Cuando cada partido se cataloga de "final", el resultado solo puede conllevar a equívocos. Todo era de color de rosa con la victoria contra el Espanyol. Los jugadores eran los mejores, las piezas desde el banquillo funcionaban y el entrenador había dado con la tecla. Algunos incluso hablaban de alcanzar posiciones europeas. Final vencida y discurso ganador. Vallecas también se planteaba como otra "final" por aquello de que muchos rivales directos habían obtenido buenos resultados. A pesar de que el descenso estaba a la misma distancia (tres puntos con respecto al Cádiz, que marca esas posiciones rojas). Se consumía otro encuentro sin tres puntos fuera de casa y el análisis no podía ser más estéril. Ni los jugadores ni el entrenador daban la talla. La permanencia causaba vértigo. Final perdida y discurso derrotista. No hay término medio.

Todo se está convirtiendo en blanco o negro. Justo hace un año también escribí en esta tribuna sobre relativizar lo que ocurre a lo largo de las jornadas. Estamos en febrero. Empezamos pronto. Parafraseando lo que dijo en su día el gran Manolo Preciado, "ni antes éramos el Bayer Leverkusen ni ahora somos la última mierda que cagó Pilatos". Pero lo peor no llegó al final del partido, sino durante. Varios aficionados del Almería, que además ocuparon su asiento en la zona visitante con el segundo tiempo empezado, dedicaron insultos y amenazas a los jugadores con el devenir del choque. Seguidores de corta edad, esos que tendrán que tirar del carro cuando vengan mal dadas.

No han entendido nada. Ni lo que costó regresar a Primera División ni lo que significa la categoría. La imagen fue deplorable y entiendo que, si contra el Rayo Vallecano hubiese ganado el Almería, esos mismos que se dejaron la garganta en lanzar palabras malsonantes, se regodearían en halagos a los suyos. Un caldo de cultivo provocado por lo que he comentado en el inicio. Las dichosas finales. Definitivamente, no entender nada.

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