Un nacimiento de Luis Álvarez Duarte en el Museo Doña Pakyta
Aquel día
Era un sábado de diciembre por la mañana temprano y Antonio, a pesar de que su vista dejaba mucho que desear, conducía su viejo todoterreno en dirección a San José, un pequeño pueblo costero de Almería. Este lugar había sido el escenario de momentos importantes en su vida y hoy, en el día de su cumpleaños, sus amigos se habían empeñado en quedar aquí. Su desgastado uniforme de aviador estaba muy acorde al resto de elementos de su coche, propios de otra época, entre los que destacaba un viejo radio casete que todavía cantaba canciones de su juventud.
Sus ojos vislumbran ya en el horizonte la localidad cuando su móvil comenzó a sonar.
-¡Felicidades, felicidades! Vas como siempre con retraso. -dijo Fulgencio, un octogenario legionario mientras bebía un sorbo de su café en una terraza próxima a la playa-.Te va a caer un arresto.
-Gracias amigos, recordad que es algo nuevo para mí. Es la primera vez que cumplo 80 años y claro no sé muy bien qué hacer. Además, tú eres el modernaco y te toca esperar – respondió Antonio bromeando a la par que conducía.
-Aquí el jefe soy yo y estoy en mi terreno. Más bien en mi amada mar – afirmó Pablo un viejo marinero que estaba sentado junto a su amigo de la legión.
Poco más tarde, la imagen de los tres jubilados con sus respectivos uniformes de Aviación, la Legión y la Armada paseando juntos por el paseo marítimo chocaba a los viandantes con los que se cruzaban y algunos, incluso, se giraban para fijarse mejor y burlarse. La realidad es que los dos amigos le habían organizado una reunión para juntarse, en la misma fecha que ya lo hicieron hace 50 años y con los mismos planes. ¡Los mismos planes! Y las correspondientes mochilas colgadas a sus espaldas eran un elemento necesario para realizarlos.
-¡La que me habéis liado! No digo que no me parezca una pasada pero, ¡la que me habéis liado!- exclamó Antonio mientras la felicidad emanaba de su rostro.
-Verás como lo pasamos bien. Esperamos que vengas descansado -aclaró Fulgencio.
-Sí, ¡el día va a ser largo! -reafirmó Pablo.
-Ya sabéis que siempre doy el tipo. Tiene que merecer mucho la pena para llegar tarde al hospital. Me esperan dos mujeres.
Lo siguiente que tenían previsto era darse un chapuzón en la playa, el día no invitaba a ello, desde luego. No obstante, como si de unos jóvenes cadetes se tratara, usaron los aseos de una cafetería para cambiarse y guardaron sus uniformes en sus mochilas. El agua les esperaba, nadaron tomaron el sol y hablaron de sus mujeres. Como si ni el frío ni las miradas burlescas les afectaran, la juventud regresaba por momentos.
-¡Es verdad! tal día como hoy la conocí -recordó Antonio.
-Claro, yo te la presenté. Acuérdate que no te atrevías -respondió Fulgencio.
-Lo mejor que has hecho por mí en la vida.
-Bueno, ¡y yo qué!, fui yo el que tuve la idea de irnos a tu pueblo para celebrar tu cumple -reclamó el marinero.
-Tienes razón. Fue terminar en Alcantarilla y en dos horas estábamos aquí. ¡No nos dio tiempo ni a cambiarnos! -aseguró Antonio-. ¡Y también la de bañarnos en diciembre!
Los tres militares se habían conocido realizando el curso de paracaidismo en la base aérea de Alcantarilla. Las tensiones vividas dentro del avión, las maniobras por el campo y los largos paseos por el pueblo habían fomentado una amistad que los amigos se encargaron de conservar. Ahora, ya retirados, la larga enfermedad de la mujer de Antonio le había envuelto en una situación cercana a la depresión. La ilusión había desaparecido de su vida y su tiempo se consumía entre sanitarios.
Tras el baño, en el mismo bar que años atrás, una paella les esperaba. La disfrutaron encantados, recordando viejas anécdotas de sus carreras militares y de sus vidas familiares.
Antonio, estaba feliz, como también lo estaban sus amigos, aunque todo el rato estaba con el rabillo del ojo mirando el reloj, no quería llegar demasiado tarde al hospital.
-Ya lo pillo, estamos repitiendo aquel día. ¡Habéis preparado todo igual que aquel día -repitió Antonio emocionado-. Os lo agradezco, pero ya no podemos repetir nada más. Será un bonito recuerdo.
-Si quieres resultados diferentes, haz cosas diferentes. Es tu frase -dijo Fulgencio-. De todas formas te ha costado pillarlo -insistió riéndose.
-Y las cosas de siempre no nos servían para animarte. -reafirmó Pablo.
-Gracias, de verdad, gracias.
Muy cerca les esperaba un acogedor pub para tomar una copa. Dejaron las mochilas para que se las guardaran tras la barra, la repetición de aquel día que vivieron de jóvenes continuaba. Enseguida, en mitad de la penumbra del local, a Antonio le chocó escuchar una de sus canciones favoritas, tan favorita que era la música que sonaba cuando conoció a su futura mujer y en el mismo sitio. Ahora sí, sus ojos se estaban empañando, y más aún cuando pudo comprobar que, junto a la decoración navideña, las paredes del local estaban adornadas con fotos de sus días de cadete con sus compañeros, de su boda e incluso de su hija. Antonio miró emocionado a sus amigos. Ellos también estaban sorprendidos.
-¡Lo habéis preparado todo por mí!
-¡Qué dices estoy alucinado también! -respondió el marinero mientras le daba un abrazo.
-¡Nosotros no tenemos nada que ver en esto! -exclamó el legionario sorprendido.
Entre los objetos navideños destacaba un árbol con bonitas esferas de colores, luces, estrellas, lazos y un pequeño sobre con su nombre colgado.
Entonces Fulgencio tocó el hombro de Antonio y le presentó, como años atrás, a su mujer, vestida con un precioso vestido, más propio de otros tiempos y de otra edad. Antonio se giró y la vio, ¡estaba estupenda! Comprendió, en ese momento, que la repetición era completa.
-Hola bella desconocida, ¿te apetecería pasear conmigo por la vida? - expresó en tono de broma, exactamente igual que como lo hizo hace 50 años, para iniciar una conversación que todavía no ha terminado.
Al abrir el sobre comprobó que era el alta médica de ella, el mejor regalo de su vida. Y es que su mujer le había preparado este día para recordarle lo que él siempre le solía decir: “Si lo puedes soñar, lo puedes hacer”.
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