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La UDA conoció la lujuria y sumó sus minutos de gloria con su triunfo sobre el Barça. Pero la alegría dura poco en la casa del pobre y la entidad rojiblanca, aunque está gestionada por un jeque, habrá de pelear y mucho para no perder la categoría. El club vivió una realidad irreal durante unos días y la derrota contra el Villarreal, un equipo de pueblo gestionado por una familia de multimillonarios, los Roig, se encargó de bajar de la nube al club y aficionados.

El que más y quien menos estaba persuadido de que se podía tumbar a los castellonense con problemas, pero sin demasiadas fatigas. Los optimistas y los pesimistas (un optimista mejor informado) recurrían para ello a una suerte de ecuación popular. Si el Almería ha ganado al Sevilla, ha empatado contra el Atlético de Madrid y le ha meado la boina a los azulgranas, no existían motivos para temblar y muchos para creer en la victoria. Rubi jugó con el mismo esquema, 4-4-2, con un doble punta, Touré-Luis Suárez porque lo que funciona no hay que tocarlo, según el libro de dichos populares.

El técnico de la UDA, ex empleado del Barça, es un ferviente seguidor del fútbol que practica Guardiola. El balón sacado desde atrás y la combinación como forma de ganar metros y líneas es su catecismo. Pero nadie de la parte baja alinea dos delanteros. La mayoría juega con uno, practica el otro fútbol -el de continuas faltas- y defiende como si les fuera la vida. El Mallorca es un vivo ejemplo de ese fútbol del puente aéreo, defensa-delantera.

El espectáculo para su técnico, Javier Aguirre, es el resultado y no el juego. Tiene siete puntos más y ha encajado 17 goles menos que el Almería. Su fútbol no seduce, pero suma. El de los rojiblancos factura menos y tampoco enloquece. Nunca es tarde para cambiar y la realidad se impondrá.

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