'Mi cena con André': la ceremonia de la palabra
"Una historia de aventuras que tiene por escenario una mesa". Así resumía el francés Louis Malle My dinner with Andre, un auténtico fenómeno cinematográfico que tuvo a sus cerebros (los actores y dramaturgos Wallace Shawn y André Gregory) de gira por los EEUU presentando uno de esos inagotables filmes que daba mucho con casi nada. Pues se trataba, simple y llanamente, de una conversación entre amigos, nacida libre, en la intimidad compartida, y luego canalizada hacia un guión que limaba la dispersión y mesuraba los tiempos. Tras una representación teatral, Wallace y André, que mantienen los nombres y con casi toda seguridad la personalidad en la ficción, le encargaron a Louis Malle la realización de la película. El francés, que venía de rodar AtlanticCity, aceptó el encargo, iniciando así una provechosa relación con ambos protagonistas, quienes lo acompañarían en su último largometraje, Vania en la calle 42 (aunque uno sospecha que también influyeron, por algunos de los temas que aquí se tratan, en la mirada empática que el francés dirigió a una determinada Norteamérica en sus posteriores documentales God'scountry y And the pursuit of happiness). Malle fue, sin duda, una gran elección, pues pocos como él, para bien o para mal, supieron distanciarse de sus personajes de ficción, suspender cualquier señal de juicio moral desde la instancia rectora del discurso. Lo que Wallace, André y el resto de espectadores descubrieron es que la pulcra realización de Malle amplificaba la riqueza del texto al filmar los gestos (la expresión extrañada o la mueca de asentimiento ante lo que el otro dice, la mirada furtiva al camarero en la rigidez de los primeros momentos de la cita) que expresan lo que la palabra a la fuerza calla.
MicenaconAndré trata de la reunión de dos hombres en crisis, de dos tipos muy distintos que no se ven desde hace tiempo. Uno es el típico intelectual neoyorquino, cínico y pragmático, que no ha logrado vivir del teatro y sobrevive como puede junto a su novia. El otro, André, quien propicia el encuentro (el que, además, paga la cena), es un prestigioso director avant-garde que se ha buscado a sí mismo sin mucho éxito mediante viajes y participando en marginales ensayos pseudoteatrales cuando no en excéntricos modelos de vida social. Ninguno está a gusto consigo mismo, aunque al final de la larga charla (que va poco a poco germinando de lo individual a lo colectivo), ambos, en su diferencia, asuman una misma y fundamental condición, la del ser frágil y pensante. El relato de la cena, que Wallace contará a su mujer, dimensiona lo ocurrido.
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