 20 horas en el Patio de Luces de la Diputación Provincial tendrá lugar la presentación del libro de María Dolores Durán Luis Cañadas, poesía de la pintura indaliana editado por la Diputación de Almería. Igualmente se inaugurará la exposición sobre su proyección artística comisariada también por María Dolores Durán Díaz.
El homenaje se hace en el cuarto aniversario de su muerte, ocurrida el 9 de febrero de 2013. En el libro se recoge su obra (pintura, dibujos, bocetos, mosaicos, vidrieras y murales) que realizó en muchas provincias españolas, tanto a nivel institucional como particular.
La muestra expositiva cuenta con la colaboración del área de Cultura del Ayuntamiento de Almería, el Museo Histórico Municipal Casa de las Cadenas de Villa del Río (Córdoba), la Diputación Provincial, y de numerosos particulares.
Almería, 1947, hace 70 años, toda una eternidad. Fue un año importante en la historia de lo almeriense, pues un grupo de pintores, la mayoría menores de 20 años, capitaneados por Perceval, conquistaron durante unos años la cima de la modernidad de la pintura española. Fue la exposición Indaliana en el Museo de Arte Moderno de Madrid.
Francisco Alcaraz, Capuleto, Antonio López Díaz, Miguel Cantón Checa, Miguel Rueda, Luis Cañadas y Jesús de Perceval: los 7 magníficos. Hoy solo vive en su retiro madrileño, con 91 años, Alcaraz. Y periódicamente, una exposición antológica, un texto monográfico vuelve a poner en los focos de la cultura almeriense a este grupo de pintores que revolucionó en su momento la vida monótona y gris de la Almería provinciana, dejándo un legado artístico más que importante y un tótem, el Indalo, que ha acabado siendo santo y seña de Almería.
"Quedan ya pocas deudas pendientes sobre los indalianos, aunque siempre habrá espacio para investigar un poco más sobre detalles, pero faltaba un texto que diera a conocer en profundidad a Luis Cañadas, junto con Alcaraz el más conocido fuera de nuestras fronteras locales", apunta María Dolores Durán.
Definir la obra de Luis Cañadas (Almería, 1928 - Madrid, 2013), puede ser compleja en cuanto es un artista muy polifacético. "Pintura, murales, vidrieras, mosaicos con un denominador común: serenas reflexiones y sentimientos transmutados en suaves pinceladas en un lienzo, tenues pigmentos sobre lechadas de cal, teselas alineadas en hileras ondulantes o vidrios hacedores de mágicos haces de luz multicolor", sostiene Duran. "Poseía, simple poesía cromática de un hombre sencillo, parapetado tras unas gruesas gafas que le aislaban del entorno más hostil y con una sonrisa franca, abierta, que sugería cercanía y familiaridad", apunta la autora del libro sobre Cañadas.
La vida de Cañadas estuvo marcada por la doble tragedia de sufrir una guerra y sobrevivir la posguerra en el bando de los vencidos. Un poso melancólico le acompañó toda su vida, como aureola mística, dándole una fuerte convicción ideológica, nunca manifestada con rencor o revanchismo o simple descarga emocional. Alumno de Celia Viñas y de la Escuela de Artes, fue Integrante del grupo de jóvenes llamados por Perceval para materializar en arte los principios filosóficos del Movimiento Indaliano. Entre todos ellos, con el apoyo de pesos pesados de la cultura almeriense de los años 40 y el beneplácito del poder establecido de la época, construyeron unos años donde la pintura almeriense fue centro neurálgico del arte español. La realidad es que a principios de los años 50, el Movimiento había dejado de moverse y se había quedado en unos principios estéticos que habían marcado a unos pintores, que luchaban en la España de la posguerra por abrirse un futuro desde sus pinturas.
Los murales de la antigua Estación de autobuses y el de la actual sede de la Subdelegación del Gobierno, los mosaicos de la Ermita de Torregarcía y de las Mojaqueras en los límites provinciales, junto con las primeras actuaciones en Iglesias de la provincia le marcan un camino que le acompañará durante toda su vida.
Su llegada a Madrid en 1964, supuso un vuelco completo en su dimensión como pintor. Él que intentaba pintar sentimientos, se ve desprovisto de su propia identidad, hasta que poco a poco se va dejando impresionar por los contrastes entre rascacielos y chabolas, los edificios en construcción junto a las casas viejas, la vida frente a la muerte, la ciudad nueva que fagocita a la ciudad vieja, estampas antiguas que se resisten a desaparecer pero que terminan por doblegarse lentamente ante "la modernidad".
Por sus atormentados ojos han pasado arlequines y Chancas, paisajes yermos de Tabernas y mares de espigas castellanos, muros con viejas esperando un tiempo ya pasado y derribos a la espera del próximo rascacielos, cardos y toros, flores y bodegones, teselas, pigmentos y luces caleidoscópicas de vidrios coloreados.
Y flotando en la atmósfera de su estudio y en la aureola de sus obras un indalo escondido, impertérrito y burlón ante el desdén indaliano de Cañadas, envía sueños de cálidas luces mediterráneas y organiza desde el subconsciente una estructura y composición serena, armoniosa, cálida, como el sentimiento de Luis Cañadas, la poesía de la pintura indaliana.
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